Captain Enom Queen

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–Ya que no parece que vaya a responder a mi pregunta, dígame algo: ¿cómo se les ocurrió a sus padres ponerle ese nombre?

–Oh, querido, mis padres no me pusieron el nombre –contestó la pirata, cruzándose de piernas y estirándose contra el respaldo de la dura silla. Las esposas magullaban sus muñecas, pero ella las apoyaba en sus muslos como si no le importaran– Me lo puse yo. Ellos me llamaron John. Pero como comprenderá usted, no es un buen nombre para una capitana: Captain John. Crearía muchos malentendidos.

–Ya...

El comisario observó su torso sin busto mientras se pasaba la lengua por los dientes. Ante sí, tenía lo que él consideraba un esperpento: un humano con el cabello largo, prendas femeninas y joyas; pero a quien se le notaba perfectamente que no tenía pechos y que algo le colgaba entre las piernas. Además, tras unos días en prisión, ya comenzaban a asomarle  algunos vellos en su barba. Aquello lo incomodaba enormemente.

–Y dígame usted, entonces, ¿por qué eligió su nombre? Enon sigue siendo un nombre de hombre, hasta donde yo tengo entendido.

–Ay, sí; pero yo feminizo las cosas a mi manera. Y nadie puede negarme que soy la reina de mi barco. Verá usted: Enon, significa "muy fuerte". Y eso mismo soy yo para mi pueblo. Alguien muy fuerte que los guía. Con la diferencia, claro está, de que yo soy una reina, y no un fuerte.

Yo no lo tendría tan claro... Pensó el comisario. Suspiró, mirando a su alrededor. El pequeño recinto de piedra parecía angustiarlo más a él que a su presa. No obstante, sabía que necesitaba sacarle información si quería capturar a alguno más. No sería lógico por su parte mandarla directamente a la horca. No cuando se trataba de una de las capitanas más poderosas de los siente mares.

Una que tenía aliados incluso entre sus civiles.

–Estoy seguro de que estará usted encantado de contarme más sobre eso.

–¿Esas son formas de tratar a una damisela?

El comisario rodó los ojos.

–Está bien... Encantada.

–En mi barco, somos diversos –comenzó a contar ella, con orgullo–: no importa de dónde seas, qué idioma hables, cuántos miembros te falten o si nunca aprendiste hablar. Solo importa una cosa.


Estábamos todos reunidos. Yo, en lo alto de una de las escaleras, mis marineros haciendo un círculo a mi alrededor, y el joven Adam en el centro de todos. El grumete había subido aquella mañana al barco.

–¿Qué cosa? –preguntó, acongojado por tanta atención.

–Debes jurar la bandera.

Jenna y Abdul bajaron nuestra bandera multicolor del mástil. Como cualquier bandera pirata, tiene una bonita calavera en el centro. La nuestra, en concreto, muerde una rosa, por condecoración mía. Sin embargo, su fondo no es del negro tan habitual que muestran otros barcos; se divide en bandas: roja, naranja, amarilla, verde, azul y morada. Diversa como nosotros.

Sujetaron la bandera por dos de sus extremos, colocándola entre Adam y yo.

–¿Jurar la bandera? –repitió el muchacho.

–Sí. Significa que debes jurar lealtad a todo lo que esta bandera representa. Al jurarla, prometes que siempre defenderás, como a hermanes, a todos los marineros de este barco. Así mismo, juras defender nuestros principios: gritar a los cuatro vientos que nuestras diferencias son nuestra mayor riqueza. Y prometes cuidar a cualquier hermane, pirata o no, que esté sufriendo una injusticia a manos de aquellos que se creen superiores.

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