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 El sol y el canto de los pájaros me impiden seguir durmiendo, así que decido salir del árbol y aprovechar a estirarme. Cuando salgo veo un caballo totalmente blanco, estaba en muy buen estado como para ser salvaje, pero ¿qué haría una persona aquí? Yo solamente vine por discutir con el estúpido de Stuart, el novio de mamá. No quería que nadie me encuentre y termine aquí dentro.

Unos pasos interrumpen mis pensamientos y en menos de un segundo tengo una piedra en mi mano.

-Hey – le digo a un chico que logro ver, pero más que una persona humana parece un dios griego, el dios griego tiene la espalda ancha y musculosa, al igual que sus brazos. Es alto y tiene el pelo negro desordenado, ojos verdes claros y una sonrisa pícara se dibuja en su rostro al ver que lo estaba escudriñando con la mirada, lo cual hace que me sonroje.

-¿Te comió la lengua el gato? – lo provoco para que responda, parece ser un chico de pocas palabras.

-No, solamente pensaba en qué podría estar haciendo una chica como tú aquí- dice el muy descarado. Su voz es gruesa, como me la esperaba. Apenas re-calculo lo que me dijo paso del estado de enamoramiento al del enojo, ¿por qué una chica no podría estar en un bosque? ¿Acaso solo los hombres lo tienen permitido? Mi feminista interior se pregunta por qué a Diosito se le ocurrió gastar tanta belleza en un machista.

-Oh, disculpa, no sabía que solo los hombres podían ir a un bosque- digo totalmente enfadada.

-Claro que no, al contrario, agradezco al destino que me haya puesto a semejante hermosura en frente mío. Cuéntame, ¿qué haces por aquí?- cambia de tema repentinamente y su atrevimiento me hace sentir algo incómoda.

-Simplemente no quería estar en mi casa, ¿y tú?- intento sacarle algo de información, aunque algo me dice que será complicado.

-Al menos tienes casa. Vivo aquí, mi humilde morada se encuentra cerca de aquí y solo voy al pueblo cuando necesito comprar más comida, aunque con las plantas de aquí solo visito el pueblo 1 vez al mes-. Sus palabras me sorprenden, nunca me imaginé que una persona pudiese vivir aquí, tan alejado de todo.

-No sabía que se podía tener una casa en el bosque, ¿por qué decidiste venir aquí? No te parece que está algo... ¿alejado?- realmente siento que es solo una broma, no creo que sea posible vivir aquí, ¿qué hace con los animales salvajes?.

-En realidad no se puede, pero nadie viene a este bosque más que algunas parejas que vienen a... bueno, ya sabes. Y están tan distraídos que no se percatan de mi presencia- me quedo callada, y me pellizco para confirmar que esto no es un sueño, no lo es. De repente una corriente helada de aire me da escalofríos y me hace estremecerme y lamentarme por haber venido sin abrigo. Él se percata de mi gesto y pronuncia las palabras que serían mi perdición:

-Creo que nos olvidamos de las presentaciones, me llamo Connor, si me acompañas a mi casa podría darte un abrigo y un chocolate caliente, ¿qué te parece?- dudo sobre decirle mi nombre y en si debería aceptar su invitación, que suena tentadora. Impacientándose un poco estira su mano.

-Lana- digo estrechando su mano. – y ya no siento mis piernas del frío, así que me parece bien- aceptar esa invitación fue mi perdición, y lo supe en cuanto lo vi a los ojos y noté el peligro que irradiaban. 

El chico del bosqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora