-Señor- se arrodilló un caballero de emblemática armadura enfrente del trono de Batscum - hemos revisado la zona suroeste como ha pedido-
-¿Y bien?- preguntó el rey alzando una ceja.
-No parece que ha simple vista sepan algo - levanta la cabeza - pero... hemos encontrado en una callejuela a un juglar tocando un Rabel. Decía y recitaba cosas de esa demonio que vos buscáis -
- Hacedle pasar- levantó el rey la mano en dirección a la puerta.
En ese momento entraron dos caballeros más agarrando con reciedumbre a un pequeño juglar joven de ropajes ambarinos. Los caballeros lo tiraron al suelo frente al trono y este tuvo que realizar una reverencia al levantarse.
-¿De dónde sois? -
-De aquí, de Élcinhor mi señor -respondió el joven a la seca pregunta de su rey.
- Paréceme que vos no sois quien para alterar a mi gente con canturreos de demonios - recriminó Batscum. Sin embargo, continuó - si me hablas de esa demonio prometo dejarte con vida -
Rápidamente el joven comenzó a relatar nervioso - Se cuenta que es la hija del mismísimo Satanás. Una mujer decidida, joven, atrevida. Se dice que nadie la para, que es la crueldad en persona. No se sabe nada de ella, pero su nombre es muy conocido en los bosques demoniacos. -
- Decidme pues -
- Aradia. Su nombre es Aradia. Atacó una ciudadela de Nerdarcks hace media hora. A unos kilómetros del puente que conecta con las tierras demoníacas. -
-Está bien, retírate - ordenó el rey.
Una vez solo en la gran sala de columnas de mármol blanco, habló:
- Haniel, hijo mío, no es de buena educación escuchar conversaciones ajenas-
- No te pasas ni una padre - respondió el joven saliendo de su escondite.
- No estoy tan mayor como para no darme cuenta - aclaró su garganta.
- Lo sé padre - tomó aire - hemos estado buscándola un montón desde años atrás y no hemos obtenido nada. Déjeme a cargo total de las expediciones y no parcial. Prometo no fallarle padre. -
-Está bien hijo mío, ya estás grande para eso. Confío en tu palabra. Ve y captúrala. Debe pagar por todo lo que ha hecho. -
Haniel asintió, totalmente de acuerdo.
-Prepara a la guardia real y a la civil. Necesitamos a todas. Ponlos de punta en blanco para partir de inmediato. Con un poco de suerte esa demonio estará allí todavía. -
Haniel salió decidido del lugar a llevar acabo su misión con total control. No quería fallarle a su padre.
El pequeño Haniel ya no era tan pequeño. Había crecido, ahora era un joven ángel apuesto e inteligente. A pesar de no ser tan robusto y musculoso como el resto, tenía un cuerpo atlético, no era delgado pero no era rellenito; era veloz, ágil y silencioso. Y todo eso por su duro entrenamiento al que llevaba sometido desde sus 60 años, cuando aún era un crío. Como es de suponer, su estatura había aumentado, aunque a pesar de este hecho, los ángeles solían medir menos que un demonio y él medía incluso menos que los ángeles promedios. Muchos se burlaron de él por ello, pero nunca pasó a nada grave, quizás por ser el príncipe.
Su pelo blanco , suave, fino y sedoso también había crecido, llevándolo en ese momento por debajo de las orejas y tapándole las cejas. Era un joven de cara alargada, cabello brillante y blanco como la mayoría de los ángeles, alas enormes de plumas ya totalmente desarrolladas, manos con dedos finos, piel clara de color ocre, sin arrugas, plana y suave, como todos los ángeles; labios gruesos, ojos grandes con iris de un color azul vivo, de esos azules que no pasan desapercibidos, una nariz parecida a la nuestra pero más redonda y unas orejas enanas, comunes entre los suyos.
Los ángeles por naturaleza suelen ser muy bellos, pero Haniel era aún más guapo, aunque desde luego no era un galán. Todo en él había creado a un hombre. Claro que este hecho hizo que creciese y desarrollase su masculinidad y que algunos pelos de más tuviese que afeitarse. Pero por suerte en su raza era trabajo sencillo puesto que tardaban en salir de nuevo.
Y no era sólo su apariencia lo que había cambiado, si no su actitud. Más inteligente, más fuerte, más comprensivo, más valiente y más independiente. Pero de todos modos en el fondo seguía siendo el mismo niño a veces asustadizo, preocupado por sus seres queridos y temeroso. Seguía necesitando un cálido abrazo después de cada batalla, que no recibía, y después de cada expedición porque, aunque era fuerte y valiente, nadie puede quedarse tranquilo después de ver tantas crueldades. Hasta el más insensible y mejor entrenado se quedaría de piedra ante tales escenarios. Y es que aquel día en el que él tenía total control del ejército y de todos sus movimientos, volvió el mismo escenario a pintarse frente a sus ojos, sin embargo esta vez de una manera un tanto diferente.
Luego de desmontar su caballo blanco como la nieve se dispuso a pasear por las calles de una ciudad devastada seguido de los caballeros. Con cada paso que daba más se estremecía por dentro. Los caminos de piedra estaban llenos de sangre Nerdarck. Las casas tenían los cristales rotos, las puertas y tejados destrozados, chimeneas medio derruidas, cabezas decapitadas clavadas en estacas por los jardines..., en fin, una barbaridad. Aquello era cruel, sí, pero se pasaba de la crueldad habitual y todo debido a una demoníaca peligrosa: Aradia.
Habían papeles y ropajes ardiendo, bebés Nerdarcks apuñalados, el aire estaba cargado de humo y de un olor a quemado, ya que más de la mitad de la ciudad estaba ardiendo en fuego. Pero esta vez no fuego rojo y amarillo, no, solamente rojo. Llamas vivas de magia, rojas y oscuras, se ondeaban con la brisa del viento y cogían una altura media de 7 metros. Los buzones metálicos estaban rotos y de ellos colgaban dedos ensangrentados. Líquido venenoso y verdoso por algunos lugares, agujas en ojos clavadas, brazos desgarrados, huesos arrancados, una caja torácica reventada... todo de terror.
Aradia solía realmente atacar con odio. No sólo mataba, no, que va. Ella los hacía sufrir, los mataban y los descuartizaba o hacía heridas post mortem con sus cadáveres. Eso era un profundo odio hacia el reinado y el mundo angelical, pero ¿por qué?
Haniel se seguía estremeciendo ante tales cosas y asustando de que algún día sean sus amigos, conocidos o familiares a los que vería en ese estado.
Pero ese día algo era distinto y él lo notaba. El olor a crueldad demoníaca era más fuerte, más que el olor a quemado. Su sexto sentido reparaba en una esencia de una presencia extraña. Antes no lo había notado, pero ahora inundaba sus fosas nasales un cierto olor y sus oídos captaban pequeñas ondas provenientes de detrás de él... Cuando rápidamente y de manera brusca Haniel dio media vuelta el ejército no estaba. Estaba todo vacío, incluso parecía que había menos sangre. Extrañado preparó un conjuro para llamar al ejército de nuevo. Cuando acabó, dio media vuelta de nuevo dispuesto a seguir su camino por dónde lo había dejado. Pero cuando giró se encontró cara a cara con Aradia. Sólo pudo apreciar un manto negro con una capucha que cubría un largo pelo rojizo y una sonrisa con dos colmillos. La oscuridad se la tragó y de un momento a otro desapareció tras una nube de polvo negro, impidiendo a Haniel poder atacarla. cuando la nube se despejó cayó una pluma al suelo. Una pluma roja con bordes blancos y negros, brillante y con un toque dorado. Se veía a una legua que esa pluma no era normal, pero sólo Haniel la reconocería: era de las pocas cosas que quedaron en la torre dónde murió su madre, que para aquel entonces ya era una torre abandonada, alejada de la ciudad. Haniel se enfureció al saber que ella había estado en esa torre, donde único ya entraba él. Quizás eso significase algo. Fuese como fuese, el joven ángel debía regresar a esa torre de inmediato y proteger el baúl con cosas de su madre, la cosa más preciada que le quedaba.
Así que, para no alterar a nadie ni que supiesen su secreto, avisó a la Guardia con la pluma escondida y les dijo que limpiaran ese desastre. Luego desapareció de allí con su caballo blanco en dirección al bosque entre el mundo angelical y el demoníaco.
Siempre en un galope desesperado, pues debía llegar lo antes posible. Y mientras tanto intentaba guardar su nerviosismo, pues igual tendría que enfrentarse a ella en cuestión de minutos. Pero a pesar del miedo que sentía en lo más profundo de su ser, estaba dispuesto a morir para proteger lo que amaba.