Capítulo 3: En Japón.

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El gran desaire de Harry se promulgó no unos días sino dos semanas. En secuencias simples y repetitivas, estaba él en el centro de la abstinencia sin conocer nada de lo que ocultaba un alfa descortés. Harry era denso por excelencia y el más agotado de los dos por razones justificadas.

Louis terminó de encorvarse en su sitio de siempre, con su mirada apurando al reloj de su muñeca aunque no le ayudara en nada saber que muy lejos se encontraba de ser el mediodía. Llevaba treinta minutos dando palmadas ruidosas en las esquinas de su cuaderno, con esos dibujos mal hechos trazados en él y composiciones que su considerado profesor de dibujo le había pedido con media sonrisa avergonzada repetir de nuevo.

El sol se puso en el reflejo de la ventana, con suerte, Louis tendría un poco de anhelo para colocarlo en los borrones de su maltratada hoja.

Malgastaba su tiempo cada día entre las cortinas de luz tenue, de pie algunas veces cerca de los respiradores del enfermo e intentando recordar cuánto té sin endulzante había bebido al despertar luego de besar los cabellos de su hermana por la mañana. Cuando decidió sentarse con todo el lujo en el banco alto junto a la cama en la que Harry duerme mientras él lee la técnica correcta para un retrato perfecto.

Hacía calor y Harry se había despertado quizás unos diez minutos atrás. Considerando que Louis suele quedarse en silencio para revisar con suficiencia sutil el estado de sus ánimos, incluso cuando el sosiego le pertenece como quién ha sufrido ya bastante. Su corazón se hace escuchar con la lentitud definida y su respiración suena constante en sus oídos, lo que le hace pensar en un día diferente a los otros.

Estrecha los ojos con beatitud, se inclina hacia adelante y luego suspira despacio antes de contemplar dedicarle un saludo. Era como viajar por una encrucijada sin remedio saber si mirarle era el único gesto que podría dedicarle, cuánta tranquilidad sentiría Harry si le obsequiaba una charla genuina o que oportunidad desbocada tendría para no abrumar la sensibilidad de su falta de sueño.

Louis habló.

—Buenos días, Harry. ¿Cómo te encuentras?

Harry barrió su silueta a lo lejos después de parpadear por la desilusión de un nuevo día.

—Necesito un poco de agua —Las marcas de lágrimas involuntarias se visualizan de inmediato sobre sus párpados, no pregunta por qué. Asintió sin pensarlo dos veces y regresó con la copa de cristal llena de agua entre las manos para ofrecérsela con cuidado.

La sed se suavizó luego de dos vasos y fue indispensable fruncir las cejas al escuchar abiertamente el sonido tenue de una llamada entrante para el celular sobre la mesilla que no era suyo. Se quedó quieto unos momentos hasta que la atención mortificada de Harry se estancó allí de manera cautelosa.

Él lo tomó sin preguntar y se lo dió a Harry tras la agilidad de sus expresiones.

Lo ve pasar saliva.

—¿Sí?

Intentó no ser un entrometido, de verdad quiso intentarlo. Pero se volvió imposible cuando los dedos de Harry se enredaron en las sábanas al su risa escucharse ronca y grave, que su voz se sintiera lastimada y la agresividad escapara con desprecio de sus labios resecos. Por supuesto, no dijo nada cuando su ola de feromonas hojearon un pésimo hedor.

—Eres un imbécil desconsiderado, Zayn —Bramó de rabia a través de la línea—. Dejarme aquí a mi suerte era la solución más sencilla para todos, especialmente para ti. Como el idiota malagradecido que eres, ¿verdad?

Después de delirios entre la tristeza que a penas expresa por los sentires de su abandono, Harry entabló una larga conversación con la persona detrás del aparato. Entre suspiros, palabras destruidas y peticiones que Louis no se permitió escuchar del todo. Unos minutos luego, el silencio del fastidio se movió sobre deidades cuando Harry se giró en su sitio enredado para observarle el rostro sin motivos.

Brújula (Nueva Versión)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora