29 de abril de 1937.
Siempre se le había dado mejor cuidar de las amigas que de los chicos, ya se lo decía su madre:
—Hija, tienes que aprender a apreciarlos, ¿que no ves que sin ellos no vas a poder formar una familia?
Alba entonces asentía y le sonreía a su madre:
—Es que los chicos son muy tontos, mamá— y aquella mujer se reía y le advertía que vigilara su lenguaje.
Fue ella misma la que que cuando se enteró de lo que decían de su niña por el pueblo, lloraba. Ella nunca lo había acabado de entender, pero no era por eso que lloraba, sino porque hablaran de su hija como lo hacían. Como una apestada. No estaba enferma, Alba no iba a ir a ningún psiquiátrico.
—Alba cariño, lo mejor será que te vayas a Madrid—su madre le sonreía amargamente y ella no podía retener las lágrimas—. Allí la gente es diferente cielo, piensan abierto, no te van a juzgar. Aquí, sin embargo, todos en el pueblo te miran como si estuvieras enferma—le cogió a su hija las manos y se las apretó con fuerza—. Alba yo nunca entenderé lo que es la homosexualidad, pero si tú lo eres, cariño a mí no me importa, yo solo quiero que no sufras.
Alba abrazó a su madre entonces y ambas se fundieron en lágrimas. Sabían que iba a ser difícil, pero la rubia tenía claro que lucharía porque algún día la diferencia no se viera como algo aberrante, sino como algo nutritivo para la convivencia en sociedad.
No fue hasta que llegó a Madrid que observó que la realidad estaba lejos de parecerse a las palabras que su madre le dedicó mientras les cubría a ambas los ojos una fina capa de agua salada. En Madrid también te vetaban, te denunciaban y te mandaban a la cárcel.
En 1937, la sociedad madrileña tampoco concebía la libertad individual como elección de uno mismo. Y ya comenzaba a escucharse que a Lorca lo habían fusilado en 1936, "por rojo y por maricón", cerca de su ciudad natal, y fue Alba la que escribió sobre él un artículo, "le han arrancado la voz porque no estaban de acuerdo con su forma de vivir su vida", era una de las sentencias que había escrito ella, lo firmó como María Magdalena de la Torre García. Y añadió los versos de Lorca, donde parecía que hablaba de su muerte:
Cuando se hundieron las formas puras
bajo el cri cri de las margaritas,
comprendí que me habían asesinado.
Recorrieron los cafés y los cementerios y las iglesias,
abrieron los toneles y los armarios,
destrozaron tres esqueletos para arrancar sus dientes de oro.
Ya no me encontraron.
¿No me encontraron?
No. No me encontraron.
Pero se supo que la sexta luna huyó torrente arriba,
y que el mar recordó ¡de pronto!,
los nombres de todos sus ahogados.
Madrid no era el paraíso que su madre le había contado entonces.
"—Allí nadie te cuestionará las decisiones que tomes para tu vida, hija, ya lo verás. Yo te quiero cielo, por eso quiero que te vayas de aquí. Porque ningún hombre te corte las alas". Claro que entonces Alba tenía 18 años, era 1934 y el final de la República se preveía imposible entre los republicanos.
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Susurros | ALBALIA.
Ficción histórica-Vámonos de aquí, te prometo que seremos más felices-hablaba en susurros y con los ojos iluminados por las llamas. -No puedo Alba, no lo puedo dejar-ella cada vez se alejaba más y miraba hacia todos los lados por si alguien notaba su presencia, tení...