Llegamos 20 minutos antes. Creía que no llegaría.
Llevaba lloviendo, o más bien chispeando unas dos horas y sabíamos que nos mojaríamos de trayecto a la estación, dónde cogería un coche para volver a Logroño.
Ir a Barcelona o cualquier otra ciudad grande era para mi una necesidad. En Logroño me sentía fuera de lugar. Tal vez fuese una simple sensación caprichosa e infantil, pero me sentía vivo en una ciudad grande. Para mi, la boina de contaminación del humo del tráfico, era el mejor aire que podía respirar. Necesitaba respirar de nuevo.
Aquella vez fue la primera vez que nos conocimos. Hasta entonces sabíamos poco el uno del otro.
Cuando nos vimos fue lo más natural del mundo, nos dijimos "Hola" y nos dimos un beso, no nos hicieron falta más presentaciones, ambos sabíamos qué nos apetecía hacer al vernos: abrazarnos y darnos el beso que tanto ansiábamos darnos.
Llegamos a la estación y sabíamos que la despedida sería inminente.
Nos acercamos a la entrada del metro que es por dónde volvería a casa. Yo esperaría al coche fuera de la Estación. Me pidió irse primero porque no quería verme ir. Ninguno de los dos sabíamos a ciencia cierta cuando volveríamos a vernos -o si lo volveríamos a hacer-. Le cogí de la mano y nos dimos un beso intenso.
Se fue.
Tenía que volver a casa y aquel fin de semana en Barcelona fue lo mejor que me pasó en meses.