Carlos no advierte que el malestar estomacal se soluciona soltando menos maldiciones. Pero esta triste, el cuerpo se le contrae soltando la fragilidad de estar hecho de carne y mientras el suplicio sucede a la par de un día idóneo, la resaca, el turbulento retortijón en la raíz de las tripas, lo ata sentado a un retrete del cual escapan bichitos, molestas cucarachas que le habitan por toda la casa y que, principalmente, ensucian la cocina, dejan sus desechos sobre la despensa y él, ya no limpia.
Está exhausto, el malestar por los nudos que persistentes enredan en su corteza cerebral no le dejan la pasividad ansiada o figura inequívoca de inacción: momento dorado donde todo ocurre afuera, dentro, pero el peso de la inexistencia ocupa las funciones de las manos, del estómago, ¡maldita panza que hoy duele!
Se levanta, apenas logró limpiar lo restos que su propio bulto genera. Sigue asintomático del miasma, encerrado en las sensaciones, ocupa apenas las pertinentes funciones del esqueleto para mirar el espejo del baño; retrato cristalizado por el tiempo, no sabe cuanto ha vivido aquí.
Se llama Carlos, pero puede ser cualquier hombre. Lo nublan la fragilidad de la pertenencia y la huida. Carlos, que solo pone melodías si las siente, o no le causan cosquillas, pero se percibe alumbrado por la melancolía de estrujar entre sus manos un destino inentendido. Carlos, palabra inventada por los hombres, también es humano, existe, nadie lo niega, mas nadie lo acompaña.
El hombre-sito, sigue el camino de las cucarachas y tras el encuentro con su reflejo sale del hastío, del retrete. Carlos, abre la puerta, recuerda lo que se dijo a sí mismo, consigo, reventando las palabras que ahora consume el pasado, públicas, pero no escuchadas, exteriorizadas y consumidas por la ignominia a falta de multitud.
Yo escucho a Carlos, apenas puede ponerse de pie. Yo escucho a Carlos, no sabe que descifro sus reacciones, pero aquí estoy, estoy con Carlos. Él dice:
- Hay un manantial en cuyo nacimiento soy, pero aquel sentir, ser, llega a ahogarme. Sin embargo, ¿qué sería yo, si no fuese aquel dramatismo fluvial? Apología al existencialismo y luego fe; no más que polvo que yo entiendo como azar y Dios contempla camino.
Explica, yo les explico a ustedes. El fatalismo lo cruza por los nervios, lo mantiene suspendido de cada unión entre hueso y hueso, intercalado cartílago, que algún otro controla. Pero se consuela, no hay vida después de sí mismo. Lo que ha creído supera la fenomenología de la materialidad exterior, lo que decide, es solo el conjunto de su mirada dispersa y más sustancias que desconocía en la inocencia.
Camina, quiere reventar la ventana, pero decide acariciar el cristal que lo separa del mundo. Duda de sí, pero se ama, ama que este mundo fluctué sin su vida, empero, destina los más hondos pensamientos a la contemplación desde los ojos irreplicables que posee.
Ay Carlos, está inexplicable y muchos más adjetivos compliquísimos que ni el logra expresar. Mira un sendero hecho de cadáveres, a todos esos bichos ha pisado, pero no se acuerda cuando. Y Carlos, materia destinada al polvo, comienza a seguir el rastro, está eufórico, Carlos baila, no hay tonalidad que descifre sus movimientos, no hay expectante que lo entienda, porque sabe que esta solo. Luego Carlos, cualquier hombre, recorre la fila de cucarachas hasta el patio trasero, se da cuenta que esta encerrado, ¡Maldice! Yo les cuento lo que soltó:
- Ahora contemplo la libertad más profunda, pero al mismo tiempo mayormente utópica. Está por una parte el liberarse del lobo estepario y por otra, la lucha externa. En la segunda he apuntado cierto fracaso de mis ideales, pero en la primera considero que aún permanece viva la posibilidad de la reconciliación entera. Digo, no es un cachorro el que me habita, pero tampoco una bestia, es, más bien, un ser que posee herramientas para la sobrevivencia, pero apenas está aprendiendo a usar sus garras y fauces sin herirse a sí mismo o a quienes ama.
Ay Carlos, sigue el rastro de la muerte, está a vísperas de disfrutar un aire más puro, pero la senda parece interminable. Se abraza, el mismo, lucha y le da la victoria a su emoción sobre el pensamiento, o la razón adjudicada por los grandes ¿Quién es grande? Solo Carlos, que está a punto de ser feliz con lo que es, con Carlos, pero yo lo veo, yo les digo lo que siente.
Carlos abre la puerta del patio trasero, a donde lo ha llevado la fila de cucarachitas que siguen el rastro del hambre. Luego mira, no cree, rechaza la anhedonia:
- ¿Es aquí donde termino?
Todos los insectos rastreros salen de Carlos, él se asusta de verse muerto. Está repleto en cada elemento de su cuerpo por chupasangres y carroñeros.
Carlos no lo cree, está atónito en su fantasma. Ay Carlos, no considera para sí la tumba sis más mujeres, alcohol o tabacos que le hayan causado cáncer:
pero yo lo veo en su sillón, drogado hasta la mierda, e imagino lo que piensa de su existencia. En su ensueño interminable de ahora, en más.
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El camino de las plagas
FantasíaUna relato contado a la manera que digo las cosas. Ay les va: