Romance/ Drama psicológico
En el corazón de Violeta solo existe espacio para una inmensa necesidad de destruir a los demás, o a sí misma.
Luca es un psicólogo que atraviesa por su propia crisis emocional.
Un encuentro que debería durar los cuarent...
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De minutos inexactos Despeinados desatinos Sobre un corazón abstracto Se enraíza mi destino...
Un hombre de traje negro entró a la recepción. Wanda alzó la vista sin mover la cabeza de su posición, el rostro le era bastante familiar, pero no lo suficiente para reconocerlo.
—El doctor está en medio de una sesión, puede esperarlo media hora o venir más tarde —dijo con su voz automatizada desde el escritorio.
El hombre le devolvió la sonrisa forzada y se sentó sin decir nada más, cruzó la pierna y tomó una revista que evidentemente solo ojeó por un período de tiempo, pues estaba más atento a la puerta de la oficina que a la lectura. Sus ojos enfocaron a Luca apenas salió, estiró y abotonó nuevamente los puños de su camisa al ponerse de pie e hizo un ademán con la mano, parecía más un aviso que un saludo.
Era de pequeña estatura, y con una cuadratura armónica, parecido a los juguetes lego, las cejas un poco juntas y espesas, los ojos oscuros; pero no la oscuridad brillante de Luca sino un tono cenagoso, más turbio. Tenía una sonrisa cínica y la voz aguda, desproporcionada a su apariencia de niño viejo.
—Greiner. —dijo estirando el brazo corto.
—Duarte. —Luca tensó la mandíbula al devolver el saludo.
Román alzó las manos en un gesto de liberación de culpa.
—Espero que no haya resentimientos, amigo. Si quieres te explico cómo sucedieron las cosas.
—Es innecesario, amigo. —Luca puntualizó la última palabra—. En realidad, sentí que me hiciste un favor.
La confesión salió atropellada, sin premeditación. El propio Román entreabrió un poco la boca y la cerró de inmediato, a conciencia.
—Supongo que no has venido a hablar de eso, ¿o sí? Sería una terrible pérdida de tiempo para un hombre tan ocupado como tú.
—Claro que no —jadeó divertido—. Pero me pareció prudente darte una explicación de por qué me acosté con tu mujer. Si no la necesitas es totalmente comprensible, no todo el mundo reacciona igual a una traición —cizañó evaluando la reacción de su interlocutor.
Wanda mordía un lapicero con la espalda recta, como si irguiéndose en el puesto pudiera escuchar mejor. Luca miró a su alrededor y condujo al hombre hasta la oficina para evitar espectáculos desagradables.
Duarte entró, y no solamente cerró la puerta a sus espaldas, sino que se aseguró de que Luca lo viera hacerlo: —Para ahorrarte la vergüenza —añadió con una sonrisa ladina.
Se dedicó por un corto tiempo a detallar todos los rincones hasta que su mirada se clavó en el closet portátil y, de inmediato, surgió la expresión de cinismo. Con una parsimonia agobiante caminó hasta la silla reclinable, sacó un pañuelo de su bolsillo y limpió la superficie, luego tomó asiento y entrelazó los dedos sobre su pierna cruzada.