• 𝐂𝐚𝐩í𝐭𝐮𝐥𝐨 𝐗𝐗 - ¿𝙴𝚜𝚝𝚘 𝚎𝚜 𝚛𝚎𝚊𝚕?

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Daban las 2:00 a.m. y Dufresne estaba por rendirse al sueño. Esperaba a Chris para planear lo del viaje a USA, pero el capitán no aparecía. Hacía ya un par de horas que se había cansado de llamarlo. Desistió de seguir en vela, de todas maneras, su vuelo se había retrasado y partirían después de mediodía. Se acurrucó sospechando dónde se encontraba, era de hecho más que obvio. Katherine tampoco respondió a sus llamadas ni mensajes. ¿Dónde más podría estar a esa hora? ¿Hablando con el jefe? "Posible, pero improbable", concluyó.

"¡Chris tiene una aventura, y no me ha dicho nada!". Se le hacía disparatado, aunque esa fuera precisamente la naturaleza de los amoríos "¡Y qué disparate tan grande estar desaparecido a esas horas!". 

Su intento de conciliar el sueño fue interrumpido por sus teorías para explicar el romance que esos dos tan bien ocultaban. Calculó y recalculó en qué momento se había gestado, en sus narices. Le causaba una gran indignación no saber ningún detalle al respecto. Pero, por otro lado, era comprensible que su amigo no lo anduviera gritando a los cuatro vientos. Estaba comprometido y de seguro quería evitarse la vergüenza de ser juzgado por otros. 

Suspiró, el amor era tema viejo en su vida. No pudo evitar extrañar a Mathieu. Recordó la manera en la que se levantaba de la cama, siempre del lado derecho, bajando primero una pierna, la derecha también, y luego la otra.

Habían negociado quién tendría qué lado en el dormitorio mucho antes de pensar en casarse. A Bruce no le importaba salir de las cobijas por la izquierda o por la derecha, pero para Mathieu era un ritual imprescindible; al igual que las muchas otras supersticiones que regían su rutina. Bruce le concedió así muchos pequeños caprichos, como el de apoyar la sal, o el de no pasar ningún cuchillo o tijeras directamente a las manos; ni nombrar espejos rotos, gatos negros o males de ojo.

Lanzó unas buenas risotadas aprovechando que no había nadie más en la habitación, recordando lo gracioso del gesto disgustado y lleno de desaprobación en la cara de su esposo mientras él pasaba muy tranquilo por debajo de una escalera, solo para molestarlo. Tal provocación no quedaba impune; ni bien ponían un pie en casa, Bruce era obligado a lanzar sal, tres veces, con la mano derecha sobre el hombro izquierdo; "Para cegar al diablo", le decía su esposo muy convencido. Y si protestaba en el proceso, Mathieu lo regañaba.

—Fuiste tú el que quiso pasearse por debajo de la escalera... ¡otra vez!

Nunca llegaron a la etapa de odiar las pequeñas manías que el otro reclamaba como urgentes. Quizás con los años, después de unas cuantas peleas, a Dufresne le hubiera llegado a ser fastidioso tener que dejar los zapatos en la entrada o soportar la herradura a modo de adorno tras la puerta de la cocina, pero nunca llegaron a esa etapa.

—¿Pero tú de dónde sacas estas cosas? —le preguntó riéndose la primera vez que vio la herradura.

Es una tradición finlandesa.

𝚂í𝚗𝚍𝚛𝚘𝚖𝚎 𝚁𝚎𝚍𝚏𝚒𝚎𝚕𝚍 - 𝙿𝚊𝚛𝚝𝚎 𝟷, 𝚅𝚊𝚌𝚞𝚗𝚊Donde viven las historias. Descúbrelo ahora