Medidas drásticas

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—3—

Al verlo entrar creyó que se trataba de un sueño, pero la realidad, o el puro y brutal instinto de supervivencia, se impuso y empezó a gemir y a suplicar como desde un pozo cada vez más profundo de irrealidad. Sólo vio con nitidez que él llevaba un traje de color rojizo y al retirarlo únicamente dejó a la vista su camisa blanca y su chaleco. Siempre usaba trajes con la misma tonalidad. Tenía la cara encendida y los ojos brillantes. Estaba todo lo cerca de la tediosa presencia de su secuestrador que podía llegar a estar. Cuando más adelante trataba de recordar la escena, las únicas imágenes que podía evocar con claridad eran su gran sonrisa y corbata de moño. Desde el último baluarte de cordura y capacidad de análisis que le quedaban, la Charlotte racional pensó:<<Parece que estuviera dispuesto a tomarme otra vez.>>

Llevaba en la mano un gran vaso de agua, y la pomada que aliviaba sus malestares.

—Toma—Dijo, sosteniéndole la nuca con la mano, aún fría por la intemperie, para ayudarle a incorporarse. Bebió rápidamente y el agua se derramó en la barbilla y el vestido. Él retiró el vaso.

Gimió suplicante con los labios temblando.

—No—Le dijo.—No, Charlotte. Despacio.

Al cabo de un rato, volvió a acercarle el vaso y le permitió dar un par de sorbos.

—La medicina—Dijo ella tosiendo. Quería llorar. Se sentía una inútil completamente dependiente de un psicópata obsesionado.—La pomada..., el dolor..., por favor, se lo suplico, ayúdeme señor...—Volvió a llorar.

—Ya sé que duele, pero debes escucharme—Dijo mirándola con su extraña expresión severa y cariñosa.—Tuve que marcharme a meditar. He reflexionado profundamente, ¿sabes? No estaba muy seguro. Mis ideas son aveces confusas; lo sé, lo acepto. Por eso, he decidido perdonarte querida mía. Necesitas que alguien más te empuje al camino del amor y ese seré yo, con gusto.

Dijo <<empuje>>, en vez de <<enseñe>>, pero Charlotte apenas si lo oía. Sus ojos estaban clavados en el vaso de agua. Le dio otros tres sorbos. Bebió como nunca antes. Y gritó cuando el dolor se apoderó de ella.

Mientras que él la miraba con adoración.

—Te daré tu medicina y aliviaré tu dolor—Dijo.—; pero antes tienes algo por hacer. Volveré enseguida.

Se levantó y se dirigió a la puerta.

—¡No!—Gritó ella entre sollozos fuertes.

Pero Alastor no le hizo caso. Y se quedó allí, encasillada en su dolor, tratando de no gemir, pero aún así no lo podía evitar. Al principio creyó que deliraba. Lo que veía era tan extraño que no podía ser real. Él regresó empujando una pequeña mesita.

—Señor, el dolor es insoportable—Sollozó.

Las lágrimas cubrían su pálido rostro.

—Lo sé, querida...—Le besó la mejilla con la suavidad de una pluma.—Pronto pasará.

Se marchó y Charlotte se quedó mirando estúpidamente la mesita, un objeto que no tenía ningún motivo para estar en ese sitio. Pero estaba allí, en la habitación, evocando imágenes inéditas de torturas horripilantes.
Y lo que él tenía en mente era, por supuesto, una tortura. Cuando volvió tenía en la mano izquierda unos papeles y en la otra un par de bolígrafos de buena marca.

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