CAPÍTULO 9 - DESTELLO

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—¡Oh! Vamos puerquito —Suelta Max y Leonard consigue zafarse con brusquedad para luego observar al niño más grande acercarse con cara de pocos amigos.

—¿En dónde está tu amiguito?

—No lo sé, señor —responde retrocediendo unos cuantos pasos para mantenerse lejos del brabucón.

Es verdad.

El pequeño albino tenía la misma edad que Leonard, él era el único niño que no había mentido para que lo golpearan y siempre pasaba tiempo con él para conversar sobre la posibilidad de salir del orfanato cuanto antes. Ambos anhelaban que los niños más grandes que los molestaban, en especial Max, se marcharan del orfanato y así sentirían un poco de paz y libertad. Era simple, querían que alguien se lo llevase de ese maldito lugar. Pero la mayoría de parejas solo querían a niños mucho más menores que ellos. Prácticamente, los bebés recién nacidos eran los que salían como pan caliente.

Fortuna era una ciudad horrenda para ambos pequeños y las cuidadoras del orfanato no eran precisamente las mejores. Nero solía quedar enfrascado entre la hierba que crecía a lo lejos del orfanato. Siempre iba a ese lugar para estar solo en el campo.

Tenía tantas ideas en la cabeza para su edad.

—¡Ve a buscarlo o te las veras conmigo! —le amenazó luego de lanzarle un golpe en la espalda. Leonard salió disparado en busca de Nero para llevarlo de regreso.

—¡Nero!

Solo había un orfanato en Ciudad Fortuna y todos los niños que no tenían padres o habían sido abandonados terminaban en el lugar. Esa isla estaba apartada de los otros continentes, solo se podía acceder a ella gracias a los barcos que solían llegar cada semana.

—¡Nero! —Leonard llamó al otro pequeño tratando de encontrarlo y así consiguieran terminar con la labor que las cuidadoras le habían pedido que hicieran en el día. Pero Nero sentía que debía hacer lo que le pedían como obligación. Incluso si eso era trapear las habitaciones de los otros niños o limpiar el polvo de los muebles.

Todos los niños jugaban entre sí, pero Nero solía observar por la ventana, a lo lejos de su habitación, el horizonte de ese campo extenso que bordeaba la ciudad. En el fondo, el niño siempre supo que sus padres lo querían y que algún día lo encontrarían. Siempre se lo repetía cada vez al mirar hacia la ciudad. Debería de ser su único escape.

Cuando anocheció, se meció solo en la cama. Arriba de él se encontraba Leonard y en las otras habitaciones, los bravucones y los niños restantes. La noche se encontró adornada por la luna llena y era lo suficiente para amortiguar sus sueños.

—Copo de nieve —llamaron en su dirección.

—Copoooo de nieveeee.

Esta vez consiguieron darle un golpecito en la cabeza para que abriera los ojos.

Eran los niños que siempre le molestaban, incluido Max.

—¡Oh! Vamos, Copo de Nieve ¡Ya despierta!

Nero los observó entre las sabanas que lo cubrían con un cierto miedo naciente en su interior y aun así tuvo que reincorporarse a medias para observar a los otros niños delante de su cama.

—Copo de nieve, ese cabello debería estar cortado hasta que no quede nada —Nero los observó sin responder. Eran intimidantes y el comentario lanzado no le era de agrado. Pero no debía ser grosero y responderles de mala manera o terminaría siendo golpeado por ellos.

Los niños reían de su expresión sumisa.

Ellos tenían quince años mientras que el pequeño solo tenía diez. Aun así, no era infantil al extremo y sabía que debía tener cuidado.

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