#16

109 17 1
                                    

Una anciana jorobada de ojos saltones y pelo ceniciento que tallaba madera les dio la bienvenida a su cabaña con una sonrisa. Los príncipes quedaron boquiabiertos cuando vieron el almacén lleno de figuras extraordinarias hechas de madera, y disimuladamente, guardaron sus armas. Un cuervo en la esquina de la cabaña graznaba en español cosas perfectamente entendibles que los príncipes ignoraron por ser tan distraídos.

―Tómense su tiempo, vendo cosas al mayoreo ― insistió la anciana mientras tallaba una especie de caja con ruedas incrustadas por debajo.

Hubert, quien su mujer lo había malacostumbrado a comprar cosas inútiles fue el que se tomó a pecho la palabra de la señora y se aventuró a encontrar algo para su hijo. Ignorando el hecho de que una escoba barría sola en otra habitación de la cabaña.

Harris, más que molesto salió de la cabaña a maldecir a las luces que lo habían guiado a esa tienda. Abría y cerraba la puerta esperando respuestas o un indicio de que ese era el lugar correcto. Trataba de buscar explicaciones del por qué los habían guiado hasta ahí.

Hamish sólo fingía ver la mercancía, no tocaba nada, porque a diferencia de sus hermanos, él sabía que no traían dinero.

― ¿Tiene espadas de madera o arcos pequeños? ―le preguntó Hubert a la viejecita―. Mi esposa se enojará si se entera de que salí de viaje y no le llevé nada a mi hijo.

― ¡Hay que irnos, si nos quedamos perderemos tiempo valioso! ―les apuró Harris desde el umbral de la puerta.

Se escuchó un ruido sordo, algo se había caído al suelo. Ninguno de los hermanos se dio cuenta de que lo que se había caído era la escoba que barría sola. Asustado por creer que Hubert había roto algo que no podrían pagar, Hamish jaló a Hubert del brazo y lo sacó de la cabaña, dándole gracias a la anciana por su atención y le deseó que pasara una buena noche.

Confundida, ella sólo miró a los tres pelirrojos salir apresuradamente de la cabaña, murmurando cosas que no logró escuchar. Se encogió de hombros y siguió tallando la madera. No pasó mucho tiempo hasta que uno de los tres hombres entró de nuevo a su taller gritando:

― ¡UNA BRUJA! ―gritó Harris señalándola y provocando la ira de la viejecita.

―Pero qué... ¡Soy una talladora de madera! ―exclamó la bruja.

― ¡Talladora de madera! ―graznó el cuervo.

― ¡El cuervo habla! ―dijo estupefacto Hubert, se puso tan pálido que parecía que iba a desmayarse.

La bruja chasqueó los dedos y la escoba que barría sola atacó a palazos al cuervo para que se callara.

― ¡Debemos quemar todo y a ella también! ―amenazó Hamish desenvainando su espada.

― ¡Quiero que lo intenten, niños bonitos! ―bufó la bruja lanzando todas sus herramientas hacia los trillizos.

― ¡Alto! ―gritó Harris antes de que los cuchillos los atravesaran. ―Podemos llegar a un acuerdo civilizado.

―Compren o lárguense ―respondió la bruja, el cuervo adolorido voló hacia su hombro.

―Le daremos el perdón del reino si nos responde ciertas preguntas ―declaró Hamish sin bajar su espada, con una mirada amenazante.

―Niño ingenuo, tu "perdón" no significa nada para mí ―habló la anciana con una sonrisa espeluznante.

― ¿Quién te enseñó a negociar? ―susurró Hubert al oído de su hermano mayor.

Harris buscó en los bolsillos de Hubert la insignia real que le habían quitado al caballo de su madre y se lo tiró a la bruja. Ella corrió para atraparla y dejó caer todas las herramientas, después de asegurarse de que era valiosa, volteó con recelo a inspeccionar a los trillizos.

―Compraremos información ―le dijo Harris severo.

―Y un arco pequeño ―susurró Hubert.

―Y un arco pequeño ―reiteró en voz alta Harris.

― ¿Qué es lo que quieren saber? ―la bruja acomodó mágicamente sus herramientas en su mesa lentamente, mientras se recargaba en una silla.

― ¿Vio pasar a una mujer alta, de cabello negro con trenzas, una corona y de tez blanca? ―preguntó Hamish guardando de nuevo su espada.

―Sí pasó por aquí, venía preguntando por una poción que curara cualquier enfermedad y se la di. Eso pasó hace unos dos días. ―aseguró la bruja mientras alzaba delante de los príncipes su amplia gama de arcos.

Hamish y Harris voltearon a verse confusos, mientras Hubert inspeccionaba los arcos que danzaban frente a él.

― ¿Y qué hacía exactamente esa poción? ―cuestionó Hamish escéptico.

―Ya te lo dije, cura cualquier enfermedad, burla la muerte y te protege de cualquier mal. A lo que no hace invulnerable es a los humanos.

―Pero la poción no era para ella, ¿por qué no regresó a casa de inmediato? ―balbuceó para sí Harris―. No tiene sentido.

Hubert se decidió por un arco y lo guardó junto al suyo.

― ¿Dijo hacia dónde se dirigía? ―volvió a preguntar Hamish.

―Sólo preguntó por la dirección hacia el castillo, le dije que siguiera el río, pagó y se largó. ―comentó hastiada la anciana―. Les recomiendo que hagan lo mismo.

― ¿Seguir el río? ―masculló confundido Harris.

― ¡No, largarse! ―gritó la bruja y acto seguido, abrió la puerta empujó con una ráfaga de viento a los trillizos fuera de su cabaña y cerró la puerta. La vela que estaba encendida fuera de la cabaña se apagó y la iluminación de la cabaña también se extinguió.

Hamish se levantó y corrió para romper la puerta de la cabaña, cuando logró derribarla, notó que estaba vacía. Hubert corroboró que aún tuviera su arco y Harris, adolorido, estaba feliz de haber tenido razón.

Algo no cuadraba, aunque era de esperarse que la reina se perdiera sin un mapa y sin su caballo, no entendían por qué ella se habría tomado la poción del rey. Ya no podían saber más detalles de cómo funcionaba la poción porque la bruja había desaparecido, lo único que les quedaba era seguir el río hasta encontrar a su madre.

Pero aquella poción que "curaba toda enfermedad" sonaba ambiguamente sospechosa. 

Varados de nuevo, se resignaron a aventurarse por el río sin caballos, mapas o guías de figuras mágicas. Aunque no confiaban en la palabra de la bruja, era la única referencia que tenían para encontrar a Elinor.

We'll protect you!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora