El obsequio de la soledad

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- Hola amigo. ¿Cómo has amanecido?
Los calurosos rayos de sol que logran escabullirse entre las rendijas de las ventanas, molestan a los ojos que acaban de abrirse buscando a la persona qué se preocupaba por él. Sin verla, estaba casi seguro de quién era, aunque tampoco es que pudiera verla. Desde que la conoció, nunca le ha visto la cara. La primera vez que le habló, lo hizo desde su espalda. Le dijo:
- Si quieres una amistad, no te des la vuelta.
- ¿Qué? ¿ Por qué no?
- No me gusta que me vean la cara.
- ¿En serio crees que así podrás converncerme de ser tu amigo?
- No te has dado la vuelta, ni te has marchado, lo que quiere decir que la conversación te interesa.
- Tienes razón, debo admitirlo, la idea de un amigo me parece genial, no importa que no pueda verle la cara.
- No pensaba que tu situación fuera tan grave. Me acerqué a ti porqué sé lo solitario de tu vida. Sin embargo no pensé que aceptarías mi amistad tan fácil.
- No he dicho que acepte tu amistad, solo dije que tener un amigo me parecería genial. No me has dado razones para que nos volvamos amigos.
- ¿Quieres más razón que la soledad de nuestros mundos?

No necesitó más que esa frase para convertirse en su amigo. A los pocos días descubrió que confiar en alguien a quien no puedes verle el rostro estando tan cerca puede ser una experiencia fenomenal. Se veían todos los días, mejor dicho, ella lo veía a él, mientras que él se conformaba con solo escuchar su voz, y de vez en cuando, sentir su piel, por decirlo de alguna forma. Ella siempre estaba allí cuando él la necesitaba, y los papeles se podrían invertir, si no fuera porque ella nunca tenía necesidad alguna, pareciera que su vida era la vida sin complicaciones que todos imaginan alguna vez en la vida.
- ¿Amigo? Después de lo que pasó anoche. ¿En serio seguimos siendo solo amigos?
Ella vino a él cuando la noche era más oscura, cuidadosamente, sin hacer ruido alguno, como si de una visión se tratara. El único sonido era producido por el suave roce entre la delgada tela del vestido que traía puesto y su piel mientras se lo quitaba. A pesar de ser un ruido practicamente inaudible, él lo escuchó y despertó, intentado evitar que ella se diera cuenta. Ella se subió a la cama, con el mismo cuidado con el que se había aproximado a esta, como si solo fuese una alucinación, y se sentó sobre sus caderas. Con un suave movimiento le exigió respuesta, y él, sin poder disimular más que seguía durmiendo, le respondió. Agarró sus caderas con extrema delicadeza, y las guió en sus movimientos, mientras ambos se zambullían y regocijaban en el olor y el tacto del otro. Mientras la boca de él besaba delicadamente cada parte de su cuerpo hasta donde alcanzara y sus oídos captaban cada sonido que salía de la boca de ella, incontenibles por la excitación
- Sólo amigos, porque yo solamente estaré cuando me requieras. Especialmente ahora, que tienes oportunidad de seguir con tu vida, considera lo de anoche como una despedida, no creo que me necesites más. Como último regalo te daré un permiso, ya puedes darte la vuelta.
Así lo hizo, a pesar de su inseguridad acerca de si en realidad quería verla o no. Sin embargo, lo único que sus ojos lograron percibir fueron los medicamentos que, de ahora en adelante, le ayudarían a controlar su esquizofrenia.

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