DÍA DE LA DECISIÓN

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Estoy mareada. Puedo sentir como los doctores jadean mi cuerpo. Llevándome de aquí para allá. Intentando salvar mi vida. Siento mi madre llorar, se cubre el rostro con ambas manos, pidiéndole a dios que me ayude. Papá, la abraza. Una enfermera les pide que abandonen la habitación. Y así lo hacen. Luego cierro mis ojos, y solo me queda sentir.

Un líquido frío recorre mis venas. Una máscara en mí rostro que me ayuda a respirar. Manos frías recorren todo mi cuerpo. Me desvisten y luego me visten. Calor. Sueño. Descanso.

"Me veo en casa. Con mis papas. Toco el piano. Ambiento la fiesta. Ahí esta Daniel, mi hermano. Está bien. Tías, abuelos, y por supuesto mi hija Anna. Que hermosa es. Esta grande...lleva puesto el vestido lila que le compré y lo estreno el mismo día de...de...no puede ser...que pasa... ¿Anna? Déjame alcanzarte. No te vayas. ¿Anna? Hija. Ven conmigo. ¿Anna? ¿Anna? Noooo..."

- ¡Hija despierta ¡- es mamá. Me sacude. Me dice que grite toda la noche. Que llamaba a Anna. Las enfermeras tuvieron que ponerme tranquilizantes. Y que golpee una de ellas. Tendré que disculparme luego.
Estoy en un hospital, "tuviste otra recaída" dijo mamá, "Esto no puede seguir así, ¿acaso quieres morir?", me increpó papá. Se que le duele. Se que les hago daño, pero la verdad es que ni siquiera yo sé que es lo que quiero. Ojalá pudiera decírselos.

Salí del hospital, dure allí cinco días. ¿Diagnóstico?, lo mismo que la vez anterior, intento de suicidio y depresión severa. Me recomiendan un centro de rehabilitación, pero creo que quienes tienen que rehabilitarse son esos malditos. En fin. No puedo hacer nada. Aunque quisiera ir, no puedo hacerlo. Mis padres no tienen para pagarlo.
Llegamos a casa. Bajo mis cosas del auto y camino con rapidez hacia mi cuarto. Quería estar sola y llorar como una magdalena. Al entrar a casa, toda la familia estaba reunida, dándome la bienvenida. Pero no era como en mi sueño. Faltaban Daniel y Anna.
Les recibí a todos con una sonrisa amable, hice un esfuerzo muy grande para que no sintieran mi desprecio y no se dieran cuenta de lo hipócrita que soy.
–Que bien que ya estás en casa. Estábamos muy preocupados – dijo la tía Lesly dándome un abrazo. Le amo es mi mejor amiga. Pero me siento fatal por todas las preocupaciones que les causo.
– Bienvenida prima– dijo Santiago dándome un pequeño toquecito en el hombro. Es casi que mi hermano, además fue mi primer hombre.
– Déjenla pasar– Era la voz de autoridad. Quien tiene la última palabra. La abuela. Me acerco a ella con mucho temor, sé que me dará un sermón, pero no puedo huir. Además, en el fondo quiero oírla.
–¿Abuela? – le digo. No le temo a ella. Le temo a sus palabras. Cada vez que ella le da un consejo a algún miembro de la familia, es como si el alma del mismo dios entrara en su cuerpo. Porque es una mujer que habla con honestidad y severidad. Al final, te hace reconocer el error que cometiste y te hace jurar enmendarlo. Y...ay de ti, si no lo enmiendas.
–Acompáñame – dijo levantándose de su silla ayudándose del bastón. Yo le eche una ojeada a todos que estaban reunidos tras de mí, y solo recibí miradas de compasión.
Camine tras la abuela por un largo rato en silencio entre el inmenso jardín. Yo me imaginaba lo que me diría, y ella caminaba campante. Su cuerpo, que estaba arrugado y encorvado, las enormes y pesadas faldas que le escurrían; y su hermosa melena blanca, que una vez fue completamente negra. Aun se le notaba la contextura de su cuerpo. Antes pude ver unas fotos de mi abuela cuando joven, y era realmente una mujer muy hermosa. Tanto que pudo ganar cinco años consecutivos el reinado de belleza de su pueblo, y estuvo a punto de pasar a las departamentales sino hubiera sido por haber quedado en embarazo de mi padre.
– ¿Clarisa? – me llamó. Me sacó de mis pensamientos.
– ¿Si abuela? – le dije mientras le ayudaba a apoyarse al bordo de una fuente. ¿Qué lugar es este? – le pregunté sorprendida por lo que había a mi alrededor.
–Aquí, es el lugar donde vi a mi padre por última vez. – me dijo tomando bocanadas de aire.
– Si, pero, ¿A quién le pertenece? – pregunté más confundida aún.
– A tu padre. Es herencia familiar. Pero no te sorprendas si él nunca te hablo de este lugar, es que aquí también fue la última vez que vio a su abuelo.
– ¿Cómo es eso abuela? – quería saber más. Tomé asiento y me puse cómoda, para escuchar la historia de la vieja.
– Verás. Cuando yo tenía tu edad; maso menos, me quedé embarazada de tu padre. Y fue algo maravilloso. Aunque en un principio no lo fue, y aunque mi padre no lo aceptara; pues era madre soltera, y eso no era permitido para las mujeres que tuvieran un buen estatus económico. Eso, en pocas palabras era, deshonrar la familia. Pues, como no tenía más que hacer, decidí quedarme en casa de mis padres para poder darle un hogar a ese niño que vendría en camino – la abuela hablaba con tanta lentitud y amor, que yo sentía trasmitirme en aquella época. Y poder sentir lo que ella sentía en aquel entonces – mi madre apoyaba mi embarazo y ella se enamoro más que nada de ese pequeño niño. En fin. Pasaron les meses y luego los años, y tu padre era un niño muy sano y fuerte. Mi padre también, con el tiempo lo acepto, y éramos una familia completa. Mi padre, era su padre y al mismo tiempo abuelo- la abuela soltó una enorme carcajada – jamás supimos ni necesitamos nada del verdadero padre de Javier. Hasta aquella mañana. Mamá y yo estábamos pilando el maíz para prepara la mazamorra, y tu padre y su abuelo, regresaban de cortar la leña para el fogón; entonces en el umbral, se aparece él. Bien vestido, con buen porte, y ensillando un caballo. Se bajo del caballo, y se acercó a Javier. Este se escondía de entre las piernas de mi padre. Papa, confundido, porque no habíamos sabido de él en mucho tiempo, pero entendía a que venía le pregunta, "¿qué es lo que quiere?; entonces Orlando, el padre de Javier le responde, "conocer a mi hijo". Inmediatamente sacó dos bolsas de tela de su bolsillo, y se la tiro a mi hijo a sus pies. Este las tomó y me las entregó a mí; yo estaba viéndolo todo desde el marco de la puerta que da a la cocina. Los abrí y adentro, había muchas monedas de oro. "quiero llevármelo", Dijo Orlando con frialdad. – La abuela ahora tenía un pañuelo secándose las lágrimas que no pudo contener. Y yo le acompañe. – "por encima de mi cadáver", le reto mi padre – continuo la abuela.
Entonces Orlando, con cara de que pareciese que mi padre se lo fuera a decir, desenfundo su arma y su tiro impacto a mi padre en el pecho. Este cayó, no sin antes dispararle en la cabeza, también. Orlando se desplomó en el suelo, y la sangre se mezcló con la arena. Mi madre y yo corrimos desde la cocina a auxiliar a mi padre. Este se aferró a Javier, y no lo soltó, si no hasta que cerró sus ojitos – la abuela contó su historia con mucha tristeza. Cada tres palabras paraban para poder respirar y contener otra vez las ganas de llorar – antes de que falleciera tu abuelo, nos dijo. "tomen el dinero, y váyanse de aquí. Dale un futuro a tu hijo"; me dijo a mí. A mamá le dijo, "Estoy orgulloso de poder concerté. Has sido y serás siempre mi gran amor", y a mi Javier; tomándolo entre sus manos, le susurro algo en el oído que hasta ahora nunca he sabido. Después de eso tu bisabuelo falleció. - hubo una breve pausa. Ambas nos secamos el rostro, y luego nos quedamos lelas viendo el revolotear de unas mariposas. Y prosiguió, aún con la mirada perdida. - Mi madre falleció sin saberlo. Y tal vez me toque a mí también morir sin saber que le habrá dicho mi padre al tuyo. Pero no me preocupa. Sea lo que sea que haya dicho, fue lo mejor, porque debido a eso, tu padre es hoy el hombre fuerte y sabio que conozco. Verlo a él, es ver a mi padre. Solo que en una versión más joven – la abuela dijo en medio de una sonrisita. Tomo mis manos entre las suyas. Estaban suaves a pesar de su piel reseca.
– ¿Ahora te preguntaras porqué te cuento todo esto? Es para que aprendas algo – es aquí donde viene el sermón, o más bien, las palabras duras de la abuela. Las sabias. Las que te hieren, pero ella te las dice con amor – tu padre aquel día, no solo perdió a su abuelo, sino a un padre. Perdió el alma con la que él se identificaba. Pero también perdió a su verdadero padre; un hombre que jamás había visto pero que él quería conocer, y no fue de la mejor manera. Y, aun así, con todo ese dolor; se convirtió en el hombre de la casa. Ha conformado una familia, y nos mantiene a todos unidos. Tu hija y tu hermano no están. Pero eso, no es excusa para seguir la vida – yo me abalancé a los brazos de mi abuela, y lloré como una niña chiquita como lo hacia antes. Esta sin compadecerse, me tomo con fuerza entre sus manos y me hablo con firmeza – Tienes que ser fuerte. No te dejas vencer por los obstáculos que la misma vida te pone. Todo tiene una razón, y si dios ha puesto la muerte en el camino de la vida de estos dos seres queridos, ha sido porque una muy buena causa. Sánate. Y aprenderás a vivir. Perdona, y aprenderás a amar. Vive, y sabrás disfrutar de esta misma. Ya no sentía las ganas de ir a mi habitación a llorar. Me había desahogado con mi abuela. Y me sentí mucho mejor. Ahora la abuela me contaba historias de mi padre de cuando era pequeño, y era muy gracioso. La abuela lo contaba como si fuera ayer. Aun conservaba esa energía de joven, y además de ser madre, padre e hija al tiempo, nunca dejó de ser mujer. Al igual que su madre.
–Oye abuela, ¿qué edad tenía mi padre cuando sucedió todo? – La curiosidad quería matarme.
– Tenía 10 años- contestó.
– Para comprender la vida a los 10 se necesita mucha practica – le dije en burla. Y ella contesto de la misma manera:
– No si tienes un buen maestro – dijo refiriéndose a su padre – Vamos, la familia tiene una sorpresa para ti.

