28 de abril de 1937.
—¿Y no te da miedo?—preguntó la morena tras unos minutos de silencio.
Alba dejó de beber de su café inmediatamente y la miró con curiosidad. Aquella mujer no dejaba de sorprenderla. ¿Miedo? ¿Tener 21 años debería darle miedo? No entendía nada.
—¿Tener 21 años?—preguntó curiosa la valenciana.
—No—negó Natalia—. Me refiero a no tener marido aún, ¿estás prometida?
Alba se sintió un poco decepcionada después de aquella pregunta, si bien era cierto que se encontraba continuamente con mujeres supeditadas al interés masculino, nunca dejaba de dolerle en el pecho. Eran sus derechos y a veces se sentía sola luchando. No era algo de socialistas, era algo de todas, daba igual cuáles fueran tus ideas. O tu clase social.
—Bueno, supongo que se ve de una manera diferente cuando estás casada. Lo comprendo. Pero, con el debido respeto, no creo que el principal cometido de una mujer sea casarse y tener hijos—Alba lo comentó con cautela, tampoco le apetecía que aquella mujer se sintiera amenazada.
—Disculpa si te he importunado, no lo pretendía—la rubia unió los labios con una fuerza destensada y no pudo evitar mirarla con lástima: era fruto de una sociedad que la pretendía sumisa.
—¿Tienes hijos?—decidió preguntarle Alba, normalmente las mujeres casadas solían hablar con ilusión de sus hijos y ella solo pretendía que se olvidara un poco de lo que había sufrido en la calle, lo demás era historia.
—No—sonrió la morena—, mi marido y yo lo estamos intentando. Pronto, si Dios quiere.
Alba asintió y le sonrió casi con pena. Le daba rabia, la llenaba de ira tener delante a una mujer de apariencia libre, fuerte, luchadora, reducida a ser la mujer de.
Le quedaba tan bien el rojo, el color de la pasión, de las ganas de vivir, de los ojos brillantes, ella tenía una luz tenue, apagada, realmente no era posible percibir en sus ojos sentimiento alguno. Los espejos de su alma. Se le estaba comenzando a contraer el corazón.
—¿Vives sola?—esta vez fue la morena la que preguntó, aunque un poco recatada, a Alba dejó de impresionarle su manera limitada de preguntar las cosas. Parecía que siempre le faltaba algo, libertad quizás, pensó la rubia.
—Sí—respondió, y se adelantó a la siguiente pregunta—, trabajo.
No quiso decirle dónde trabajaba. No había montado un periódico donde todos los trabajadores usaban pseudónimos para nada. No iba a exponer su identidad a la primera de cambio. ¿Moriría por la causa republicana? La respuesta era clara.
—¿Eres periodista?—la rubia frunció el ceño y dejó rápidamente la taza encima de la mesa. Esto traería problemas.
—¿Por qué dices eso?—cuestionó la rubia, las manos le comenzaron a sudar y se obligó a sí misma a forzar una sonrisa—. Traduzco libros del francés e inglés al español.
—Ah, por Dios—rió levemente la morena—. He visto la máquina de escribir sobre la mesa y directamente he pensado que eras periodista. A veces soy un poco clásica.
Alba se unió a su leve risa casi por instinto. Supo que podía respirar tranquila, su secreto (casi a gritos) seguía a salvo.
—¿Entonces sabes hablar francés e inglés?
—Un peu—Alba agradeció que su abuela paterna le hubiera enseñado un poco de su idioma durante su niñez y deseó que a la morena no se le ocurriera preguntar si sabía hablar inglés—. Realmente lo entiendo mejor de lo que lo hablo y lo escribo mejor de lo que lo hablo también.
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Susurros | ALBALIA.
Historical Fiction-Vámonos de aquí, te prometo que seremos más felices-hablaba en susurros y con los ojos iluminados por las llamas. -No puedo Alba, no lo puedo dejar-ella cada vez se alejaba más y miraba hacia todos los lados por si alguien notaba su presencia, tení...