Mi habitación.
Frente a mí, mientras estoy sentada, está el computador, alumbrando casi toda la habitación; grande sintiéndose tan pequeña. Hay hojas, libros, plumas y lápices en cada rincón. Hay una cobija sobre mí y las almohadas en la cama, son acompañadas por tres más y de un pequeño amigo gris con blanco y descuidado. Todo junto transmite una tranquila sensación de vacío. Es tan tranquila que no te das cuenta cuando viene acompañada de algo más, de miedo, de soledad y quizá de un poco más.
A la izquierda, está la puerta al baño, después hay cajas con labiales o con alhajas, hay frascos con ligas y con mascarillas, hay brochas y hay cremas, hay fragancias, polvo y reflejos. Al lado un largo espejo que almacena memorias, todo sobre cajones que almacenan ropa.
A la derecha, después antes de tantas cobijas, hay papeles y hay fotografías, en el piso una bolsa con algunos cables, sobre un pequeño mueble con más ropa. También está la televisión desconectada, hay una repisa con un dvd, caracoles y conchas, hay una cajita con un moño especial seguidos de peluches y dos o tres recuerdos y un viejo atrapa sueños con polvo y olvidado.
De debajo de la cama, salen materiales, salen carteles y más fotografías. Después de las cobijas, hay controles, quizá no los suficientes para controlar lo que sucede, un vaso con agua y un traste donde hubo palomitas la noche anterior, sin olvidar la linda pulsera que está ahí todos los días, también debajo de un mueble donde hay con más ropa.
Le sigue el closet lleno de sombras y también de algunos colores, zapatos amontonados y fotografías escondidas. Y a su lado, detrás de mí, un viejo librero ya pandeado, con más hojas, con más libros, con más plumas y lápices, tiene cajas, tiene películas y más fotografías.
Por último, las salidas, que no uso a menudo y que de vez en cuando les gusta perderse.