Capítulo 15

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“¡Estoy viva!”, fue lo primero que pensé al abrir los ojos en una oscura habitación. Una segunda oportunidad… Los ángeles me habían dicho que me darían una segunda oportunidad. Supe que me levantaron desde el abismo adonde estaba cayendo, pero de lo que me sucedió después, no tenía memoria. ¿Acaso había resucitado? ¿Dónde estaba? ¿Qué había ocurrido?

Todo estaba demasiado oscuro así que supuse que debía ser de noche, no sabía qué hora exactamente. Me toqué el abdomen, aún sin moverme de la cama, y no sentí nada de ese dolor horripilante que había sentido hacía tan poco. ¿Se me había sanado la herida también? Era posible ya que los ángeles habían obrado un milagro en mí.

Me sorprendí porque parecía tener una camisola puesta. Probablemente alguien me había llevado a ese lugar y luego también me había cambiado.

—¿Ned? —llamé en voz alta, esperando ver a mi chico entrar a la habitación, con una sonrisa radiante al verme despierta. Pero ese no fue el caso, no escuché nada ni a nadie en ese lugar. Tan solo se escuchaba el cantar de los grillos afuera.

Al segundo de haber hablado, me di cuenta de algo muy extraño. Mi voz no sonaba igual… De hecho, sonaba muy diferente, por lo que inmediatamente entré en pánico.

“¡¿Qué está sucediendo?!”, pensé desesperada mientras me levantaba y buscaba el interruptor de la luz en la mesita de noche al lado de la cama. La encendí y me miré. Mis manos se veían un poco más grandes, el color de mi piel era un tono más oscuro. Examiné mi cuerpo y mis pies. Todo era diferente.

—¡Dios mío! —exclamé del susto que me llevé. Caminé hasta el espejo que estaba colgado en una pared, para mirarme con más detenimiento.

Pegué un grito casi ensordecedor al ver la imagen que me devolvía. Aquella chica no era yo. Yo no tenía el cabello oscuro, ni los ojos negros. Mi piel era pálida y ahora tenía un tono aceitunado. Mis labios eran mucho más finos; yo era bastante menos robusta, y mi estatura era un poco menor. ¿Cómo había pasado esto? ¿Me habían dado otro cuerpo? No lo podía creer. Pero fuese como fuese, sabía que debía mostrarme agradecida de estar con vida y de que se me hubiese salvado del infierno. El solo pensar en todo lo que podría haberme ocurrido me calmó. Me propuse adaptarme a la nueva situación.

¿Pero qué haría ahora? Debía mantener mi cabeza fría. No podía ir por ahí diciendo que era Celeste Gómez cuando estaba en el cuerpo de vaya uno a saber quién. ¿Y por qué estaba en ese cuerpo? ¿Qué había pasado con esa chica, con el alma que había estado habitando ese cuerpo hasta que me lo dieron a mí? Esas eran cosas a las que no encontraba explicación alguna.

¿Qué iba a hacer? ¿Adónde iba a ir? Debía pensar todo con calma, sin apresurarme para no cometer errores. No sabía dónde demonios estaba, si lejos o cerca de casa, ni a quién,  que fuese a creer mi historia, podría contactar. Necesitaba organizar mis pensamientos y decidir qué hacer.

De pronto, sentí un fuerte golpe en la puerta. ¿Quién sería? No sabía qué hacer al respecto, pero supuse que se vería algo sospechoso si no atendía. No tenía nada que perder. Me puse una bata que se encontraba en la punta de la cama y caminé hacia la puerta. Estaba en una casa modesta, de un solo piso con dos habitaciones, baño, cocina y salón/comedor. Daba la impresión de que esta chica vivía sola.

Abrí la puerta y me encontré con un chico castaño, de alrededor de veinte años, o un poco más, quien lucía muy preocupado.

—¿Estás bien, Candice? —interrogó.

“Candice… ese debe ser su nombre”, pensé.

—Ehm… sí, estoy bien —contesté, tratando de sonar amigable y aparentar conocerlo—. Solo… solo ha sido una pesadilla.

Tú, Mi Pesadilla ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora