Prólogo I.

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Edel entró a la sala de las Altas Sacerdotisas de las ocho ciudades, su túnica con un brillo dorado aperlado estaba siendo arrastrada tras ella, solo sujeta por un nudo en su hombro y un cinturón plateado alrededor de su cintura. Descalza, como cada una de las mujeres presentes, se dejó caer en un almohadón frente al cinturón de estrellas.

—Necesito que me expliquen qué no podía esperar—como Alta Sacerdotisa de la Ciudad de Polvo de Estrellas, el principal pilar del universo, no podía darse el lujo de desaparecer sin previo aviso de su palacio.

Frente a ella, posicionadas en un círculo perfecto estaban las mujeres más importantes para los pilares universales: Juul de la Ciudad de Fuego, Noza de la Ciudad de Cristal, Ika de la Ciudad de Cenizas, Dal de la Ciudad de Novas, Aria de la Ciudad de Arena, Qua de la Ciudad de Agua y Hyel de la Ciudad de Hielo.

—Esto fue encontrado por una de mis tejedoras—Ika abrió sus manos, extendiendo un hilo perlado frente a sus ojos antes de dejarlo caer en el cinturón. Una nube salió disparada sobre sus cabezas antes de cubrir el suelo frente a ellas, formando una clara imagen tridimensional de la visión—, lo trajo en cuanto se dio cuenta de lo que estaba sucediendo.

Guardó silencio cuando la imagen de la figura de una mujer sacando bebé tras bebé de las aguas de la vida en el centro de la Ciudad de Cenizas se reproducía frente a los ocho pares de ojos sin irises ni pupilas.

>>Alguien ha estado levantando a los Titanes del sueño eterno bajo nuestras narices—disipó la imagen con un solo movimiento de mano, que hizo a su cabello plateado agitarse tras ella. Los dibujos plateados sobre sus mejillas y sus brazos se iluminaron, mostrando la molestia de la Sacerdotisa—. Y no he encontrado rastro alguno de quien lo está haciendo.

—Debieron dar llamado a los Altos Reyes a reunirse con nosotras—Edel bramó, golpeando el suelo con el puño, haciendo que el humo se disipara con violencia alrededor de ellas.

—No sabemos quién está detrás de esto—señaló tranquilamente Qua, jugando con su cabello de un azul profundo, como el mar más profundo de las ocho ciudades—. Nosotras somos místicas, vemos más allá de los pensamientos carnales de los Altísimos. Tendemos a olvidar que durante la Discordia se crearon rencores que aún no se perdonan.

Edel frunció el ceño, echando su cabello dorado tras su espalda con una mueca en las preciosas facciones.

—Por lo mismo, no debemos descartar que alguno de ellos haya decidido actuar a nuestras espaldas para vengar algún mal cometido en contra de sus casas—Hyel apoyó la pálida mano sobre el suelo, inclinándose hacia atrás pensativamente, apoyando a su Sacerdotisa hermana.

—Tampoco creo que los Altísimos serían tan estúpidos como para levantar una amenaza tan grande—habló Dal, Sacerdotisa hermana de Edel, jugando con el collar que palpitaba en color púrpura sobre su pecho—. Mientras más sangre se les alimente a los Titanes, más irrefrenables se vuelven. Parece un precio muy alto solo por una venganza mezquina.

—Asimismo no sabemos que definitivamente no lo hicieron—Ika estaba moviendo la mano dentro del cinturón, seguramente tratando de rastrear alguna magia que podría llevarlas al culpable de semejante atrocidad.

—Debemos investigar por nuestra cuenta y tomar acciones pertinentes dentro de las ciudades. Nuestro deber es servir al universo, por encima de los Altísimos—Noza se removió hasta levantarse del almohadón, mirando fijamente a Edel que entendió precisamente el mensaje tras sus palabras.

Debían estar preparadas para una guerra que, si no era entre ciudades, se volvería una entre ellas y las casas pilares.

—Comiencen sus preparativos, hermanas—cada una de las mujeres escuchó a su lideresa—, hay que estar listas para todo.

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