Prólogo.

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401 a.C.

Atenas, Grecia.

¡Florence!— La madre de la joven, le tomó del brazo, obligándola a mirarle los ojos, la chica del cabello de fuego le sostuvo la mirada, desafiándola —Tú no eres mi hija— Le espeto, con tanta fuerza y rencor, que termino lanzando a su descendiente al suelo.

—Jamás le considere mi madre, estese en paz— Florence se acomodó, cerrando los ojos para sentir la fuerte brisa que ocasionaba el mal tiempo que azotaba esa tarde a la colina Pnyx.

—¿Dónde está? No comprendo porque osas vociferar calumnias, dime ¡Porque él no está aquí para defenderte!— Muchas voces que no conocía le perturbaban los oídos, ella solo cerro los ojos, intentando controlarse, estos comenzaron a golpear a Florence. Está solo era capaz de quejarse, no se defendía porque ella si estaba consciente de cuan grave podía ser desatar su propia furia.

El cielo fue responsable de una serie de truenos continuos, rozando el límite de lo anormal, la gente presente en la Asamblea, los ciudadanos de Atenas, comenzaron a inquietarse.

¿Podía ser cierto?

¿Cometían un error?

No tuvieron tiempo para procesarlo.

—Basta— Grito la joven, poniéndose de pie, y liberando una potente onda de energía que basto para dejar inconscientes a todas las personas que se hallaban en la colina.

Se pasó una y otra vez las manos por la sangre que comenzó a brotar de todo su cuerpo, y se puso a llorar.

—No tenía alternativa, no tenía alternativa, no tenía alternativa—Repetía, una y otra vez. Mirando al cielo, consciente del castigo inminente que estaba por recibir... En respuesta, un relámpago cayó en el árbol más cercano y un hombre apareció en frente de ella. Ella se arrodillo en clemencia...

—Has roto tu juramento, estabas consciente de que no podías dejar que los mortales tuvieran la certeza de que eras una criatura bendita, y lo incumpliste.

Aunque estaban en un consejo para decidir qué hacer contigo, jamás debiste otorgarles la seguridad de que así era.

Aunque me gane la ira de los demás dioses, tengo el deber de maldecirte, Florence.

Aunque tienes el Don de un Dios. Hubo factores que determinaron tu destino: Estas condenada a renacer, una, y otra, y otra vez. Hasta que encuentres a un hombre con la capacidad de amarte.

Será difícil, y quizás hasta imposible.

Pero hasta que no sea así, no tendrás la destreza necesaria para enfrentarte al mal inminente que nos roba el sueño a mí y a los demás olímpicos.

I Need YouDonde viven las historias. Descúbrelo ahora