París, Francia 1828.
La neblina, combinada con el humo de las fábricas y del tren nublaban la visión de cualquiera, pero no la de él. No cuando conocía perfectamente el sonido de las calles a su alrededor.
Cada casa, cada edificio, cada banqueta, cada poste luz tenía su propia melodía, una que no era perceptible para el oído humano común. Pero él era especialista en encontrar la belleza en objetos muertos o inanimados. Sus sentidos no eran los de un humano normal, así que para él caminar por los diferentes distritos de París, a pesar de la neblina y el humo, no era algo que se le dificultara.
El susurro del viento, el click-clack de los zapatos de la gente que corría apresurada para regresar a casa antes de las nueve el sonido del abrir y cerrar de puertas de los distintos negocios, el chirrido de las farolas, con la nueva y más reciente instalación de alumbrado de gas y el sonido de diversas melodías combinadas le indicaban que se encontraba en el IX Distrito de París: Arrondissement de l'Opéra.
Escondió las manos dentro de los bolsillos de su abrigo escarlata y encogió el rostro para proteger su nariz y sus labios del frío de noviembre. Usualmente, el ruido y bullicio de la ciudad no le molestaban, pero conforme se acercaba al Bulevar de las Capuchinas, su ceño comenzó a fruncirse con fastidio.
Una de sus tantas rutinas de distracción, era sentarse en el Café Napolitano a leer sus manuscritos y a ver a la gente pasar mientras disfrutaba de un té caliente de hibisco, acompañado de un croissant caliente con un toque de miel de abeja. Pero justo ese día, había un ruido molesto interfiriendo con la armonía de la ciudad.
Alguien estaba tocando de manera horrorosa, espantosa y terrible la Cabalgata de las Valkirias de Wagner. Y no solo eso, osaban ofender su vista con un espectáculo soso, sobrio y carente de talento de tres bailarines que poco tenían en común. No entendía cómo podía haber tanta gente alrededor disfrutando del espectáculo, cuando él prefería quedar ciego y sordo a estar presenciando tal ofensa al arte. Aun así, detuvo su caminar y observó a los bailarines tratar de coordinar sus movimientos con la pieza musical, que tristemente estaba siendo destrozada.
No solo los instrumentos estaban desafinados, los bailarines carecían de gracia, de armonía, de coordinación y de talento. Estaba seguro de que esos vestuarios ridículos y sin gracia, no serían usados ni siquiera por miembros del circo, aun así, se quedó de pie observando. Después de todo, no puedes apreciar la hermosura del arte, sin ver la cara horrenda de este.
El martirio terminó y la gente a su alrededor comenzó a aplaudir. Ese tipo de espectáculos callejeros comenzaban a ser más frecuentes en las calles parisinas, y si bien no le molestaban del todo (porque debía reconocer que había presentaciones dignas de la Ópera Garnier), tampoco eran su mayor interés. Los bailarines hicieron una reverencia, realmente agradecidos, mientras los músicos ni siquiera se inmutaban en mirar a la audiencia que estaba frente a ellos. Frunció el ceño y se mordió el labio con incomodidad, porque si había algo que odiaba, era la mala educación.
Los tres jóvenes comenzaron a interceptar a la audiencia, pidiendo dinero por su actuación. A simple vista, se veían jóvenes maltratados y mal nutridos, pues estaban demasiado delgados y con marcas rojas y violáceas en toda la extensión de sus brazos, una parte de su corazón se encogió al verlos de esa manera, pero él no era Dios para salvar a cualquier ser indefenso que se le presentara. Él también era una persona con problemas, como los demás. Y con ese pensamiento, dio media vuelta, dispuesto a entrar a la cafetería y continuar con su rutina habitual, pero se encontró con uno de los bailarines mirándolo fijamente y con la mano extendida.
Para alguien con su profesión, debía reconocer que era horrendo. Su cabello negro, largo y desmarañado, sus pómulos hundidos, y casi tan negros como la noche, sus labios resecos, blancos y partidos, pero sobre todo, esos ojos rasgados, como los suyos, pero con una falta de armonía que le daban escalofríos. Sus ojos anatómicamente eran simétricos, pero sus colores no concordaban. Su ojo derecho era dorado como el sol y el izquierdo, azul como el reflejo del agua. Él era una persona compulsiva, lo que explicaría por qué en vez de rechazar la mano frente a él, terminó sosteniendo con su mano el mentón del chico, quien asustado, se sobresaltó y lo miró asustado.
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Raisanka
FanfictionSuena y resuena el lamento a través de los campos de nieve. Incluso si hemos alcanzado el borde de nuestros sueños, a punto de morir en la oscuridad, usaremos las llamas de la pasión que vestimos para levantarnos y continuar. Los gritos de las almas...