Le ayude a ponerse en pie, y caminamos juntas de la mano, ahora no guardábamos silencio; ella canturreaba, tenía una voz hermosa, y yo dejaba que esa melodía llegara a mi alma.
Al llegar a casa el ambiente era agradable. La tía Lesly y mamá terminaban la cena. EL primo Santiago y su hermano menor Tomas, ayudaban a poner la mesa. El tío Francisco (hermano de mí madre) y su esposa, cantaban animando para que todos trabajaran bien. Y la abuela se les sumo. Era una especie de ritual que ni siquiera ellos mismo lo notaban. Yo sí. Me gustaba ver a la familia feliz, y reunida; pero siempre había un vacío allí, y era imposible no pensar en eso. Mi padre Javier, que notó mi rostro triste, me tomo del brazo y me llevo al jardín.
– ¿Me acompañas con un cigarrillo? – me dijo mientras sacaba la cajetilla de sus bolsillos. Y asentí.

Encendimos el cigarrillo en silencio, y disfrutamos del humo, en pleno verano.
–La abuela me contó la historia. De tu abuelo y tu... – me percate de que mejor era guardar silencio. Él ya lo había entendido.
– Nunca nos hablaste de este lugar – Le dije.
– Por que no es un tema que me guste recordar – me comento – cuando me case con tu madre – continuo –supe que el pasado debía enterrarlo, y darle un hogar, así que por decidí regresar.
– ¿Me contaras? – le pregunte.
– ¿Quieres saber que me dijo? – dije que si .
– Me dijo, "Se el padre para tus hijos. El que tu siempre quisiste, y el que no pudo ser" Y murió.
– Eres el mejor papá del mundo – le dije.
– Oigan, vengan a comer –Tomas nos interrumpió. Y pasamos a la mesa.
Una vez allí, luego de la oración a dios, en agradecimiento de que me halla traído a casa una vez más, y que parte de la familia este reunida; disfrutamos del festín.

Me gustaba todo. La familia. Mi casa. Mis padres y mi abuela. Todo me gustaba, y en cierto modo entendía a la abuela, y a mi padre; y al mismo tiempo a su padre–abuelo. La vida continua. Así que era mejor internarme. Y cuidarme. Anna no quisiera ver que su madre se derrumba poco a poco. Y lo hacía también por Daniel; él siempre me admiro porque siempre alcanzaba lo que me proponía. Así que, le daré la noticia a la familia. La tía Lesly, tomo una copa e hiso un pequeño toque con un cuchillo para llamar la atención de todos. casi 15 personas, presenciábamos todo.
– Bien. Ahora que tengo su atención, y que todos estamos aquí, es hora de entregar la sorpresa – lo decía con mucho entusiasmo en su rostro. Y dejo caer algunas lágrimas.
–Clarisa. Querida. Todos sabemos el dolor tan grande por el que debes estar pasando. Créeme, que también nosotros lo sentimos. El dolor por la pérdida de un hijo no se puede sentir si no es que lo vives en carne propia, pero todos podemos hablar de la perdida de un hermano o padre – La tía Lesly se refería un hermano que perdieron ella, el tío Francisco y mi madre cuando estaban pequeños. Murió a los tres años. Tenía complicaciones.
– ¡Yo nunca lo he sentido ¡- dijo Tomas. Es tan pequeño e inocente, me provoca mucha ternura. Todos se echaron a reír.
– Ojalá nunca te toque- dijo la abuela – ahora no interrumpas.
Guardamos silencio y la tìa Lesly continuo.
­ – Sabemos que quiere cambiar la situación, por eso todos aquí reunidos, quisimos ayudarte en ese cambio. La tía Lesly, hiso pasar una caja pequeña, por entre todas las personas, que llego hasta mi al otro extremo de la mesa. Di las gracias, pero realmente estaba muy nerviosa. Todos hicieron porra de animación para que abriera la caja. Y así lo hice.
Dentro de la caja, había una carta. Que decía "Léela cuando estés a solas" y la deje a un lado de la mesa. Luego, envuelto en una hermosa tela blanca, separado por ligas habían mas de 5 millones de pesos. Mi cara de sorpresa y preocupación fue lo que recibieron los invitados. Pero la tía Lesly siempre calmaba el fuego. Se acercó a mi rodeando la mesa.
– Querida, es para que puedas pagar tu tratamiento. Ya hemos encontrado un lugar, pero, si quieres puedes escoger el que más te gusté.
No pude hacer nada mas que llorar. Me derrumbe ante todos. y todos me acompañaron con sus lágrimas. En el salón solo se escuchaban lloriqueo y rezongadoras de mocos, se abrazaban unos a otros, y la tìa Lesly, me abrazaba a mí. La abuela, desde el otro extremo de la mesa se levantó y dijo: "que llorones, iré a preparar el café" y salió del umbral.
Y tomas. Tomas, que no le gusta ver llorar a nadie, además porque también es muy pequeño para entender, preguntó "¿Lloras porque no puse mi parte del dinero?, es que aun soy pequeño y no puedo trabajar"

Todos los presentessoltaron carcajadas. Y nos abrazaron más fuerte.

EL PEOR ENEMIGODonde viven las historias. Descúbrelo ahora