II

3 0 0
                                    

La torre de Alcornocal te ha tratado bien.     Aún recuerdas cuando fuiste reclutado a los catorce años en Los Barrios, habías terminado el octavo año académico y le dijiste a tus padres que tu meta más grande era ser activista social y que protegerías tus sueños a toda costa.     Habías leído en un anuncio colgado en un muro de Gibraltar que estarían reclutando nuevos activistas en Los Barrios y enseguida empacaste para perseguír tu destino, pronto te darías cuenta lo difícil que sería comenzar a cuidarte solo pero tu fuerza, sumado con esa astucia que te acompaña fueron suficientes para que te asignaran enseguida, aunque eras el más pequeño en aquél entonces.   Ya estando en Alcornocal habrían de darte posada junto con los otros reclutas en donde te alimentarían y cubrirían de todo lo necesario por la temporada.
   

Una de las cosas que menos olvidarías es el día que conociste a tu mejor amigo, recuerdo que aquél día llevarías alrededor de dos meses apartado de casa y te habrías sentido mal porque, es muy duro para un jóven de 14 años el adaptarse a un círculo donde no lo incluyen por ser el más chico y el más inexperto, asi que corriste a resguardarte en el apartado mundo del aislamiento a sollozar en soledad las penas, era en uno de los lugares más apartados de la ciudad, nadie pasaba por ahí y es comprensible, aún no se establecía la población hasta ese punto.     Volteabas hacia los alrededores y lo único que podías observar cerca de tí era el terreno desértico, los muros de acero que reflejarían los bordes de Alcornocal, los cuales eran tan altos como un rascacielos y por supuesto lo serían, después de la cuarta guerra mundial era prioridad cubrir con seguridad una de las pocas oportunidades de progresar que nos quedaban y el presidente de Alcornocal nos brindó esa oportunidad a toda la región, supongo que es por ello que la ciudad creció tan pronto, pero, justo en aquél punto donde decidiste socorrerte del trato ajeno, curiosamente no había muro de acero, sólo una barandilla que te permitía ver hacia el campo lejano, te percataste de que había población a lo lejos, a lo cual tiempo después descubrirías ser el pueblo de Alcalá, jamás habías estado allí pero podías percibír que era un lugar hermoso, era un lugar cituado en la parte superior de un cerro, cuyo cañón estaba poblado de árboles altísimos y un lago que separaba la ciudad del pueblo, eso fue lo primero que notaste, después de cuenta darte que en Alcornocal no había mar, no había lagos ni mucho menos cascadas, no a comparación de Gibraltar que se encontraba en zona costera, motivo mismo por el cual ver el flujo del agua te haría recordar tu hogar.     Pensar en casa logró hacerte relajar un poco, lo cual fue bueno, no deseabas comenzar a llorar, madre decía que las gotas se le dedicaban a las pérdidas y tu no habías perdido nada, es por ella que conoces el motivo por el que naturalmente llueve, las nubes tiran gotas en honor a todo lo que se ha perdido en el planeta, oportunidades, seres queridos, peleas, las nubes tiran gotas por nosotros, para que nosotros no tengamos que derramar gotas por los ojos ni estar tristes todo el tiempo.   Un crujiente sonido cercano hace que te aterrorices de golpe, el sonido fue producido del otro lado del muro, lentamente lo escuchabas acercarcándose.
     - ¿Estás bien?     - Dijo aquella figura.
Tu terror se vería convertido en duda, de la duda pasaría a la instantánea curiosidad después de observar que quien te hablaría sería una figura humana, pero no era ningún adulto, era un adolescente, era alguien como tú.
     - Haaa... ¿si?
Habrías de quedarte trabado un poco mencionando la primera vocal, aún estabas un poco confundido, o mejor dicho, te encontrabas sorprendido de que alguien más estuviese allí, tan lejos de todo.
     - Bueno.     No te preocupes, esto es tan raro para mí como probablemente lo es para tí, enserio.
     - ¿De qué hablas? Estar solo en un lugar tan alejado no es para nada raro.
     - Oh, eso yo lo sé perfectamente, pero no estás solo, ahora estoy yo y viceversa, eso lo hace raro, ¿no?

No hallabas fallas en su lógica.
     - Ya, quizá tengas razón.
     - ...
     - ...
     - Decidí acercarme porque te escuché balbucir, hablando contigo mismo, algo así.      Supuse que estarías en problemas.
     - Para nada; a decir verdad, creo que ahora me siento mucho mejor.
     - Entonces, ¿llegaste hasta aquí porque te sentías triste?
     - No sé si "triste" sea la palabra adecuada para definir mi antiguo estado de ánimo, creo que estaba más indeciso que nada.
     - Ah, ya veo, y pensar un poco las cosas a solas te hizo reflexionar.
     - La verdad es que no, pero si me ayudó a recordar por qué las estoy haciendo.
Aquél chico comenzó a reirse después de arrojarte una mirada de confusión y duda.
     - ¡Oye! No es muy cordial reirte de alguien más.
     - Disculpa, es que no me esperaba tu respuesta.     Soy Eirin, mucho gusto.
Mirabas su rostro con absurdo detenimiento, había un obstáculo que les impedía estrechar manos pero su sonrisa completa y la confianza en sus palabras resonaban en la amistad que desde aquél entonces supiste debías tener con Eirin, era casi como tú en ese aspecto, fue así como habrían de quedar de acuerdo en ir a charlar un poco cada Viernes, en la única barandilla de Alcornocal.
     - Yo me llamo Luis, Luis Justo, y algún día voy a ser el mejor activista del mundo.

Efecto PlaceboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora