Hanahaki Disease- Oneshot.

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La noche donde Ranpo iba a llegar tarde a casa, Poe decidió ir a la tienda. Le gustaba estar allí, parado frente a la góndola de las especias; porque era normal pasar mucho tiempo perdido buscando los condimentos, nadie sabía nunca cuál elegir y sin embargo, Edgar no quería ninguno. Solo se dejó sentir mal frente al orégano, mientras nadie sospechaba respecto a su situación. Le dolía todo el pecho, como si sufriera de asma el cual nunca tuvo.

Dejó el lugar, pensando en que nuevamente al volver a casa todo estaría en silencio y eso, a pesar de adorarlo la mayor parte de su vida, ahora no lo disfrutaba. Ranpo pasaba su día y noche ensimismado en otros misterios, hasta que finalmente Poe dejó de perseguirlo con sus historias a resolver. Ranpo no volvió a pedir ninguna. La verdad era que, de momento, Poe quería volver a considerar a su compañero como sólo un rival y prepararse así, nuevamente, para el acto final.

Se sentía horrible volver a una casa tan silenciosa, realmente al final del día era Karl quien siempre subía a su cama y ocupaba la otra plaza. Pero es que a Edgar jamás se le cruzó por la cabeza pensar en Ranpo de forma romántica, por eso no le entristecía el espacio vacío en el colchón; pero a veces le daba frío.

Supuestamente esta semana sería tranquila en la agencia, y Edogawa había dejado un mensaje en la casilla de voz avisando su vuelta; casi parecía obligado a hacerlo. Tal vez en cierto momento, Poe y Ranpo se convirtieron en cónyuges y ahora sólo eran amantes que se aburrían de su adjetivo. Tal vez por eso le dolía el pecho a Poe, y el estómago lo sentía apretado cual bolsa de basura a punto de explotar. Seguro había sido el ramen vagamente preparado de la noche anterior. Ese que cayó en sus escritos y le hizo retrasar el trabajo, el que le provocó un poco de estrés, debiendo reformular las palabras, los escenarios, la vida de la obra. Le entristecía comer ramen, solo en casa. Pero también le entristecía salir y ver personas, cuando realmente, tal vez, deseaba volver a ver solo a una persona.

Llegó al portón de su hogar y notó la luz prendida de la sala de estar; surgió la emoción. Y aunque pretendía correr, tosió fuertemente y de su garganta pudo sentir la mucosidad. ¡Ahí estaba el problema! Iba a engriparse. No debía besar a Edogawa, entonces. ¿Qué pasaría si le contagia? Tal vez se quedara unos días en cama, odiándolo y pidiendo a Poe atención para entretenerse. No importaba cuándo o cómo, Ranpo siempre fue un granito en el culo que distraía al escritor. Pero al final del día, era una distracción necesaria, del tipo que le alegraba la vida al igual que escribir.

Nuevamente, la tos. Tapó la boca con la mano y luego giró la manija de entrada; el líquido rojo manchó el metal.

—¿!Ran...!?

Quería decir su nombre, pero la mucosidad había endurecido. Tosió aún más, pretendiendo arrancar el cosquilleo en su garganta que le atoraba el respirar.

Por la puerta de la cocina apareció Edo, admirando a su compañero quien cayó a la entrada, dejando la puerta medio abierta.

—¡Poe! —exclamó, cayendo de rodillas y haciendo sonar la madera. Tomó así el largo flequillo enmarañado y lo elevó, descubriendo la mitad de la cara ensangrentada; un precioso  pétalo de lavanda le acompañaba en la escena del crimen.

—¿¡Dónde estás herido!?  ¡Debemos ir al hospital!

Salió corriendo por donde vino, gritando: "Buscaré el celular". A lo lejos, mientras daba la información necesaria para guiar a la ambulancia y de paso llamaba a Kunikida, quien sea el más rápido al rescate; tal vez Poe se alegró de estar muriendo ahora.

Lo sentía, como lo había descripto en tantas de sus novelas. Siempre lo pensó diferente, y hasta hacía un rato se imaginaba solo; y ahí volvía Ranpo.

—¿Dónde es? —preguntó por la herida, aún al teléfono.

Tos seguida, y dolor de pecho desapareciendo, Edgar contestó:

—No tengo... Nada.

Pero algo, vpor la garganta, acercaba de a poco; mientras las manos ajenas temblaron sobre su ropa, buscando una acuchillada, un disparo, lo que sea, Poe tomó un mechón del cabello de Edogawa.

—Te dejé la cena en el horno, y una novela...—iba a vomitar— En la mesa.

La mano, un poco débil y cansada, cayó de una textura a otra, acuñado las lágrimas exasperadas de su amado, frente al único misterio que jamás podría resolver.

—Callate ya, si hoy cocinábamos juntos. Volveremos a casa para la cena de mañana.

Mentira, eso era los jueves; hoy era martes. Llevaban unos años juntos... ¿Cómo podía olvidarse? Poe rió, tosió y dejó caer la mano, apoyándose contra la pared.

—Está bien, Edo. Te he derrotado alguna vez... He tenido suficiente.

—¡Callate! —apretó su mano entre las propias, pretendiendo notar algo de fuerza en el agarre de Edgar—. Qué egoísta, qué... Dramático eres. Estarás bien.

—Entonces, ¿por qué lloras?

El del de lentes tembló, y acercó así su mano en una caricia húmeda en sangre; volviendo su dedo con un pétalo violeta.

—Porque es mi culpa...

Ah, ahora ambos entendían; por eso lloraban. Uno por dentro, el otro por fuera. El olor a metal arrumbrado quedaría en el dactilar de su amado, asqueándolo por mucho tiempo.

—Pero —tosió, con el pecho oprimido—, era mi destino escribir para ti, Edo. Por lo que sé... Que no es tu culpa, sino mía, que me he enamorado sin ser siquiera consciente. Sin embargo, acepto.

En su nombre, Edgar Allan Poe, jamás se permitiría hacer sentir culpable a Ranpo.

—... Acepto la culpa.

—¡No tiene sentido!

Qué terco era Ranpo, aún esperando a la ambulancia y con el celular esperando la llamada de Kunikida de 'Estoy en camino'.

Así, Edgar rió. Si su vida era la escritura, así también lo sería el encontrar aquél que la disfrute y ese quien le obligue a ser mejor creador; uno más astuto, ingenioso, una versión jamás vista de Edgar y nadie en la tierra.

—Tú no me amas, ni a mí ni a nadie. Necesitas misterios a resolver, por eso hemos funcionado.

'¿Hemos funcionado?', quería gritar su consciente moribundo, a punto de vomitar, amando y asqueando, con una última oportunidad de hablar antes de retorcer su torso y garganta en busca de quitar la planta creciendo dentro suyo.

El tiempo pasó lento estos años, y rápido en la oscuridad de la noche. Por eso, aunque besarle sería lo más bonito, lo necesario era:

—Gracias, Edo. Esta vez no podrás ganarme. Te esperaré en el libro... —sonrió, como cuando explicaba la trama de un cuento donde alguien asesinaba a otro en un cuarto cerrado, sin huída posible— si es que puedes encontrarme.

Lo próximo, por ser lo más grotesco de la realidad extraña donde vivieron, es inexplicable. Dolor era el generado por el ramo de lavanda que ahora goteaba por la boca de Poe, y horrorizaba a Ranpo, tanto como para alejarse del cadáver.

Así, Edogawa se alejó de todo lo relacionado a Edgar. Incluso del último libro, porque sabía bien que sí lo veía, desesperadamente se adentraría al mismo para ver una vez más al único capaz de hacerle amar a los humanos. Poe tenía una habilidad, más bien su maravillosa mente, tan sensible y dual, era lo especial de sus novelas. Y no hay cosa más interesante para un detective que preguntar por qué el criminal cometió el delito.

"¿Por qué me has amado?", cuestionaría, al encontrarlo. Al final, lo ficticio podía serle un confort ante la realidad.

Ranpoe; oneshots. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora