Necesitaba regresar al barrio. No por su gusto, sino por la necesidad urgente de las personas adictas. Luca había vuelto a la oficina y sus impulsos se hacían más difíciles de controlar cuando estaba sola, cuando no tenía quien le recordara las razones por las que luchar. Salió de la habitación escurridiza, no quería dar explicaciones; desde la noche anterior en su mente no había espacio para nada más y se retorció como un gusano toda la madrugada sin conciliar el sueño.Ezra estaba durmiendo, había realizado un esfuerzo por encima de lo que su cuerpo le permitía para el cumpleaños de su amiga, y ya le estaba pasando factura a sus niveles de energía, Ángelo, entretanto, trabajaba en un pedido grande para un funeral.
«Solo una vez más», intentó convencerse de que no tendría consecuencias mayores.
Aún el reloj no marcaba las ocho de la mañana cuando divisó al final de la callejuela la casa abandonada donde se reunían los chicos. Nunca había pertenecido oficialmente a ninguna pandilla, pero los conocía a todos y eran la fuente más segura para conseguir droga.
La edificación transmitía esa tristeza de los lugares olvidados. Con una construcción antiquísima al estilo Victoriano, como casi toda la ciudad. En alguna época debió ser un lugar de singular atractivo, lamentablemente su ubicación terminó destruyéndola, como las buenas personas que crecen en malos ambientes. Violeta le dedicó una mirada triste, sabiendo que una vez saliera de ese lugar se iba a arrepentir de haber entrado.
—Código. —Se escuchó detrás de la puerta.
—Rasputín —respondió dando saltos en el lugar para calentarse.Era la palabra que le daba acceso a quienes solo entraban a comprar pequeñas cantidades.
Se adentró en la estancia principal; un hombre y dos mujeres le apuntaron directo al entrecejo y bajaron sus armas luego de reconocerla. Subió las escaleras sin hablar con nadie, como estaba estipulado, y se internó en la buhardilla donde se entregaba la mercancía.
Falcón estaba sentado de espaldas con los pies sobre una mesa repleta de botellas vacías, cenizas y bolsas abiertas. Dejó caer el cuello hacia atrás cuando escuchó los pasos acercarse y aquella sonrisa extraña, con todos los dientes, maquiavélica y excitada, le dio recibimiento.
El rostro al revés le daba una apariencia tétrica. Violeta detalló los vellos de su nariz, la barbilla con una marca de partidura, las minúsculas ramificaciones rojas en sus orbes y el pelo rubio colgante, le dio impresión de un fenómeno de circo.
—Vío. —Chasqueó la lengua dos veces y negó con la cabeza—. Estás luchando un puesto en el paraíso, o mejor, ¡un puesto de secretaria! —Carcajeó con una risa escandalosa que hizo eco en toda la casa.
—A ti que te importa.
El chico dejó caer el mentón sobre su pecho y giró sobre las ruedas de la silla hasta quedar frente a ella. Falcón era el jefe de una de las pandillas más temidas del barrio italiano. Su piel era igual de blanca que la de Violeta, pero en un tono más amarillento, de rostro largo huesudo y mandíbula cuadrada. Tenía ojos de lagarto, grandes en los iris marrones, pero de pupilas pequeñas. Sin dudas lo que más resaltaba en su rostro era la boca demasiado grande y la amplitud de su sonrisa, en la que siempre había segundas intenciones.
—¿Sabes lo que más me gusta de ti? —Acarició un mechón de su pelo—. Cómo te gusta jugar a la niña mala y no eres más que una gatita asustada. —La humedad de su lengua le estremeció desde la oreja hasta la espalda.
Violeta alzó el brazo con la intención de pegarle en la mejilla, pero fue retenido en el aire por otra mano que lo torció tras su espalda, haciéndola gritar de dolor.
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EN LIBRERÍAS «Violetas en el balcón»
Roman d'amourRomance/ Drama psicológico En el corazón de Violeta solo existe espacio para una inmensa necesidad de destruir a los demás, o a sí misma. Luca es un psicólogo que atraviesa por su propia crisis emocional. Un encuentro que debería durar los cuarent...