CAPÍTULO 2
Buen sexo en malas relaciones
Oh, mi hombre, lo amo tanto;
él nunca sabrá,
toda mi vida no es más que
desesperación; pero no me importa. Cuando él me toma en sus brazos
el mundo se ilumina...
Mi hombre
La joven sentada frente a mí estaba inmersa en la desesperación. Su rostro bonito
exhibía rastros amarillos y verdes de los terribles golpes recibidos un mes antes, cuando
deliberadamente se lanzó a un precipicio con su automóvil.
—Salió en el periódico —me dijo lenta y dolorosamente—, todo sobre el accidente, con
fotografías del auto colgado allí... pero él nunca se puso en contacto conmigo.
Levantó la voz un poco, y hubo una insinuación apenas perceptible de saludable ira antes
de que volviera a caer en su desolación.
Tilly, que había estado a punto de morir por amor, planteó entonces lo que para ella era
la pregunta central, la que hacía inexplicable y casi insoportable el hecho de haber sido
abandonada por su amante:
—¿Cómo podía ser tan bueno el sexo entre nosotros, hacernos sentir algo tan
maravilloso y acercamos tanto cuando en realidad no había nada más que nos uniera? ¿Por
qué eso funcionaba bien cuando ninguna otra cosa lo hacía? —Comenzó a llorar, con todo el
aspecto de una niña muy pequeña y muy herida.— Yo creía que estaba logrando que me
amara, al entregarme a él. Le di todo, todo lo que podía dar. —Se inclinó hacia adelante con
los brazos cruzados sobre el vientre y balanceándose hacia adelante y hacia atrás.— Pero
duele mucho saber que hice todo eso para nada.
Tilly permaneció doblada en dos, sollozando durante un largo rato, perdida en el vacío en
que había vivido su mito de amor.
Cuando pudo volver a hablar, continuó con el mismo lamento apagado.
—Lo único que me importaba era hacer feliz a Jim y mantenerlo conmigo. No pedía nada
salvo que pasara el tiempo conmigo.
Después de que Tilly volvió a llorar un rato, recordé lo que me había dicho sobre su
familia y le pregunté suavemente:
—¿No era eso lo mismo que quería tu madre de tu padre? ¿Básicamente que pasara el
tiempo con ella?
De pronto, se enderezó en su asiento.
—¡Oh, Dios mío! Tiene razón. Incluso estoy hablando como mi madre. La persona a quien
menos quería parecerme, la que intentaba suicidarse para salirse con la suya. ¡Oh, Dios mío!
—repitió, y luego me miró, con el rostro bañado en lágrimas, y agregó en voz baja—: Es
realmente horrible.
Hizo una pausa y hablé yo.
—Muchas veces nos descubrimos haciendo las cosas que hacía nuestro progenitor de
nuestro mismo sexo, las mismas acciones que nos prometimos no hacer nunca, jamás. Es
porque aprendimos de las acciones de ellos, incluso de sus sentimientos, lo que es ser un
hombre o una mujer.
—Pero yo no traté de matarme para vengarme de Jim —protestó Tilly—. Fue sólo que no
podía soportar lo horrible que me sentía, inútil e indeseable. —Otra pausa.— Tal vez así era
como se sentía también mi madre. Supongo que así termina sintiéndose una cuando trata de
conservar a alguien que tiene otras cosas más importantes que hacer.
Tilly lo había intentado, sí, y el aliciente que había utilizado fue el sexo.En una sesión posterior, cuando el dolor ya no estaba tan fresco, volvió a surgir el tema
del sexo.
—Siempre he respondido bien sexualmente —informó con una mezcla de orgullo y
culpa—, tanto que en la escuela secundaria tenía miedo de ser ninfómana. Lo único que podía
pensar era en la próxima vez que mi novio y yo podríamos estar juntos para hacer el amor.
Siempre trataba de disponer todo para que pudiéramos tener un sitio adonde ir y estar solos.
Dicen que se supone que son los hombres quienes siempre buscan el sexo. Yo sé que lo
deseaba más que él. Al menos, me preocupaba mucho más que él para hacerla.
Tilly tenía dieciséis años la primera vez que ella y su novio de la escuela secundaria
"pasaron a mayores", como dijera ella misma. El era un jugador de fútbol que se tomaba muy
en serio los entrenamientos. Parecía creer que una excesiva actividad sexual con Tilly
disminuiría su destreza en el campo de juego. Mientras que él se excusaba por no quedarse
hasta tarde antes de un juego, ella disponía trabajar como niñera por la tarde; de esa manera,
podía seducirlo en el sofá de la sala mientras el bebé dormía en su cuarto, cerca de allí. A la
larga, sin embargo, los esfuerzos más creativos de Tilly por transformar la pasión de su novio
por los deportes en una pasión por ella fracasaron, y el joven, gracias a una beca deportiva, se
marchó a una universidad lejana.
Después de un tiempo de llorar todas las noches y de regañarse por no haber sido capaz
de persuadirlo de que la prefiriera a ella en lugar de sus ambiciones atléticas, Tilly estuvo lista
para volver a intentarlo. Era el verano en que había terminado la escuela secundaria y estaba
por empezar la universidad y aún vivía con sus padres, en un hogar que se estaba
desmoronando. Después de varios años de amenazar hacerlo, la madre de Tilly finalmente
había iniciado los procedimientos de divorcio y había contratado a un abogado conocido por su
disposición a jugar sucio. El matrimonio de sus padres había sido de los más tormentosos,
donde la afición compulsiva de su padre por el trabajo se oponía a los esfuerzos fervientes, a
veces violentos y ocasionalmente autodestructivos de su madre por forzarlo a pasar más
tiempo con ella y sus dos hijas, Tilly y su hermana mayor, Beth. Rara vez estaba él en casa, y
cuando se encontraba allí era por períodos tan breves que su esposa comparaba
cáusticamente esas estadías con las paradas de reparación que hacen los pilotos durante las
carreras automovilísticas.
—Eran como esas paradas, sí —recordaba Tilly—. Sus visitas siempre degeneraban en
peleas horribles y largas; mamá gritaba y lo acusaba de que no quería a ninguna de nosotras,
y papá insistía en que trabajaba tanto por nuestro bien. El tiempo que pasaba en casa siempre
parecía terminar con los dos gritándose. Por lo general, papá se marchaba, dando un portazo y
gritando: "¡No es de extrañar que nunca quiera venir a casa!", pero a veces, si mamá había
llorado lo suficiente o si había vuelto a amenazarlo con el divorcio, o quizá si había tomado
muchas píldoras y estaba en el hospital, él cambiaba durante un tiempo, venía a casa
temprano y pasaba un cierto período con nosotras. Mamá empezaba a cocinar esas comidas
estupendas, para recompensarlo, supongo, por haber venido a casa con su familia. —Frunció el
ceño.— Después de dos o tres noches, volvía a demorarse y llamaba por teléfono. "Ah, ¿sí?
¡No me digas!", decía mi madre, muy fríamente. Enseguida empezaba a gritarle obscenidades
y después colgaba el teléfono de un golpe. Y allí estábamos Beth y yo, bien arregladas porque
papá vendría a cenar a casa. Tal vez habíamos puesto la mesa de una manera especial, como
nos decía siempre mamá que la pusiéramos cuando papá debía venir, con velas y flores. Y allí
estaba mamá, descargando su furia en la cocina, gritando y entrechocando cacerolas e
insultando horriblemente a papá. Después se calmaba, volvía a ponerse fría y salía a decirnos
que comeríamos solas, sin él. Eso era aún peor que los gritos. Nos servía y se sentaba, sin
mirarnos. Nosotras nos poníamos muy nerviosas, Beth y yo, con tanto silencio. No nos
atrevíamos a hablar, y no nos atrevíamos a dejar de comer. Nos quedábamos en la mesa,
tratando de hacer las cosas mejores para mamá, pero en realidad no había nada que
pudiéramos hacer por ella. Después de esas comidas, por lo general yo me descomponía en
mitad de la noche, con terribles náuseas y vómitos. — Tilly meneó la cabeza con estoicismo.—
Sin duda, no era bueno para la digestión.
—Ni para aprender patrones sanos de relación —agregué, pues en ese clima había
aprendido Tilly lo poco que sabía sobre la forma de tratar a alguien a quien quería—. ¿Qué
sentías mientras pasaba todo eso? —le pregunté.Tilly pensó un momento y luego asintió al responder, enfatizando lo correcto de su
respuesta.
—Mientras estaba pasando tenía miedo, pero en general me sentía sola. Nadie me
miraba ni se preguntaba qué sentía o qué hacía yo. Mi hermana era tan tímida que nunca
hablábamos mucho. Ella se escondía en su habitación, cuando no tomaba clases de música. La
mayor parte del tiempo tocaba la flauta, creo, para no oír las discusiones y para darse una
excusa para estar fuera del camino de los demás. Yo también aprendí a no causar problemas.
Permanecía callada, fingía no advertir lo que se estaban haciendo mis padres y, de hecho, no
decía lo que pensaba. Trataba de ir bien en la escuela. A veces parecía que eso era lo único en
que mi padre me prestaba atención. "Muéstrame tus calificaciones", me decía, y entonces
hablábamos un poco de eso los dos. El admiraba cualquier tipo de logro, por eso yo trataba de
cumplir para él.
Tilly se frotó la frente y prosiguió, pensativa.
—También hay otro sentimiento. Tristeza. Creo que me sentía triste todo el tiempo, pero
nunca se lo dije a nadie. Si alguien me hubiera preguntado: "¿Qué sientes dentro de ti?", yo
habría dicho que me sentía bien, absolutamente bien. Aun cuando hubiese podido decir que
estaba triste, jamás habría podido explicar por qué. ¿Cómo podía justificar el sentirme así? No
estaba sufriendo. En mi vida no faltaba nada importante. Me refiero a que nunca nos faltaba
comida, teníamos todo cuanto necesitábamos.
Tilly aún era incapaz de reconocer la profundidad de su aislamiento emocional en esa
familia. Había sufrido una carencia de afecto y atención debido a un padre que era
virtualmente inaccesible y a una madre consumida por la ira y la frustración que sentía hacia
su esposo. Eso había dejado a Tilly y a su hermana hambrientas emocionalmente. Lo ideal
habría sido que Tilly, al crecer, hubiese podido practicar el hecho de compartir con sus padres
lo que era ella, a cambio del amor y la atención de ellos, pero sus padres eran incapaces de
recibir ese regalo de ella; estaban demasiado atrapados en su lucha de voluntades. Por eso,
cuando Tilly se hizo mayor, se dirigió con su regalo de amor (bajo la forma del sexo) a otra
parte. Pero se ofreció a hombres igualmente inaccesibles o renuentes. Después de todo, ¿qué
otra cosa sabía hacer? Nada más le habría parecido "correcto" o habría concordado con la falta
de amor y atención a la que ya estaba acostumbrada.
Mientras tanto, el conflicto entre sus padres recobraba intensidad en el nuevo escenario
de la corte de divorcio. En medio de la fiesta, la hermana de Tilly se escapó con su profesor de
música. Sus padres apenas hicieron un alto en la batalla el tiempo suficiente para registrar el
hecho de que su hija mayor había abandonado el estado con un hombre que la doblaba en
edad y que apenas podía mantenerse. Tilly también buscaba amor; salía con hombres en una
carrera frenética y se acostaba con casi todos ellos. En el fondo creía que los problemas de sus
padres eran por culpa de su madre, que ésta había alejado a su padre con sus reproches y
amenazas. Tilly juró que nunca, jamás sería la clase de mujer iracunda y exigente que, a sus
ojos, era su madre. En cambio, ganaría a su hombre con amor, comprensión, y su total
entrega. Ya había intentado una vez, con el, futbolista, ser devotamente cariñosa y generosa
hasta el punto de ser irresistible, pero su enfoque no había dado resultado. Su conclusión no
fue que había utilizado un enfoque incorrecto, ni que el objeto de su enfoque había sido una
mala elección, sino que ella no había dado lo suficiente. Entonces siguió intentando, siguió
dando y, sin embargo, ninguno de los hombres con quienes salía se quedaba con ella.
Comenzó el semestre de otoño y pronto Tilly conoció a un hombre casado, Jim, en una
de sus clases en la universidad local. Era policía y estaba estudiando teoría de la aplicación de
la ley para conseguir un ascenso. Tenía treinta años, dos hijos y una esposa embarazada. Una
tarde, mientras tomaban un café, contó a Tilly lo joven que se había casado y la poca felicidad
que sentía en su relación con su esposa. Le advirtió, de forma paternal, que no cayera en la
misma trampa doméstica casándose joven y atándose a las responsabilidades. Tilly se sintió
halagada por el hecho de que él le confiara algo tan privado como su desencanto con la vida
marital. Parecía amable y, en cierta forma, vulnerable, un poco solo e incomprendido. Jim le
dijo lo mucho que había significado para él hablar con ella, que nunca antes había hablado con
alguien como ella... y le pidió que volvieran a encontrarse. Tilly aceptó de inmediato, pues, si
bien aquella conversación había sido más parecida a un monólogo, en el que Jim hablaba la
mayor parte del tiempo, había creado una mayor comunicación de la que Tilly había
experimentado en su familia. Esa charla le dio a probar un poco de la atención que ella anhelaba. Dos días más tarde volvieron a hablar, esta vez durante una caminata por las
colinas cercanas a la universidad y, al final del paseo, Jim la besó. En una semana,
comenzaron a encontrarse en el apartamento de un policía de servicio, tres tardes de las cinco
que Tilly pasaba en la escuela, y su vida comenzó a girar alrededor de ese tiempo que pasaban
juntos. Tilly se rehusaba a ver de qué manera la afectaba su relación con Jim. Faltaba a sus
clases y, por primera vez, comenzó a fallar en sus estudios. Mentía a sus amigos acerca de sus
actividades y luego llegó a evitarlos por completo para no tener que seguir mintiendo. Anuló
casi todas sus actividades sociales, pues sólo le importaba estar con Jim cuando podía y
pensar en él cuando no podía verlo. Quería estar disponible para él en caso de que hubiera una
hora extra aquí o allí que pudieran pasar juntos.
A cambio, Jim le proporcionaba mucha atención y muchos halagos. El se las ingeniaba
para decir exactamente lo que ella necesitaba oír: lo maravillosa, especial y adorable que era,
cómo lo hacía más feliz de lo que había sido jamás. Sus palabras la llevaban a esforzarse más
aun por complacerlo y deleitarlo. Primero compró hermosas prendas interiores para usar sólo
para él; luego perfumes, que él le advirtió que no usara porque su esposa podría notar su
aroma y preguntarse qué estaba ocurriendo. Sin amilanarse, Tilly leyó libros sobre técnicas
sexuales y aplicó con él todo lo que aprendía. El éxtasis de Jim la alentaba a seguir. Para ella
no había mejor afrodisíaco que el hecho de poder excitar a aquel hombre. Respondía
intensamente a la forma en que ella lo atraía. No era su propia sexualidad lo que expresaba,
sino más bien su sensación de ser valorada por las respuestas sexuales de Jim hacia ella.
Debido a que, en realidad, Tilly estaba más en contacto con la sexualidad de Jim que con la
propia, cuanto más respondía él, más gratificada se sentía. Interpretaba el tiempo que él
robaba a su otra vida para estar con ella como la aprobación de su valor, lo cual ansiaba.
Cuando no estaba con él ideaba nuevas maneras de encantarlo. Finalmente sus amigos
dejaron de invitarla a salir, y la vida de Tilly se redujo a una sola obsesión: hacer a Jim más
feliz de lo que había sido jamás. Sentía la excitación de la victoria en cada encuentro con él,
victoria sobre el desencanto de Jim con su vida, su incapacidad de experimentar amor y
plenitud sexual. El hecho de poder hacerlo feliz la hacía feliz. Al fin, su amor estaba obrando
magia en la vida de otra persona. Eso era lo que siempre había querido. Ella no era como su
madre, que alejaba a su esposo con sus exigencias. En cambio, estaba creando un vínculo
basado por entero en el amor y el desinterés. Se enorgullecía de lo poco que pedía a Jim.
—Me sentía muy sola cuando no estaba con él, lo cual sucedía la mayor parte del tiempo.
Lo veía solamente dos horas, tres días por semana, y fuera de esos horarios él nunca se ponía
en contacto conmigo. El tomaba clases los lunes, miércoles y viernes, y nos encontrábamos
después de clase. El tiempo que teníamos juntos lo pasábamos haciendo el amor. Cuando al
fin estábamos solos nos arrojábamos el uno en brazos del otro. Era tan intenso, tan excitante,
que a veces nos costaba creer que el sexo pudiera ser tan maravilloso para alguien más en el
mundo. Y después, por supuesto, teníamos que despedirnos. Todo el resto de la semana,
cuando no estaba con él, me parecía vacío. Pasaba la mayor parte del tiempo que estábamos
separados preparándome para volver a verlo. Me lavaba el cabello con un champú especial,
me arreglaba las uñas y divagaba, pensando en él. No quería pensar demasiado en su esposa
y en su familia. Yo pensaba que lo habían atrapado en el matrimonio mucho antes de que
tuviera la edad suficiente para saber lo que quería, y el hecho de que no tuviera intenciones de
abandonarlos, de huir de sus obligaciones, me hacía quererlo más aun.
"...y me hacía sentir más cómoda con él", bien podría haber agregado Tilly. Ella no era
capaz de mantener una relación íntima estable, de modo que el obstáculo que constituían el
matrimonio y la familia de Jim en realidad eran bienvenidos por ella, al igual que la renuencia
del futbolista para estar con ella. Sólo nos sentimos cómodos al relacionarnos de maneras con
las que estamos familiarizados, y Jim le proporcionaba tanto la distancia como la falta de
compromiso que Tilly conocía tan bien por la relación de sus padres con ella.
El segundo semestre de clases casi había terminado; el verano se aproximaba y Tilly
preguntó a Jim qué pasaría con ellos cuando terminaran las clases y ya no contaran con esa
excusa conveniente para encontrarse. El frunció el ceño y respondió vagamente: "No estoy
seguro. Ya pensaré en algo." El ceño fruncido bastó para detener a Tilly. Lo único que los
mantenía unidos era la felicidad que ella podía darle. Si él no era feliz, todo podría terminar.
No debía hacer que él frunciera el ceño.
Las clases terminaron y Jim no había pensado nada. "Te llamaré", le dijo. Tilly esperó. El
padre de un amigo le ofreció un empleo por el verano en su hotel turístico. Varios de sus
amigos también trabajarían allí e insistieron en que fuera con ellos. Sería divertido, le
prometieron, trabajar todo el verano en el lago. Tilly rechazó la oferta, temerosa de perderse
la llamada de Jim. Si bien ella rara vez salió de la casa en tres semanas, la llamada nunca
llegó.
Una tarde calurosa a mediados de julio, Tilly había ido al centro para hacer unas
compras. Salió de una tienda con aire acondicionado, parpadeó por el brillo del sol, y allí
estaba Jim: bronceado, sonriente, de la mano de una mujer que sólo podía ser su esposa.
Junto a ellos había dos niños, un varón y una niña, y sobre el pecho de Jim en un porta bebé
azul, una criatura. Los ojos de Tilly buscaron los de Jim. El la miró brevemente; luego apartó la
vista y pasó junto a ella con su familia, su esposa, su vida.
De alguna manera, Tilly llegó a su automóvil, a pesar del dolor en el pecho que casi le
impedía respirar. Permaneció allí, sentada en el caluroso estacionamiento, sollozando y
jadeando hasta mucho después de la caída del sol. Luego, lenta y débilmente, condujo hasta la
universidad y las colinas que estaban más allá, las colinas donde ella y Jim habían tenido su
primer paseo, su primer beso. Condujo hasta un punto donde el camino hacía una curva
cerrada, y siguió derecho donde debía haber doblado.
Fue un milagro que sobreviviera a la caída más o menos ilesa. También fue una gran
decepción para ella. Tendida en su cama del hospital, juró volver a intentarlo en cuanto la
dieran de alta. Pasó por el traslado a la sección de psiquiatría, las drogas sedantes, la
entrevista obligatoria con el psiquiatra. Sus padres venían a verla en turnos separados,
escogidos elaboradamente en el horario de visitas. Las visitas de su padre daban como
resultado severos sermones sobre todo lo que ella tenía por vivir, durante los cuales Tilly
contaba en silencio las veces que él echaba un vistazo a su reloj. Por lo general terminaba con
un impotente "Ahora sabes que tu madre y yo te queremos, querida. Prométeme que no
volverás a hacer esto." Tilly cumplía y se lo prometía, forzando una leve sonrisa, fría por la
soledad de tener que mentir a su padre acerca de algo tan importante. Esas visitas eran
seguidas por las de su madre, que se paseaba por la habitación, preguntando constantemente:
"¿Cómo pudiste hacerte esto? ¿Cómo pudiste hacemos esto? ¿Por qué no me dijiste que algo
andaba mal? De todos modos, ¿qué diablos te pasa? ¿Estás preocupada por tu padre y por
mí?" Luego su madre se sentaba en una de las sillas para visitantes y ofrecía una descripción
detallada de cómo iba el trámite de divorcio, lo cual se suponía que debía tranquilizar a Tilly.
Las noches siguientes a esas visitas, Tilly sufría descomposturas de estómago.
En su última noche en el hospital, una enfermera se sentó junto a ella y le hizo algunas
preguntas discretamente indagatorias. Toda la historia surgió plenamente. Finalmente la
enfermera le dijo: "Sé que estás pensando en volver a intentarlo. ¿Por qué no habrías de
hacerlo? Nada ha cambiado desde hace una semana. Pero antes de que lo hagas, quiero que
vayas a ver a una persona." La enfermera, ex paciente mía, la envió a verme.
Entonces Tilly y yo iniciamos nuestro trabajo juntas, el trabajo de curar su necesidad de
dar más amor del que recibía, de dar y dar a partir de un lugar ya vacío en su interior. En los
siguientes dos años hubo algunos hombres más en la vida de Tilly, que la capacitaron para
analizar la forma en que ella usaba el sexo en sus relaciones. Uno de ellos fue un profesor de
la universidad donde se había inscripto. Era un adicto al trabajo del calibre de su padre, y, al
principio, Tilly se dedicó de lleno al intenso esfuerzo de alejarlo de su trabajo y atraerlo a sus
brazos amorosos. Sin embargo, esta vez sintió claramente la frustración de su lucha por
cambiarlo, y lo abandonó después de cinco meses. En el comienzo el desafío había sido
estimulante, y cada vez que "ganaba" la atención de él por una noche se veía aprobada, pero
Tilly sentía que cada vez dependía más de él emocionalmente, mientras que él, en cambio, le
daba cada vez menos. Durante una sesión me informó: —Anoche estuve con David y lloré al
decirle lo importante que era él para mí. Comenzó a darme su respuesta habitual de que yo
tendría que comprender que él tenía compromisos importantes en su trabajo y... bueno, dejé
de escucharlo. De todos modos, ya había oído todo eso antes. De pronto vi con claridad que ya
había vivido esa escena con mi novio futbolista. Me estaba arrojando sobre David de la misma
manera que lo había hecho con él.
Sonrió con tristeza.—Usted no tiene idea de los extremos a los que he llegado para ganar la atención de los
hombres. Anduve por ahí quitándome la ropa y soplando en sus oídos y probando todos los
trucos de seducción que conozco. Aún estoy tratando de obtener la atención de alguien que no
se interesa mucho por mí. Creo que lo que más me complace al hacer el amor con David es
que he podido excitarlo lo suficiente para distraerlo de lo que preferiría estar haciendo. Odio
admitir esto, pero eso siempre me ha excitado mucho, el solo hecho de lograr que David o Jim
o cualquiera me presten atención. Creo que el sexo me ha dado mucho alivio porque me he
sentido tan mal en cada relación. Parece disolver por un momento todas las barreras y
unirnos. Y he deseado tanto esa sensación de estar juntos. Pero no estoy dispuesta a seguir
regalándome a David. Me parece demasiado degradante.
Aun así, David no fue el último de los hombres imposibles para Tilly. Su siguiente novio
fue un joven corredor de bolsa que además se dedicaba a las competencias de triatlón. Ella
competía con la misma dedicación que él, pero por su atención, tratando de apartarlo de sus
rigurosos horarios de entrenamiento con la constante premisa de su cuerpo dispuesto. Gran
parte del tiempo, cuando hacían el amor, él estaba demasiado cansado o demasiado poco
interesado para conseguir o mantener una erección.
Un día, en mi consultorio, Tilly estaba describiendo su más reciente intento fracasado de
hacer el amor y de pronto echó a reír.
—¡Cuando lo pienso, es demasiado! Nadie se ha esforzado más que yo por hacer el amor
con alguien que preferiría no hacerlo. —Más risas. Finalmente, dijo con más firmeza:— Tengo
que dejar de hacer esto. Voy a dejar de buscar. Siempre parecen atraerme los hombres que no
tienen nada que ofrecerme, y ni siquiera quieren lo que yo tengo para ofrecerles.
Esa fue una decisión importante para Tilly. Había llegado a ser más capaz de quererse
mediante el proceso de la terapia, y ahora podía evaluar una relación como no gratificante, en
lugar de llegar a la conclusión de que ella no era digna de ser querida y que debía esforzarse
más. El fuerte impulso de utilizar su sexualidad para establecer una relación con una pareja
renuente o imposible disminuyó notablemente, y después de dos años, cuando abandonó la
terapia, salía con varios jóvenes y no se acostaba con ninguno.
—Es tan distinto salir con alguien y realmente prestar atención respecto de si me gusta,
si lo estoy pasando bien, si me parece una persona agradable. Nunca pensé en estas cosas
antes. Siempre trataba de agradar a quienquiera que estuviese conmigo, de asegurarme de
que él lo pasara bien conmigo y pensara que yo era una persona agradable. ¿Sabe?, después
de una cita nunca pensaba si quería volver a ver a esa persona. Estaba demasiado ocupada
preguntándome si yo le gustaba lo suficiente para que él volviera a invitarme a salir. ¡Lo hacía
todo al revés!
Cuando Tilly decidió abandonar la terapia, ya no lo hacía al revés. Podía distinguir con
facilidad una relación imposible, y aun cuando hubiera alguna chispa de atracción entre ella y
su renuente acompañante, se apagaba con rapidez al evaluar con serenidad al hombre. Tilly ya
no estaba en el mercado para el dolor y el rechazo. Quería alguien que realmente pudiera ser
una pareja para ella, o bien a nadie. Nada intermedio le serviría. Pero persistía el hecho de que
no sabía nada sobre cómo vivir con lo opuesto al dolor y el rechazo: el bienestar y el
compromiso. Ella nunca había conocido el grado de intimidad que surge de la clase de relación
que ahora requería. Si bien había ansiado la intimidad con su pareja, nunca había tenido que
funcionar en un clima de verdadera intimidad. El hecho de que la atrajeran hombres que la
rechazaban no fue casual; Tilly tenía muy poca tolerancia para una verdadera intimidad. En su
familia no había habido intimidad mientras ella crecía: sólo peleas y treguas, y cada tregua
marcaba, más o menos, el comienzo de la siguiente pelea. Había habido dolor, tensión y,
ocasionalmente, cierto alivio del dolor y la tensión, pero nunca una verdadera forma de
compartir, una verdadera intimidad ni verdadero amor. En reacción a las manipulaciones de su
madre, la fórmula de Tilly para amar había sido entregarse sin pedir nada a cambio. Cuando la
terapia la ayudó a salir de la trampa de su martirio sacrificado, sabía con claridad lo que no
debía hacer, lo cual era un gran adelanto. Pero apenas había recorrido la mitad del camino.
La siguiente tarea para Tilly era aprender a estar simplemente en compañía de hombres
a quienes considerara agradables, aun cuando además le parecieran un poco aburridos. El
aburrimiento es la sensación que a menudo experimentan las mujeres que aman demasiado
cuando se encuentran con un hombre "agradable": no se oyen campanas, no explotan
cohetes, no caen estrellas del cielo. En la ausencia de excitación, se sienten inquietas,irritables y torpes: un estado generalmente incómodo que se cubre con el rótulo de
aburrimiento. Tilly no sabía comportarse en presencia de un hombre amable, considerado y
realmente interesado en ella; al igual que todas las mujeres que aman demasiado, su habilidad
para relacionarse estaba preparada para los desafíos, no para disfrutar simplemente la
compañía de un hombre. Si no tenía que maniobrar y manipular a fin de mantener una
relación, le resultaba difícil relacionarse con ese hombre, sentirse cómoda con él. Como estaba
acostumbrada a la excitación y al dolor, a la lucha y la victoria o la derrota, un intercambio que
carecía de esos poderosos elementos le parecía demasiado insípido para ser importante,
además de perturbador. Por irónico que resulte, había más incomodidad en presencia de
sujetos estables, confiables y alegres de la que había "habido con hombres que no respondían,
emocionalmente distantes, inaccesibles o no interesados.
Una mujer que ama demasiado está acostumbrada a los rasgos y conductas negativos, y
se siente más cómoda con ellos que con sus opuestos a menos que se esfuerce mucho por
cambiar ese hecho por sí misma. A menos que Tilly pudiera aprender a relacionarse
cómodamente con un hombre que considerara sus intereses tan importantes como los propios,
no tenía esperanzas de lograr una relación gratificante.
Antes de su recuperación, una mujer que ama demasiado por lo general exhibe las
siguientes características con respecto a su forma de sentir y de relacionarse con los hombres
sexualmente:
Pregunta "¿Cuánto me ama (o necesita)?" y no "¿Cuánto lo quiero?"
La mayoría de sus interacciones sexuales con él están motivadas por "¿Cómo puedo
hacer que me ame (o necesite) más?"
Su impulso de entregarse sexualmente a otros a quienes percibe como necesitados
puede dar como resultado una conducta que ella misma considera promiscua, pero ésta
apunta principalmente a la gratificación de otra persona, en lugar de a ella misma.
El sexo es una de las herramientas que usa para manipular o cambiar a su pareja.
A menudo las luchas de poder de la manipulación mutua le parecen muy excitantes. Se
comporta en forma seductora para conseguir lo que quiere y se siente estupendamente cuando
da resultado y muy mal cuando no es así. El hecho de no obtener lo que quiere por lo general
la lleva a esforzarse más.
Confunde angustia, miedo y dolor con amor y excitación sexual. A la sensación de tener
un nudo en el estómago la llama "amor".
Se excita a partir de la excitación de él. No sabe sentirse bien por sí misma; de hecho, se
siente amenazada por sus propios sentimientos.
A menos que tenga el desafío de una relación no gratificante, se vuelve inquieta. No la
atraen sexualmente los hombres con quienes no lucha. En cambio, los llama "aburridos".
A menudo forma equipo con un hombre de menor experiencia sexual, para poder
sentirse en control.
Anhela la intimidad física, pero debido a que teme verse envuelta por otro y/o abrumada
por su propia necesidad de afecto, sólo se siente cómoda con la distancia emocional creada y
mantenida por la tensión de la relación. Se vuelve temerosa cuando un hombre está dispuesto
a acompañarla emocional y sexualmente. Huye de él o bien lo aleja.
La conmovedora pregunta de Tilly al iniciar nuestro trabajo juntas (" ¿Cómo podía ser tan
bueno el sexo entre nosotros, hacernos sentir algo tan maravilloso y acercamos tanto cuando
en realidad no había nada más que nos uniera?") merece ser analizada, porque las mujeres
que aman demasiado a menudo se enfrentan al dilema del buen sexo en una relación infeliz o
imposible. A muchas de nosotras nos han enseñado que "buen" sexo significa "verdadero"
amor y que, a la inversa, el sexo no podía ser realmente satisfactorio y gratificante si la
relación entera no estaba bien para nosotras. Nada podría estar más lejos de la verdad para
las mujeres que aman demasiado. Debido a la dinámica que opera en todos los niveles de
nuestras interacciones con los hombres, inclusive el nivel sexual, una mala relación en realidad
puede contribuir a que el sexo sea excitante, apasionado y apremiante.
Quizá nos veamos en dificultades para explicar a la familia y los amigos cómo alguien
que no es particularmente admirable ni siquiera muy agradable puede despertar en nosotras
un estremecimiento de deseo y una intensidad jamás igualada por lo que sentimos por alguienmás agradable o más presentable. Es difícil expresar que nos encanta el sueño de evocar todos
los atributos positivos —el amor, el cariño, la atención, la integridad y la nobleza— que,
estamos seguras, están latentes en nuestro amante, esperando para florecer con la calidez de
nuestro amor. Las mujeres que aman demasiado a menudo se dicen que el hombre con quien
están involucradas nunca ha sido realmente amado antes, ni por sus padres ni por sus
anteriores esposas o novias. Lo vemos como un ser dañado y, de inmediato, asumimos la
tarea de compensar todo lo que ha faltado en su vida desde mucho tiempo antes de que lo
conociéramos. En cierto modo, la trama es una versión con los sexos invertidos del cuento de
La Bella Durmiente, que dormía bajo un hechizo, en espera de la liberación que llegaría con el
primer beso de su verdadero amor. Nosotras queremos ser quienes quiebren el hechizo, liberar
a ese hombre de lo que consideramos su cautiverio. Interpretamos su inaccesibilidad
emocional, su ira o su depresión, su crueldad o su indiferencia, su deshonestidad o su adicción,
como señales de que no lo han amado lo suficiente. Oponemos nuestro amor a sus defectos, a
sus flaquezas, e incluso a su patología. Estamos decididas a salvarlo mediante el poder de
nuestro amor.
El sexo es una de las formas principales en las que tratamos de llevarlo a la salud con
nuestro amor. Cada encuentro sexual lleva toda nuestra lucha por cambiarlo. Con cada beso y
cada caricia, tratamos de comunicarle lo especial y digno que es, cuánto lo admiramos y
adoramos. Sentimos la seguridad de que, una vez que esté convencido de nuestro amor, se
transformará en su verdadero yo, y despertará a todo lo que queremos y necesitamos que sea.
En cierto modo, el sexo en tales circunstancias es bueno porque necesitamos que lo sea;
ponemos mucha energía para hacerlo funcionar, para hacerlo maravilloso. Cualquier reacción
que logremos nos alienta a esforzarnos más, a ser más convincentes. Y hay también otros
factores en juego. Por ejemplo, si bien parecería que una relación sexual plenamente
satisfactoria no sería muy probable en una pareja infeliz, es importante recordar que un clímax
sexual constituye una descarga de tensiones tanto físicas como emocionales. Mientras que una
mujer puede evitar el contacto sexual con su pareja cuando hay conflictos y tensiones entre
ambos, es posible que a otra mujer, en circunstancias similares, el sexo le resulte una manera
sumamente efectiva de liberar gran parte de esa tensión, al menos en forma temporaria. Para
una mujer que vive una relación infeliz o tiene una pareja que no es la más adecuada para
ella, el acto sexual puede ser el único aspecto gratificante de la relación, y la única manera
efectiva de relacionarse con el otro.
De hecho, el grado de descarga sexual que ella experimente puede guardar una relación
directa con el grado de incomodidad que sienta con su pareja. Esto es fácil de comprender.
Muchas parejas, tengan una relación sana o no, experimentan un contacto sexual
particularmente bueno después de una pelea. Luego de un conflicto, hay dos elementos que
contribuyen a un acto sexual de intensidad y éxtasis especiales. Uno es la ya mencionada
descarga de tensiones: el otro involucra una tremenda inversión, después de una pelea, en
hacer que el sexo "funcione", a fin de cimentar el vínculo de la pareja, que se ha visto
amenazado por la pelea. El hecho de que la pareja disfrute una experiencia sexual
particularmente placentera y satisfactoria en tales circunstancias, quizá parezca ratificar la
relación en general. "Mira qué unidos estamos, qué cariñosos podemos ser, qué bien podemos
hacemos sentir. Realmente debemos estar juntos", puede ser el sentimiento generado.
El acto sexual, cuando es muy gratificante en el aspecto físico, tiene el poder de crear
lazos profundamente sentidos entre dos personas. En especial para las mujeres que amamos
demasiado, la intensidad de nuestra lucha con un hombre puede contribuir a la intensidad de
nuestra experiencia sexual con él y, por consiguiente, al vínculo que nos une a él. Y la inversa
también es verdad. Cuando nos relacionamos con un hombre que no es un desafío tan grande,
es posible que a la dimensión sexual le falte fuego y pasión. Debido a que no estamos en un
estado casi constante de excitación por él, y a que el sexo no se usa para demostrar nada, es
probable que una relación más fácil y tranquila nos resulte algo insulsa. En comparación con
los estilos tempestuosos de relación que hemos conocido, esa clase de experiencia más inocua
sólo parece verificar que la tensión, la lucha, el dolor y el drama realmente equivalen al
"verdadero amor".
Esto nos lleva a una discusión acerca de qué es el amor verdadero. Si bien el amor
parece ser muy difícil de definir, yo pienso que esto se debe a que en esta cultura tratamos de
combinar en una sola definición dos aspectos muy opuestos e incluso, según parece,mutuamente excluyentes. De esta manera, cuanto más decimos sobre el amor, más nos
contradecimos, y cuando vemos que un aspecto del amor se opone a otro, nos damos por
vencidos, confundidos y frustrados, y decidimos que el amor es demasiado personal,
demasiado misterioso y demasiado enigmático para ser analizado con precisión. Los griegos
eran más listos. Utilizaban palabras distintas, eros y agape, para distinguir estas dos maneras
profundamente diferentes de experimentar lo que llamamos "amor". Eros, claro está, se refiere
al amor apasionado, mientras que agape describe la relación estable y comprometida, libre de
pasión, que existe entre dos individuos que se quieren profundamente.
El contraste entre eros y agape nos permite entender nuestro dilema cuando buscamos
ambas clases de amor de una sola vez, en una sola relación con una sola persona. Nos ayuda
también a ver que tanto eros como agape tienen sus defensores, aquellos que afirman que uno
o el otro son la única forma verdadera de experimentar el amor, pues, por cierto, cada uno
tiene su valor, verdad y belleza muy especiales. Y cada clase de amor también carece de algo
muy valioso, que sólo la otra puede ofrecer. Veamos cómo describirían los defensores de estas
dos formas el hecho de estar enamorado.
Eros: El verdadero amor es un anhelo consumidor y desesperado por el ser amado, a
quien se percibe como diferente, misterioso y elusivo. La profundidad del amor se mide por la
intensidad de la obsesión por el ser amado. Hay poco tiempo y atención para otros intereses o
propósitos, debido a que se concentra tanta energía en recordar encuentros pasados o
imaginar otros futuros. A menudo hay que vencer grandes obstáculos y, por lo tanto, en el
verdadero amor hay un elemento de sufrimiento. Otro índice de la profundidad del amor es la
voluntad de soportar dolor y penurias por el bien de la relación. Al verdadero amor se asocian
sentimientos de excitación, embeleso, drama, ansiedad, tensión, misterio y anhelo.
Agape: El verdadero amor es una sociedad con la cual dos personas que se quieren están
profundamente comprometidas. Esas personas comparten muchos valores, intereses y
objetivos básicos, y toleran de buen grado sus diferencias individuales. La profundidad del
amor se mide por la confianza y el respeto mutuos. La relación permite a cada integrante de la
pareja ser más plenamente expresivo, creativo y productivo en el mundo. Hay mucha alegría
en las experiencias compartidas, pasadas y presentes, al igual que en las venideras. Cada
integrante de la pareja ve al otro como su amigo más querido. Otra medida de la profundidad
del amor es la voluntad de verse a sí mismo con honestidad a fin de promover el crecimiento
de la relación y la profundización de la intimidad. Al verdadero amor se asocian sentimientos
de serenidad, seguridad, devoción, comprensión, compañerismo, apoyo mutuo y bienestar.
El amor apasionado, eros, es lo que en general siente la mujer que ama demasiado por el
hombre que es imposible. Es más, el hecho de que haya tanta pasión se debe a que él es
imposible. Para que exista la pasión, es necesario que haya una lucha continua, obstáculos que
superar, un anhelo por más de lo que se dispone. Pasión significa literalmente sufrimiento, y a
menudo sucede que cuanto mayor es el sufrimiento, más profunda es la pasión. La excitante
intensidad de un romance apasionado no puede ser igualada por el solaz más benigno de una
relación estable y comprometida, de modo que si la mujer al fin recibiera del objeto de su
pasión lo que tan ardientemente ha deseado, el sufrimiento desaparecería y la pasión pronto
se consumiría. Entonces, quizás, ella se diría que ya no está enamorada, porque ya no tendría
ese dolor agridulce.
La sociedad en que vivimos y la constante presencia de los medios de comunicación que
nos rodean y saturan nuestra conciencia confunden constantemente las dos clases de amor.
Nos prometen de mil maneras que una relación apasionada (eros) nos traerá plenitud y
satisfacción (agape). Esto sugeriría que con una pasión suficientemente grande se forjará una
unión duradera. Todas las relaciones fracasadas que se basaron inicialmente en una inmensa
pasión pueden atestiguar que esa premisa es falsa. La frustración, el sufrimiento y el anhelo
no contribuyen a una relación estable, duradera y sana, aunque sí hay factores que
contribuyen poderosamente a una relación apasionada.
Hacen falta intereses comunes, valores y objetivos comunes, y capacidad para una
intimidad profunda y duradera si se desea que el encantamiento erótico inicial de una pareja a
la larga se transforme en una devoción afectuosa y comprometida que soporte el paso del
tiempo. Sin embargo, lo que sucede a menudo es esto: en una relación apasionada, cargada
como debe estarlo de la excitación, el sufrimiento y la frustración de un nuevo amor, existe la
sensación de que falta algo muy importante. Lo que se necesita es compromiso, un medio paraestabilizar esa experiencia emocional caótica y proporcionar una sensación de seguridad y
solidez. Si se superaran los obstáculos que les impiden estar juntos y se forjara un
compromiso genuino, sería probable que llegase un momento en que esas dos personas se
miraran y se preguntaran adónde se ha ido la pasión. Se sienten seguros, cálidos y afectuosos
el uno hacia el otro, pero también se sienten un poco estafados, porque ya no arden de deseo
mutuo.
El precio que pagamos por la pasión es el miedo, y el mismo dolor y el mismo miedo que
alimentan al amor apasionado también pueden destruirlo. El precio que pagamos por un
compromiso estable es el aburrimiento, y la misma seguridad y la misma solidez que cimentan
una relación así también pueden hacerla rígida y sin vida.
Si debe haber un desafío y una excitación constantes en la relación luego del
compromiso, éstos deben basarse, no en la frustración ni en el ansia, sino en una exploración
cada vez más profunda de lo que D.H. Lawrence llama "los misterios gozosos" entre un
hombre y una mujer que están comprometidos mutuamente. Según lo sugiere Lawrence, es
probable que eso dé mejores resultados con una sola persona como pareja, puesto que la
confianza y la honestidad del agape deben combinarse con el coraje y la vulnerabilidad de la
pasión a fin de crear una verdadera intimidad. Una vez oí a un alcohólico en tratamiento
expresarlo en forma muy simple y bella. Dijo: "Cuando bebía, me acostaba con muchas
mujeres y básicamente tenía la misma experiencia muchas veces. Desde que estoy sobrio, sólo
me acuesto con mi esposa, pero cada vez que estamos juntos es una experiencia nueva."
La excitación y la emoción que se obtiene, no al excitar y excitarnos sexualmente, sino al
conocer y ser conocidos es demasiado infrecuente. La mayoría de quienes tenemos una
relación comprometida y estable nos conformamos con lo previsible, el bienestar y el
compañerismo porque tenemos miedo de explorar los misterios que personificamos como
hombre y como mujer, la exposición de nuestro yo más profundo. Sin embargo, en ese temor
a lo desconocido que existe dentro de nosotros y entre nosotros, ignoramos y evitamos el
mismo don que nuestro compromiso pone a nuestro alcance: la verdadera intimidad.
Para las mujeres que aman demasiado, el desarrollo de una verdadera intimidad con su
pareja puede darse sólo después de la recuperación. Más adelante en el libro volveremos a
encontrarnos con Tilly, cuando se enfrente a ese desafío de recuperación que nos espera a
todas.