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La nieve adornaba aquella ciudad fantasmal, le retrataba cual cuento de hadas, pequeñas casas con humo de las chimeneas y tejados completamente blancos, árboles secos con copos cómo adornos en sus ramas y al final de la calle principal una casa al...

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La nieve adornaba aquella ciudad fantasmal, le retrataba cual cuento de hadas, pequeñas casas con humo de las chimeneas y tejados completamente blancos, árboles secos con copos cómo adornos en sus ramas y al final de la calle principal una casa algo más grande que las otras, construida en piedra, con dos pequeñas torres a cada lado, un castillo diminuto comparado con las grandes secuoyas tras este; en la entrada un cartel con un gran anuncio rojo encima: vendido.

Nunca se había visto a unos padres tan felices, Rosmerta bajaba su cámara y el respectivo trípode para la primerísima foto familiar en la casa, su esposo sujetaba al pequeño que comía nieve y este se retorcía cómo un gusano en sus brazos, la hija mayor de la familia miraba el paisaje desde el pórtico, poco a poco se acomodaron todos para retratar a la nueva familia de la vieja casa.

-Ve a explorar Luci -habló el señor Friedman subiendo la gran maleta roja a la entrada-mejor aún, ve con Nate - su mirada viajo al niño pequeño que comía nieve, estaba envuelto en un traje rojo, parecía una estrella roja de navidad, incluso tenía un cascabel en la gorra. La muchacha asintió emocionada a su padre, sujetó al niño de la mano, este se levantó obediente y con unos mini pasos se acercaron lentamente al centro del pueblo.

No había mucha acción en ese instante, sólo se podía escuchar el sonido del viento, que gracias a las estrechas calles parecía un silbido y la nieve crujiendo bajo las botas azules de la muchacha hacían que el pequeño Nate quisiera pisar fuerte para producir el mismo sonido. Alicia estaba encantada con los hermosos árboles secos a los lados de cada casa, de pronto, en medio de sus pensamientos Alicia sintió un escalofrió pasando por su espalda, sintió una mirada, al volver la vista no encontró nada fuera de lugar.

A las 6:15 am la gran campana de la iglesia resonó en todo el pueblo, las personas vestidas con su mejor ropaje se dirigían en silencio al culto, casi parecía una marcha. Alicia levantó al niño y lo puso en su espalda mientras veía con cierto desconcierto a las personas caminando cual soldados, en línea recta y sin expresión facial alguna. La mayoría eran ancianos y mujeres con sus respectivos esposos, nadie hablaba, o eso creía la chica, hasta que el río de personas comenzó a rodearla para continuar su camino, y todos la veían, las mujeres susurraban, los ancianos negaban con la cabeza, una mujer larguirucha y delgada ahogo un grito cuando vio al bebé en la espalda de su hermana.

La joven pensó que todos allí se conocían y sería curioso ver a alguien nuevo, no puso atención, solo veía con detenimiento cómo el gentío se formaba enfrente de las grandes puertas de madera cerradas de la iglesia. Nadie decía nada, solo unas cuantas miradas volvían a ella; unos segundos más tarde, las puertas se abrieron dejando ver una oscura sala llena de sillas con un altar en frente, las personas entraban en orden, pero algo perturbo el mar de calma, alguien dio un grito, las frías miradas estaban fijas de nuevo en la forastera, que agarraba con fuerza a su hermanito.

-¿Qué le pasa a esa muchacha? -susurró una mujer a su esposo, mientras él tenía un gesto despectivo frente a la extranjera, Alicia no entendía por qué la gente la miraba a ella y no a las otras chicas que abrieron las puertas de la iglesia: 5 jovencitas con vendas cubriendo toda su cabeza, su cabello no se podía ver, era terrorífico solo pensar en mujeres con sus cabezas cubiertas para luego descubrir que donde se ubica su boca, las vendas tenían dibujada una sonrisa con un líquido realmente parecido a la sangre, después de detallarse mejor, observó que las manchas rojas no solo se ubicaban alrededor de la sangrienta sonrisa, algunas muchachas tenían machas rojas donde irían sus ojos y oídos. Alicia estaba segura, eran chicas, a pesar de lo holgado de sus vestidos se podían ver sus senos dibujados.

-Niña inculta - bufó una anciana mientras seguía el camino a su silla de siempre, frente al cura. Todos continuaron con su rutinaria entrada, no sin antes lanzar una gélida mirada a la nueva habitante del pueblo; al entrar la última persona, las mismas 5 señoritas cerraron la puerta, tenían vestidos tan blancos y largos que se confundían con la nieve, lo único que las diferenciaba entre ellas era el tono de su poca piel visible, en sus manos y sus cuellos. Una de ellas, la más pálida, de manos largas y huesudas, dejó su cabeza en la dirección de Alicia mientras lentamente cerraba la puerta y la sonrisa se hacía cada vez más oscura para al final ocultarse, dejando así aterida a la hermana mayor de aquel niño de traje rojo que comenzó a llorar.

La chica no lo pensó 2 veces, acomodó al pequeño en su espalda y corrió a su casa, se había alejado varias manzanas, por suerte no había dejado de caminar en línea recta a su salida, pues todas las calles parecían iguales. Minutos después dejó al niño en el suelo, ya había parado de llorar gracias a la emoción que le brindó saltar en la espalda de su hermana.

-Qué bueno, volviste hija - la recibió su madre, una mujer de cabello corto y ondulado, ella no era naturalmente rubia, pero lo parecía gracias a su piel blanca y el constante mantenimiento que le hacía, era alta, esbelta y guapa, usaba un llamativo vestido rojo que hacía juego con el de aquel bebé que gateaba en el suelo -¿ya recorriste todo el pueblo? -abrió sus grandes ojos negros llenos de alegría.

-Mamá, la gente, ¡están locos!

-Lo sé hija, ¿quién deja que las arañas decoren su casa tan cerca de navidad? -dijo cómo la gurú de la decoración que es, o bueno, que aspiraba ser, después de 10 años de estudiar medicina, la madre de Alicia había decidido iniciar el estudio (por correo) de su segunda pasión, la decoración.

-Mamá, es en serio, fui con Nate a la iglesia y...

-Oh hija, ¿fuiste a la iglesia?, que maravilla, dicen que es muy hermosa, me alegra que te intereses por ella-añadió su padre que bajaba por las escaleras.

-¡Atención por favor! -la muchacha irritada jaló a su padre de la manga - había muchachas con vendas y sangre en sus bocas, la gente me miraba a mí ¡no a ellas! Nadie decía nada, y cuando me sorprendí me miraron cómo una loca.

-Oh hija, no -dijo comprensiva su madre levantando a su hijo del suelo y sacudiendo su trajecito -el hombre que nos vendió la casa nos explicó esta costumbre amor, ellas acaban de cumplir la mayoría de edad y es tradición aquí que por alguna razón no pueden hablar o algo, ¿cierto Jonathan?

-Es verdad. Tú no te preocupes princesa, además no es sangre- dijo el señor Friedman, un hombre robusto, que usaba normalmente abrigos de leñador, pantalones largos y botas, nadie al verlo pensaría que era uno de los jueces más respetados y reconocidos, más bien un cazador, pues su barba negra lo convertía en un hombre imponente -¡sería una injuria!, no es nada Luci -hizo una breve pausa -bueno, Rosmerta -se dirigió a su mujer - llama a los decoradores, quiero ver esto cómo una taza de té -ordenó a su esposa.

Horas más tarde y bajo la dirección de Rosmerta había varios hombres sacando vigas de madera vieja, bajando candelabros, revisando luces, cambiando el tapiz rojo que se tornaba café por su antigüedad; varias mujeres limpiaban el polvo, cambiaban baratijas, pulían los vitrales alrededor de la casa, para al final del día dejar todo cómo un auténtico castillo de la realeza.

Ya en la tranquilidad de la noche, la joven no podía dormir y se preguntaba quién podría hacerlo después de presenciar semejante acto tan oscuro. Se dedico a distraerse, pues su mente comenzó a jugar con ella, escuchaba crujidos en el suelo de madera, pasos, pequeños golpes... aunque no era extraño para ella, desde que tiene memoria sus noches son algo más tenebrosas que las del resto, siempre veía sombras dibujadas en las paredes, escuchaba gatos chillando en el tejado, a veces incluso susurros; sus padres no tenían idea de esto, ya que después de un tiempo descubrió que con la luz encendida podía dormir en esas malas noches; para su mala suerte, esa noche no había luz, pues se encontraron varios transformadores quemados. Su única opción fue dirigirse al pequeño escritorio y prender una vela. Al hacerlo, el aire se escapó de sus pulmones y casi sintió como su corazón subía a su garganta... La sombra de un hombre en la pared, esta vez más nítida que nunca, casi pudo sentir una presencia tras ella, cerró sus ojos con fuerza y al abrirlos ya no estaba allí, su mente jugando de nuevo, o por lo menos la joven trató de convencerse de ello.

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