El Acto

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Meneo la copa de vino entre sus delgadas y blancas manos para humedecer sus labios en el contenido.
Miró seductora con ojos escarlata y sonrió.

- Aún me deseas, Adán, no me has dejado tranquila en todos estos años.

- Oh hermosa, sabes bien que tus pecados serán juzgados, solo quiero justicia, no hay más. - contestó haciendo un ademán.

- No me extraña que aun se me busque, aunque sinceramente no se qué hice para merecer tanto castigo!

- Conoces bien tus pecados, hermosa Lilith, Padre los conoce y mis hermanos también- la miró amenazante. - aunque sería una lástima que tan divina mujer muera en manos de Padre o cualquier ángel.

Ella soltó una carcajada, dejó la copa a un lado y se frotó las manos.

- Lo que hice fue abrirle los ojos a las mujeres y condenar a los hombres con sus propios instintos, solo mostré la verdad, querido mio- se acercó seductora y pasó los dedos por su cabello castaño.

- Preciosa... Deja de tentarme- advirtió.

- Tu me conoces mejor que nadie, sabes lo que busco.

- Lo que buscas es una guerra, con tus actos harás que Padre decida eliminar mortales.- se estremeció y su piel se erizó cuando sus dedos recorrieron su cuello.

- Padre no haría eso... - dudó. Su Padre era firme y no toleraba nada. Aunque no lo creía capaz había posibilidad. Ya lo había hecho antes.

Adán tomó sus manos y la miró a los ojos. En otros tiempos la habría besado apacionadamente, aún en estos momentos lo haría y le era difícil controlarse.

Su mirada bajó a sus carnosos labios rojos.
- Nunca cambiaras conmigo, Adán. - dijo ella.

Tres encapuchados salieron de la penumbra y la jalaron con fuerza.
La copa de vino cayó al suelo, rompiéndose y derramando el vino en el suelo de mármol.

La pusieron de rodillas e inmovilizaron sus brazos.
Adán se acercó a su rostro.

- El juicio final de los mortales llegará y todo por lo que luchaste se vendrá abajo.

Lilith sonrió nerviosa.

- En algún momento mi sangre acabará con tu vida, es una promesa, mi querido Adán.- dijo.

Quienes la tenían inmóvil, golpearon su cabeza contra los cristales rotos de la copa de vino, los cuales se clavaron en su rostro, mezclando la sangre y el vino.
Uno de ellos sacó de sus ropas una daga blanca, una de las armas benditas por su creador y en un movimiento simple rodó su cabeza.

Adán se alejó de aquella habitación mientras sus hermanos se hacían cargo del cuerpo sin vida de Lilith.
Había logrado lo que muchos habían intentado, sin embargo sentía el estómago hundido y un nudo en la garganta. Aún la amaba enloquecidamente.

Caminó por las calles de aquella ciudad que ella había amado, se detuvo bajo un farol de luz y sacó un cigarrillo.

Al cabo de unos minutos sus hermanos le alcanzaron.

- El trabajo está hecho, espero respondas ante Padre por esto.-dijo uno de ellos. Acto seguido, los tres tomaron caminos separados hasta desaparecer en la penumbra.

Dejó salir el humo de entre sus labios.

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