CAPITULO 1 DE MOSCÚ A MADRID

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Mi nombre es Kagome Giselle Higurashi Saens, aunque casi siempre evito mencionar el nombre completo por lo que esto implica. Soy hija única y mi querido padre es el magnate ruso Takemaru Higurashi, alguien muy conocido por su apellido en Rusia y prácticamente en toda Europa. Mi madre es la modelo española Naomi Saens, aunque hace veinticinco años que no ejerce dicha profesión, exactamente desde el instante en que se casó con mi padre.


Papá es un empresario muy reconocido por poseer la mayor empresa petrolera del país, aunque esa sea la principal fuente de ingresos, además mantiene un consorcio de negocios que lleva el apellido Higurashi y que se expande por toda Europa, Asia y próximamente Estados Unidos.
Desde pequeña he sabido que terminaría trabajando en las empresas de mi padre, por eso siempre he tenido claro qué debía estudiar empresariales y ahora que había acabado los últimos exámenes de la carrera, tenía que realizar las prácticas convenientes para terminar mi formación, por lo que había decidido que el mejor lugar para hacerlas era el país natal de mamá, España. No solo deseaba practicar el idioma en el que siempre me hablaba mi madre desde que era una niña y conocer mis raíces, sino que también quería experimentar algo de la semi-libertad a la que tan poco acostumbrada estaba en casa de mis padres y que estando lejos de allí podría obtener con mayor facilidad.
Era la oportunidad perfecta para no tener la supervisión constante o la sobreprotección excesiva a la que siempre he debido estar sometida desde que tengo conocimiento. A mis veintidós años, mis padres me seguían tratando como a una niña, cuando sabían perfectamente que ya había dejado de serlo y aunque no se tomaron muy bien mi decisión de marcharme lejos de allí, lo aceptaron sabiendo que no iba a cambiar de opinión por mucho que intentaran convencerme de lo contrario.

Había temido que mi relación con Alan, el chico con el que salía desde hacía más de un año no resistiera a los nueve meses que debía pasar lejos de Moscú, concretamente en la sede central de la capital de España, que tenía en Madrid, pero nada más lejos de la realidad, puesto que esa relación ya estaba muerta antes de embarcarme rumbo a mi destino.

Debí estar ciega para no darme cuenta, para no advertir las señales y ser capaz de ver que Hoyo me estaba engañando con otra.
Sí, con otra. Aún podía recordar el momento en el que había llegado a casa de mi ex - novio para darle una sorpresa, lo había preparado todo para que fuera una gran despedida, incluso había hablado a escondidas con el conserje para que me abriera la puerta de su casa y así aparecer por sorpresa, pero cuando entré y escuché los golpes, deduje que provenían del cabecero de la cama cuando éste golpeaba contra la pared después de escuchar los jadeos que provenían de la habitación donde él dormía, comprendí que algo no andaba bien, de hecho, lo supe antes de abrir la puerta, pero aun así lo hice, él muy capullo me la estaba pegando con Ayumi, que no era ni más ni menos que la prima de mi mejor amiga Sango.

«¡Era un cerdo!» Exclamé para mis adentros mientras arrugaba la prenda que tenía en las manos al recordar la imagen de aquella lagarta sentada a horcajadas sobre Hoyo y su rostro de soberbia al verme como si estuviera feliz de haberlos encontrado juntos. Aunque desde luego, la cara de Hoyo al verme cuando abrí aquella puerta y le pillé in-fraganti fue distinta; se quedó pálido y descompuesto.
No tenía ni idea de cuánto tiempo llevaba engañándome con la prima de Sango, aunque eso ya no importaba puesto que iba a irme muy lejos de allí y no pensaba volver a verle el pelo, ni a tener noticia alguna de él. En el fondo, ahora me alegraba de no haber accedido a la cantidad de guarradas que él quería hacer conmigo en la cama y a las que me había negado por pudor,
¡Que las hiciera con la puta de Ayumi si quería! A mi desde luego no iba a volver a volver a engañarme.

Ahora más que nunca tenía claro que me pensaba largar de allí y por una larga temporada. Las insistentes llamadas de Hoyo con mensajes en el buzón de voz simulando hipotéticas excusas me estaban exasperando. Si existía la más mínima duda de querer marcharme por él, definitivamente ésta se había evaporado tan rápido como una gota en mitad del desierto.
Mi padre me había dado un nuevo teléfono con número español y pensaba dejar el mío personal allí para que nadie me localizara, no me apetecía en absoluto que me contactara o se presentara por sorpresa en Madrid para visitarme, así que pasé al nuevo terminal todos los teléfonos que me interesaba tener que se reducían a un porcentaje minúsculo y desde luego el de Hoyo no era precisamente uno de ellos. Menos mal que no le había dado la dirección del pequeño apartamento al que pensaba mudarme porque no la recordaba... ahora me alegraba infinitamente de no haberlo hecho.

LA PERLA RUSADonde viven las historias. Descúbrelo ahora