Paciente 1

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El muchacho observó la habitación, en la cual llevaba varios días encerrado, con mucho detenimiento. Las cuatro paredes estaban cubiertas de espejos enormes, incluso la puerta que permanecía constantemente cerrada estaba camuflada bajo los reflejos. Su figura estaba por todas partes, se multiplicaba dando la sensación de ser miles allí dentro siendo que estaba cautivo únicamente con su alter ego.

Aquel que vivía en su mente como un huésped intermitente. Lo odiaba, detestaba ver su reflejo y saber que no era el único que controlaba su cuerpo. Temía de sus propias acciones cuando él se apoderaba de su cuerpo pues en cuanto se iba se llevaba consigo sus recuerdos.

Carlos se abrazó a sí mismo, estaba temblando, incapaz de moverse, aunque quisiera. No tenía fuerzas para seguir gritando en un intento de que alguien lo sacara de aquel inhóspito lugar. El dolor de cabeza producto de las lágrimas y de la voz que protestaba por salir aumentaba por momentos. Punzadas lo atravesaban haciéndole llorar aún más de puro sufrimiento.

—¡Para! ¡Para ya! Te lo suplico... — Sollozó el chico escondiendo su cabeza entre sus piernas flexionadas y rodeando estas con sus brazos.

Lo mejor para ambos es que me dejes tomar el control.

—No... No puedes hacerlo, harás que nos maten—. Susurró Carlos con temor de que alguien más lo escuchase.

No si yo lo mato primero. Nos voy a liberar, solo déjalo en mis manos.

Sus ojos llenos de expresividad se abrieron por completo mientras levantaba la cabeza. El espejo que había delante de él le devolvió la mirada que pasó de ser asustada a una llena de determinación y furia. Siempre era así, repentino, inesperado, desesperante. Cuando él tomaba el control Carlos solo podía observar, como si aquel cuerpo no fuera el suyo, como si él no fuera más que un mero espectador cuando en realidad su otro yo lo estaba utilizando como ejecutor de sus acciones. Y cuando por fin podía retomar el control de sí mismo... Una laguna mental era lo único que hallaba, olvidando por completo lo que había visto o hecho.

Lo siento, Carlos... Ya me lo agradecerás más tarde. Afirmó con una macabra sonrisa esa otra personalidad que ocultaba en su interior quien ahora llevaba las riendas de la situación.

Con dificulta, por culpa de haber estado en la misma posición durante mucho rato, se levantó del suelo y se sacudió de sus pantalones el polvo inexistente. Se estiró con cuidado antes de fijar su primer objetivo, romper aquellos horribles espejos que atormentaban a ambas personalidades de aquel único cuerpo.

Se colocó en una de las paredes y con algo de impulso corrió hacia la contraria poniéndose ligeramente de lado para que el impacto con el cristal lo recibiera su hombro. La rabia destilaba por cada poro de su piel, la adrenalina del momento y su obsesión con escapar le ayudaron a que el golpe fuera más certero, consiguiendo que una pequeña grieta se formara en el cristal reflectante. Repitió aquel movimiento cuantas veces hizo falta para que aquello se agrandara. Con un puñetazo lleno de ira de su parte logró que varios trozos cayeran al suelo y después de aquello el caos reinó en el pequeño cuarto.

Tiró trozos de espejo contra los otros, pateó, pegó y arrancó con furia las infinitas imágenes que le devolvían la mirada con locura incrementando su desesperación, oyendo el llanto de Carlos en su interior quien estaba asustado de todo lo que no podía detener.

Su cuerpo quedó algo rasguñado, pues se había cortado varias veces sin haberse percatado de ello. Las paredes ahora ya no reflejaban su sufrimiento ni su persona... Estas eran acolchadas, blancas, impolutas e igual de frustrantes. No habiendo acabado con su meta propuesta cogió un pedazo de espejo y empezó a acuchillar las paredes, rasgándolas como si de un monstruo se tratara, imitando las grandes garras de un animal hambriento.

Orgulloso de su logro rio con soberbia antes de sentarse en uno de los rincones de la habitación, cansado pero contento de haberle puesto las cosas más fáciles al débil y frágil ser que cohabitaba con él.

Agachó su cabeza y negó divertido mientras balanceaba ese pequeño trozo de espejo que aún conservaba en su mano y en cuanto una sirena lejana empezó a oírse y una luz roja iluminó el cuarto soltó su arma, dejándola caer al suelo y se dejó ir, otorgándole el control al verdadero Carlos.

—¿Q-qué...? — Murmuró con voz rota el chico al abrir sus ojos y levantar su cabeza.

Desconcertado contempló todo, sintiéndose desorientado, perdido en la bruma, nuevamente paralizado. La alarma resonaba en su cabeza, la luz escarlata bañaba su cuerpo como la sangre misma y viéndose atrapado en un crimen del que no era consciente el terror lo consumió.

—¡Yo no he sido! ¡Ha sido él! ¡Yo no quería! ¡Yo no quería! —Gritó a toda voz siendo presa de sus miedos.

Las luces parpadeaban a su alrededor, unos pasos en el exterior del cuarto se acercaban, acompañados del tintineo de unas llaves que le resultaban demasiado familiares. Miró al techo, en las esquinas, las cámaras parecían mirarlo fijamente, juzgándolo, amenazándolo, culpándolo de todo.

—¡No quiero más pastillas! ¡Por favor! ¡Yo no he sido! ¡Él me ha obligado!

Jorge se detuvo frente a la puerta del paciente 11/1011 y buscó su historial con calma, sin prestar atención a los gritos y suplicios del allí encerrado.

Trastorno de identidad disociativo también conocido como desorden de personalidad múltiple. El sujeto presenta dos personalidades, la primera y la dominante de carácter apacible, temerosa y sumisa; la segunda rebelde, impulsiva e irrefrenable. Ya suponía cuál había sido la situación pues Carlos seguramente había estado bajo posesión de su otro yo y había destrozado toda la habitación.

Era un paciente interesante, sin duda, le fascinaba ver los progresos que tenía y le entretenía escuchar las conversaciones que mantenía a veces consigo mismo.

Guardó con cuidado su historial médico y cogió una pequeña pastilla de color amarilla, esa que aumentaba todos los síntomas de su trastorno, esa que acrecentaría el sufrimiento de Carlos Riera en cuanto se la tomase. No sentía ningún tipo de remordimiento por lo que iba a hacer pues la culpa nunca había formado parte de él.

Cogió la llave correspondiente a la celda y procedió a abrir la puertapara continuar con la tortura.

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