Protocolo

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Protocolo

Una serie de fuertes ruidos me despertaron. Maldita sea, era demasiado temprano aun. Giré un poco la cabeza para ver que el reloj marcaba las 5:27 am. ¿Quién en su sano juicio causaba un gran revuelo a tan temprana hora?

Me levanté sumamente enojada y caminé a grandes pasos a una de las dos ventanas de la habitación para ver que ocurría afuera. Lo que ve me dejó helada.

Había un par de personas, hombres para ser exactos, que  se dirigían tres grandes maquinarias que se encontraban derrumbando una de las casas que estaban a unas cuantas calles de la mía. Me pregunté qué pensaban hacer a estas horas de la mañana, no es como si fueran a comenzar a construir o  a lo que fuera que pensaban hacer, con el cielo todavía oscurecido.

Recordé que nadie vivía en esa casa desde hace algunos años, el dueño, el señor Flint, había intentado vender la vieja propiedad, pero debido a su alto precio nadie se había animado a hacerlo.

Eso, y que además casi nadie quería vivir en las afueras de la ciudad, donde los alrededores eran kilómetros de árboles y de calles enlodadas. Además, no es como si a pesar de una zona poco habilitada no hubiera índices de delincuencia. Los había. Dios, los había tanto que era desesperante algunas veces y la gente optaba por unirse entre sí contra los asaltantes.

En una ocasión, me enteré que la gente lanzo piedras a un joven que intentó asaltar a una adolescente. Yo me había alegrado. La gente que cometía delitos no merecía ser tratada con tanta piedad.

Volviendo a la realidad me pregunté quien habría sido el idiota en pagar la cantidad que exigía al cascarrabias del señor Flint. Desconfié de la situación y opté por ir a la habitación de mi mamá para ponerla al tanto de lo ocurrido.

El teléfono sonó y supe que sería algún vecino informando la situación. Escuche la voz de mi mamá mientras hablaba con quién sea que fuera.

Estaba vestida con mi pijama, por un momento me sonrojé al pensar que si salía a la calle la gente vería que dormía con un pijama de franela muy revelador, está bien, no es que fuera revelador, simplemente una camisa de tirantes y unos shorts cortos de color lila con un poco de encaje. Era mi pijama de toda la vida y ahora me quedaba más pequeña de lo que hacía un par de años.

 Consideré cambiarme pero estaba muy cansada y enojada como para hacerlo, por lo que me puse mi bata a juego encima. Esta me llegaba a la mitad de la pantorrilla y era muy bonita.

---Voy a ver qué ocurre, la güera ya está esperando afuera--- me dijo mientras bajaba las escaleras.

  La <güera>  era mi vecina de al lado, era una señora de 41 años aproximadamente con tres hijos de diferentes edades, el mayor de 15 años y los otros dos de 6 años, que eran los gemelos del demonio. Literalmente.

Seguí a mi mamá afuera con paso decidido, había otros 5 vecinos más esperando para ir hablar con lo que yo suponía eran los nuevos propietarios. Estaba enojada que ni siquiera me di cuenta que dos de los tres hombres estaban vestidos con elegantes trajes de sostres.

El más joven y que lucía más peligroso que los demás, era de cabello negro con ojos verdes que me recordaban al verde más hermoso que podría encontrar jamás. Sus rasgos de la cara eran perfectos, no había ninguna imperfección en esa hermosa cara, era alto, podría apostar que por lo menos mide un metro ochenta y cinco.

La chaqueta holgada que tenía puesta no podía ocultar que seguramente tenía una complexión musculosa. Me ruborice. Sus ojos se encontraron con los míos y le mantuve la mirada a pesar de que sentí mis piernas temblar.

Muy tarde me di cuenta que había salido con la bata abierta que se ondeaba con el aire matutino. Agarre ambas solapas y las uní, cerré el  cinturón de tela y cruce mis brazos sobre mi pecho para intentar mantener el calor.

Siguió sin dejar de verme.

Trague saliva y casi me tropiezo con una piedra, dolió horrores cuando fue mi dedo meñique el que recibió el impacto. Gemí tontamente y puse todo mi esfuerzo en no detenerme a tallar mi dedo como un infante. Las pantuflas delgadas que tenía no protegían lo demasiado contra la dureza del suelo.

---buen día --- expresó el hombre desviando la mirada al resto

---Buen día, señor--- respondieron algunos de ellos.

--- ¿Se puede saber qué ocurre? ---- exigió alguien.

---- ¿Porque tanto alboroto?--- agrego el otro

----Estamos iniciando la construcción de nuestra propiedad, mi nombre es Vincent Coleman y desde ahora seremos vecinos.

¿Vecinos?  ¿En verdad acaba de decir vecinos? Mire hacia una casa que se quedó a media construcción y vi que había varios hombres metiendo muebles, de apariencia  cara, debería agregar. Así que el atractivo  viviría a menos de 10 casas de mí.

No preste atención al resto de la conversación y decidí regresar a dormir un rato. Nada había que hacer allí.

---Voy a regresar dormir--- le susurre a mi mamá mientras me daba la vuelta.

Antes de girar completamente puede ver a Vincent seguirme con la vista. Esto no está bien, era un hombre, por Dios. No era correcto desear a alguien como él.

Puse los ojos en blanco ante mis pensamientos, lo irónico de todo era que estuviera haciendo tales perjuicios cuando en realidad mis gustos eran un tanto curiosos. Lo admito, si había hombres de verdad me encantaban, serian lo que son mayores que yo, y  solamente si eran maduros podían atraer mi atención. Odiaba perder el tiempo con niños inmaduros.

Vincent solamente era mayor que yo por unos cuantos años, no tantos, y por la apariencia que tenía supuse que sería algún ejecutivo o político. O quizá un delincuente. Uno nunca sabe.

Me fui a la cama pensando que dentro de unas semanas que terminarían de construir todo volvería a la normalidad. Jamás supuse que no sería así. 

Deja de SofocarmeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora