El verano

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La recuerdo a ella, con su cabello rojo flotando al ritmo de sus movimientos, usando ese hermoso vestido blanco de encaje que dejaba al descubierto sus hombros, bailando al compás del piano, el blanco de su piel parecía brillar con el sol adquiriendo un hermoso rosado como tono. Su piel era tan sensible. La delicadeza de sus movimientos me atrapaba, podía mirarla por horas, era la clase de gozo que el dinero no podía brindarte. Ella era la clase de gozo que no vuelves a encontrar en tu vida y yo la tenía solo para mí. Siempre bailaba en el jardín, descalza. Siempre me miraba cuando bailaba, siempre la miraba cuando bailaba.

Conocí a Lena a mediados de un verano común y corriente, entre las cabañas construidas y rentadas en un bosque con lugares maravillosos y un poco alejada de esas cabañas para turistas se encontraba mi casa de verano, era pequeña, completamente pintada de blanco, atrapada entre los finos brazos de las enredaderas que crecían en sus paredes, bajo la fresca sombra de un roble gigante y más viejo que la vida misma me atrevo a decir, rodeada de esas bonitas y pequeñas flores que las niñas utilizan para sus coronas. Margaritas, creo se llaman, que nombre espectacular.

Recuerdo bien cuando nuestras miradas cruzaron, yo caminaba hacia el lago a un par de kilómetros de mi casa, tenía todo preparado, un día sin la absoluta compañía de nadie, solo seriamos el lago, los árboles, mí libro y yo, pero al llegar, el sonido más glorioso que mis oídos pudieron captar se hizo presente. Lena tenía una risa peculiar, no era de esas risas que te dan gracia por lo raras que son y comienzas a reír, tampoco era de esas contagiosas, era de esas risas que resuenan en tu interior llenándolo de calidez, de esas que creías que no existían. Pese a lo maravillado que había quedado seguí mi camino y llegue a mi destino, un árbol gigante con una deformidad en el tronco con forma de respaldo, perfecto para apoyarse y sentir la vida pasar en la yema de tus dedos, fluyendo con él viento. Desde pequeño amaba ese árbol, ese sauce llorón. Cuando era solo un niño, tomaba un par de hojas de papel y cortaba algunas flores del camino, lograba armar esos pequeños barcos de papel que ahora no logro siquiera intentar, los llenaba de flores y les echaba a andar en el lago, me acostaba lo más cerca posible de la orilla y recargaba mi rostro en mis manos y veía como se alejaban, esperando con una llama en mi corazón lleno de esperanza que llegaran al otro lado a darle flores al hada que según yo, vivía detrás de unas rocas en ese lado del lago. Ningún barco llego. Nunca.

Absorto en mi lectura, ignore la pregunta que me había formulado minutos atrás ¿Quién era capaz de producir tan majestuoso sonido? Amaba leer, amaba la magia de las palabras, amaba como estas podían ser utilizadas y al momento de ser leídas encerrarte en una burbuja llena de perfección. Lena se acercó a mí mientras leía, no me percate de ella hasta que las gotas de agua que escurrían de su cabello resbalaron por mi cuello causándome el disgusto de mi vida. Levante la mirada, solo un poco y tope con sus ojos verdes y esa cara llena de pecas, quede anonado, enamorado. Ella abrió más sus ojos y sus pupilas se dilataron casi como las de los gatos cuando la curiosidad los llama. Me sonrió. Me sonrió y yo sonreí. Era la mujer más hermosa que se había cruzado en mi vida, en mi corta vida de veinticinco años. Se sentó frente a mí, sobre la tierra ya húmeda por el agua que escurría de su bañador y cabello, no le importo en lo absoluto llenarse de tierra o ensuciarse en lo más mínimo, solo se sentó, me sonrió una vez más y comenzó a hacerme mil preguntas, preguntas que me enamoraron aún más. ¿Qué estás leyendo? ¿Está bueno? ¿De qué trata? ¿Cuenta algo de amor? ¿Quién lo escribió? ¿Te está gustando? ¿Podrías leerme un poco?

Solo respondí su última pregunta puesto que había hablado tan rápido y con tanta emoción que me parecía incorrecto interrumpirla para responder cada pregunta, las pupilas se le agrandaron a un más y se le llenaron de brillo ese par de ojos curiosos. Ella seguía mojada y el viento comenzaba a soplar pese al calor que nos brindaba el sol, me levante de golpe, mientras ese par de esmeraldas seguían mis pasos con la menor discreción posible, me quite la camisa que traía puesta y quede con una simple playera, se la extendí, ella me sonrió de nuevo pero esta vez me mostró sus dientes, de verdad era la sonrisa más perfecta con la que me había encontrado. Ella también se levantó, dejándome conocer un poco más de su físico, su piel era blanquísima, similar a la espuma que provocan las olas al chocar unas con otras en el océano, el bañador que utilizaba era de dos piezas, color negro, resaltando más su piel y las pocas curvas que envolvía, su cabello era un poco corto, llegaba a sus hombros, estaba lleno de agua, escurriendo gotas por su pecho dándole un aire digno de llamarse veraniego. Ambos nos sentamos, ella frente a mí y yo recargado en el árbol. Comencé a leerle y no sé por cuanto tiempo lo hice, pero fueron horas que sabían a minutos, la luz dorada del atardecer rompió aquella burbuja que había creado con mi voz, Lena se veía en paz, con una relajación en su postura y una felicidad en la media sonrisa que ponía su rostro cuando me escuchaba leer, supe en ese momento que lo había disfrutado tanto como yo. Cerré mi libro y le extendí la mano, ella la tomo con plena confianza, como si nos conociéramos desde el principio de los tiempos, simplemente como si no fuéramos un par de desconocidos en medio de la nada leyendo un libro por horas, aunque eso éramos, me ofrecí a llevarla a su casa ya que oscurecería pronto y ella acepto gustosa. Durante el camino me dijo su nombre, Lena, su edad, quince años y su sueño de ser una gran madre, este último dato me asombro, las chicas de estos tiempos no tenían de ambición ser madres, usualmente lo evitaban pero ella no era así, una vez más, me enamore de ella. La lleve a su casa, más bien la cabaña que había rentado su familia, vivía con sus padres y su hermana menor. Lisa. La dejé en el sendero que llegaba a la puesta de la cabaña, me dio una gran sonrisa y me dijo que esperaba volver a verme. La vi alejarse de mí, caminando a su casa. Una presión en mi pecho se formó, era la incertidumbre preguntándome si la volveríamos a ver, no supe responder y camino a mi casa reviví cada momento a su lado. Tal vez lo nuestro era conocernos pero no estar juntos, me susurró mi corazón esa noche.

Después de aquella maravillosa tarde no volví a toparme con Lena y el ir a buscarla a su casa me parecía muy inadecuado para un hombre de mi edad, tome cada uno de sus rasgos y los guarde en un rincón de mi memoria del que nunca la sacaría, pase el resto de mi verano entre hojas verdes, flores blancas y páginas de libros. Algunas ocasiones leía en voz alta tratando de que mis palabras llegaran a los oídos de Lena. El ultimo día del verano, guarde todas mis pertenencias en mi auto y me dispuse a volver a la rutinaria vida que había elegido, esta vez con uno de los mejores y más infantiles recuerdos que me pudo brindar el destino, un amor de verano. Un amor fugaz. 

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⏰ Última actualización: Jun 24, 2020 ⏰

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