Demián.

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Era sábado, hacía calor y la ciudad estaba desierta. Todos estaban de vacaciones, mar, playa, sol y todo lo demás. Mientras tanto, el tiempo en la ciudad parecía de mentira, de juguete. La realidad parecía un ensayo.

Marla leía una y otra vez la misma oración del mismo libro que comenzaba a leer todos los años y que siempre abandonaba un poco antes de la mitad. Habían estado refaccionando el departamento de al lado hacía ya dos semanas. Cada golpeteo en la pared hacía vibrar los muebles. Marla decidió no aguantarlo más, no ese sábado.

A un viaje de 10 minutos en colectivo estaba el barrio chino, que siempre estaba atestado de gente, pero no ese sábado. La tarde se le pasó volando, de negocio en negocio. Aprovechó a comprar un par de regalos y souvenires para sus compañeras de la oficina, porque Marla tenía eso, siempre trataba y trataba.

Antes de volver, pasó por uno de los tantos puestitos de comida al paso.—Uno de pollo y uno de carne —dijo Marla señalando unos palitos de brochette. —Y una bebida de leche de coco y ananá, por favor... y una galleta de la fortuna.

El viaje de vuelta fue de lo más placentero, el colectivo llegó rapidísimo y vacío. A Marla siempre le había gustado viajar en colectivo, le encantaba mirar por la ventanilla, mirar las casas, las ventanas entreabiertas y el contraste de los techos con el cielo por detrás. Se sentó del lado de la ventanilla, todavía no había abierto su galleta de la fortuna. Se apuró a sacar el papelito de adentro de la galletita: «1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8 » decía.
 —Pss. —dijo para sus adentros y dejó caer el papelito en su cartera.

Subió los siete pisos por escalera, mientras discutía consigo misma sobre si saldría a caminar un poco (la noche estaba ideal) o si terminaría de pintar las sillas así por fin, de una vez por todas, podría dejar de vivir entre diarios y olor a pintura. 

—Buenas noches, Demián ¿no?

  —Sí, buenas noches...

    —Me llamo Marla.

 —Ah —respondió Demián.

 —¿Te ayudo? —interrumpió Marla señalando en dirección al objeto de aproximadamente dos metros de alto, cubierto con un protector de terciopelo negro que Demián traía arrastrando con bastante dificultad.
 —No, gracias, mejor no. —dijo sonriendo —Linda noche, parece que no va a llover más.

Lo que esconde el telónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora