Un día cualquiera a una novia que tuve le dio por replantear su vida. Entonces los dos ya éramos maduros; mayorcitos de 30 y profesionales. Ella era médica cirujana y yo un corrector de libros. Usted se preguntará: ¿Cómo dos personas de ambientes tan disímiles pudieron trabar relación? La explicación más sencilla es que los dos curábamos problemas ajenos, recetábamos correctivos y sentíamos un gusto secreto por las disecciones, las de ella anatómicas y las mías mentales. Así nuestros oficios e intereses parecían compatibles.
No tardamos en vivir juntos en un pequeño apartamento sin casarnos. Llevábamos tres años y medio de relación y ya flotábamos en la ciénaga de la rutina. La pasión se había adormecido en la seguridad de la compañía. El sexo había quedado relegado a una dosis de fin de semana, estimulados por las copas. Sobrios éramos un fracaso en la cama. Ya habíamos agotado todas las tácticas de seducción, con posiciones, libros, películas, fetiches, disfraces, látigos y corsés de cuero, objetos sadomasoquistas, expediciones en todos los orificios posibles y sexo en lugares públicos, hasta en iglesias, pero pronto perdimos la espontaneidad.
La frígida monotonía terminó siendo el paisaje habitual de nuestras noches. Pero no había problemas, ya habíamos dialogado sobre la situación (con psicólogo de parejas abordo). Y como personas educadas, acordamos que adaptados uno al otro (en vicios, mañas y pereques) y sin ánimos para emprender la extenuante odisea de la conquista con otros, lo mejor era afirmarnos en una relación insípida pero serena.
Nos acoplamos a convivir en una vejez prematura. Al fin y al cabo el sexo es la punta que primero se derrite, de ese iceberg llamado amor. Además es un ratico no más, mientras que el amor son cosas más fuertes como el cariño y la lealtad, nos decíamos como consuelo.
Yo la justificaba pensando que ella, cansada de lidiar a diario con humores, efluvios y secreciones de personas en condiciones lamentables, ya había perdido el gusto por el cuerpo como manantial de sensualidad. Y ella por su lado, creía que mi obstinación por el mundo de las ideas, había atrofiado mi capacidad de fantasía para disfrutar sin cuestionamientos los placeres carnales.
Con el tiempo nos volvimos fieles seguidores de telenovelas nocturnas. Comentarlas llegó a ser nuestro único vínculo afectivo, mientras la cama se hacía más estrecha. Así que doptamos las intrigas y engaños de la ficción como propios. Estas historias del corazón nos llevaron a una fase de exploración de las más oscuras perversiones. Asumimos los roles de los personajes más viles de los melodramas. Este fue nuestro último y desesperado intento para avivar las llamas de la lujuria porque no teníamos sexo con nosotros mismos sino con María Silvana, la villana venezolana o con Jorge Alfredo, el antagonista mexicano, que encarnábamos. Sin embargo, la necesidad de internarnos en fantasías lascivas pronto nos provocó la necesidad de terceros.
Fuimos a sitios swingers donde las parejas comparten sus cónyugues con desconocidos, pero no soporté la idea de ver a otro hombre dándole placer a mi mujer y me la llevé de allí halada del pelo, cual hombre de las cavernas, cuando a ella le comenzó a sonar la flauta con un modelo de la farándula criolla. Quisimos probar con menais a trois, pero entonces a mi mujer le dio asco tener cualquier tipo de fricción con otra fémina (argumentó motivos médicos) y luego yo me negué a perder mi virginidad anal con un congénere (argumenté motivos morales).
Y sin embargo, después de esta secuencia de fracasos seguíamos atados por el nudo del amor, que siendo aún más fraternal que marital, no tenía razones para ser desligado.
Yo no necesitaba a nadie más y ella tampoco. Pero si bien las mujeres, pueden refrenar los deseos carnales y prescindir del sexo por largas temporadas, en mi caso como normal semental de mi género, como natural e instintivo polinizador, tuve que seguir recurriendo al onanismo furtivo para descargar mis necesidades insatisfechas.
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Pesadilla de un seductor acabado por la crisis social del país
Romance¿Hasta donde llega tu fidelidad?... ¿Qué serías capaz de hacer para cumplir una fantasía sexual? Qué tan bajo puede caer un hombre dominado por sus impulsos sexuales. Erotismo, seducción, infidelidad, pornografía, explotación sexual, radicalismos...