Solo una ventana

50 6 2
                                    

Ya no quedaba ni una sola olla para cocinar. Estaban todas esparcidas por la casa remediando alguna gotera. Excepto en el baño, la gotera del techo del baño merecía un recipiente más grande. Así, Marla se la pasaba cambiando un gran balde plástico cada hora y media.

Eran las seis de la tarde, y diluviaba. Llovía tanto, que no se podía cruzar la calle por el agua que se acumulaba en el cordón. Llovía tanto, que se podían escuchar las alarmas de los autos sonar incansablemente. Llovía tanto, que se cortó la luz. Las velas estaban en los lugares más inconvenientemente posibles, por lo que Marla se chocó con varios muebles antes de que por fin su casa se asemejara a un santuario religioso.

Hacía más de 5 meses que no veía a nadie en el departamento de enfrente. En sus 7 años de inquilina perfecta, había desarrollado un gusto particular: espiaba las vidas de sus vecinos a través de su gran ventanal, refugiada por las cortinas amarillas de su departamento.

Era un día de verano como cualquier otro. El pavimento humeaba, el sol ardía en la piel y la calle estaba poblada de gente que salía a comprar los regalos de Navidad. Ese día eligió Marla para comprar la tela para sus cortinas en un negocio de Once. "Los colores claros agrandan los ambientes" pensó mientras trataba de encogerse para pasar al fondo del colectivo. "Pero ya tengo todo blanco, algo de color no estaría mal." —Esa. —Le dijo al vendedor señalando un gran rollo de bambula amarilla. Por supuesto que los 5 metros de tela amarilla se estacionaron en el mueble de la entrada y vivieron allí por unas cuantas semanas hasta que Marla se decidió a mandar a hacer las cortinas. Como con todo, Marla se tomaba su tiempo, no le gustaba que la apuraran. Además, con todo el trabajo acumulado que tenía, ya casi no tenía tiempo para dedicarse a este tipo de tareas.

La lluvia llenaba el espacio entre el cielo y la tierra como una gran cortina gris. La pava silbaba con furia, pero Marla tardó unos segundos en cruzar la habitación para apagar la hornalla. Se preparó un té y se sentó ante la pila inmensa de papeles que prometían una larga noche de trabajo. Trabajo inservible, que nadie apreciaría en la oficina al día siguiente.

Era evidente que el 7° C —que quedaba justo al lado del departamento de Marla y cuya ventana de la sala de estar se enfrentaba perfectamente a la ventana de la habitación que Marla había transformado en su estudio— estaba vacío. La oscuridad era absoluta, pero con cada rayo que se dibujaba en el cielo, Marla podía ver el sillón color caoba justo en el centro de la sala de estar. También podía ver el modular en el que estaban todas las fotografías familiares, algunas revistas y un tocadiscos antiguo. Una lámpara de pie, algunos libros y un cajón.

Lo que esconde el telónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora