SIMBIOSIS. (Único capítulo.)

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Todos sois extraños, incluso yo.

Soy un extraño para mí y mi reflejo parece saber más cosas de mí de las que yo sé. Me miro al espejo y la persona que veo me devuelve una mirada oscura e inexpresiva, a simple vista, pero no tengo que divagar mucho en la mirada para observar que me devuelve una expresión triste, con pena, pena hacia lo que ve: alguien destrozado por dentro, alguien roto.

Llevo tanto tiempo roto que me he hartado de buscar las piezas que me componen. Al principio de romperme no me molestaba en buscar mis piezas, una venda de tristeza me cubría la vista; y cuando aprendí a ver a través de la venda, no encontraba mis trozos, el viento aciago se los había llevado.

Soy una botella vacía de alcohol; me he ido mareando de forma inversamente proporcional a los mililitros de contenido que restan, siendo ese contenido lo único que me hace comprenderme.

He cavado un hoyo profundo bajo mis pies sin fijarme en que luego no podría subir, puesto que el hoyo está tan profundo que quema… y las quemaduras ya no duelen, no físicamente.

¿Cómo decía Descartes? ¿Pienso, luego existo? Vaya, pues tengo la sensación de no existir por mucho que pienso… Y gritando no pasa nada.

Ni siquiera sigo haciendo las cosas  que me apasionaban, solo me hunden, me recuerdan a la época de mi vida en la que yo estaba bien; y me recuerda lo lejos que estoy de esa etapa de mi vida, lo oscuro que está todo, que no sé dónde ir, que no sé qué hacer conmigo.

¿Nunca os habéis planteado si sois felices con días tristes o, en cambio, tristes con días felices? Yo soy de la segunda especie.

En estos momentos escucho voces… voces que me llaman… y que me despiertan…

La sala blanca, la camilla, la luz matinal entrando por las mirillas de la persiana, estoy solo… Estoy vivo, o eso parece.

Estoy rodeado de máquinas que hacen mucho ruido, que molestan y tengo cables por el tronco, y un medidor de pulso en el dedo… Estoy en la Unidad de Cuidados Intensivos.

Y nada más despertar, entra una enfermera a la habitación y me informa que todo ha salido bien, que he salido victorioso del trasplante. Entonces, ¿por qué no estoy contento? ¿Por qué no me he alegrado de seguir vivo?

Vuelvo a dormir durante unas horas más, puesto que es lo que la enfermera me ha recomendado, que descanse, que voy a estar aquí durante una semana y que puedo recibir visitas, como mucho de cuatro personas. 

A lo largo del día solo he recibido la visita de mi padre, ya que mi madre murió hace años y no tengo “amigos”. Me ha dicho que los médicos le han informado que de momento estoy funcionando muy bien, que estoy fuera de peligro, pero sigo sin alegrarme. Sigo igual que como estaba antes del trasplante: roto.

Me ha dado tiempo a hacerme preguntas como quién me habrá donado el órgano que ahora late dentro de mi pecho. ¿Será un hombre o una mujer? ¿Por qué habrá muerto mi donante? Y mira que no me siento agradecido… Y no, no soy egoísta, o eso creo, pero es que en realidad no quería vivir más.

Han pasado dos semanas y me han dado el alta, mi nuevo corazón va a la perfección, y me siento más vivo, me siento mejor, pero hay algo dentro de mí que todavía cree que no me merezco el corazón de mi donante, que la o el pobre habrá muerto sabiendo que ayudaría a alguien y eso es bonito, morir satisfecho de tus actos, pero yo ya llevaba mal desde antes de que empezasen mis problemas de corazón y sigo igual y me odio, y pienso que alguien tan imbécil como yo no se merece el corazón de nadie.

Mi padre me ha invitado a comer a un restaurante del centro de la ciudad, ha sido perfecto saborear comida que yo he elegido previamente, y ya me había acostumbrado a la comida del hospital en el mes que había estado ahí, pero al volver a comer comida que no era de hospital he recuperado las papilas gustativas.

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⏰ Última actualización: Dec 28, 2014 ⏰

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