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    Había esperado tanto para ese día. Por fin había logrado que me acompañaras una tarde. Nos vimos en la esquina entre las calles 23 y 25. Cuando me viste, no dudaste en acercarte, abrazarme y besar mi mejilla. Tampoco dudo que mi rostro se haya enrojecido. Siempre te deseé tanto.

    Pedaleamos juntas por la ciudad, hasta llegar al sendero para bicicletas. Era invierno y era media tarde. Nuestra ropa mantenía caliente nuestros cuerpos, y el aliento podía verse cuando hablábamos. Después de unos minutos de adentrarnos por el sendero, decidimos detenernos ante el paisaje de un río con aguas cristalinas.

    —Ah, qué hermoso lugar. Estoy muy contenta de haber venido hoy—dijiste con una gran sonrisa.

    Decidimos bajar de nuestro transporte, y tomar asiento cerca del agua. Estar a tu lado siempre ha causado que mi corazón lata más rápido. También que me suden las manos. Así que cuando tocaste mi pierna, no sabía si mirarte o si seguir observando el paisaje.

    Como pude, decidí verte, y tu mirada juguetona y sonrisa aumentaron aún más los latidos de mi corazón. No pude más que regresar la sonrisa. Fue entonces cuando noté que te acercabas. Oh, una sensación de adrenalina recorrió todo mi cuerpo. Tú estabas cada vez más cerca y yo cerré los ojos. Entonces recibí ese beso que siempre añoré. Qué delicia, el placer de probarte y comerte la boca. Amiga, querida, amor. Nuestro primer beso lo atesoraré por siempre.

Memorias de un amanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora