PAIMPA: MI AMIGO

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CAPITULO I

Yo conocí el primer amor de Paimpa.
A pesar de que era amor de niños, era envidiado por muchos. Por ejemplo, Ramón que estaba enamorado de Genovetta; es el hijo de doña Florencia; estando en la escuela; una vez le pego chicle al pantalón de Paimpa, obligando a este a que llamara sus padres, para que fueran por él. Pero mientras esperaba, estuvo en la sala del director, pues cuando se fue a quitar el chicle, el pantalón se le rasgo, y dejó al descubierto el culete de Paimpa. Los demás niños que presenciaron todo en el patio a la hora del descanso, sin tapujos, le preguntaron a Paimpa, por qué no tenía calzoncillos, y él dijo, que su familia era muy pobre, y que no tenía para comprarle ropa interior.

Cuando los padres de Paimpa llegaron con unos nuevos pantalones, este ya se disponía a irse con mucha vergüenza. Pero en el camino de la sala de directores, a la puerta principal de la escuela, Genovetta le habló. Le dijo que lo quería mucho, que había sido su mejor amigo. Pero que ya no quería ser su novia, pues, cuando mostró su culete en frente de todos los compañeritos, se dio cuenta de que cuando estuvieran grandes no se podían casar. Porque a los papas de Genovetta, no le gustaban los mundanos. Así le decían, a las personas sin vergüenza.

Paimpa se quedó muy triste, lo sé porque cuando salí de la escuela, me fui a su casa para hacer la tarea de ciencias. Le pedí permiso a mi mamá, y me quedé a dormir. Esa fue la primera vez que le vi llorar a Paimpa. La segunda, fue en el funeral de su mamá. Paimpa y su familia provenían de Haití, habían llegado a Colombia, porque el tío- abuelo suyo, trabajaba acá en una empresa de construcción. El papa de Paimpa, era un buen trabajador en ese tema, y se trajo a toda la familia. A los 5 hermanos de Paimpa, y su mamá, Raquelina. Pero la señora ya estaba enferma, y acá en el país termino de empeorar.
Yo me hice amiga de Paimpa cuando estábamos en la escuela. Todos lo rechazábamos por ser negro y lo llamábamos carbón, pero, mi mamá se dio cuenta y me pego un regaño y me obligó a ser su amiga.

Recuerdo muy bien, que cuando Paimpa cumplió 10 años, el deseo que pidió; mientras soplaba las velas de la torta de café, que su madre le había mandado a hacer; fue que Genovetta se volviera a enamorar de él. Me lo contó luego en la noche, cuando ya nos íbamos a dormir. A pesar del mito, él no creía en eso; de que si contabas tus deseos, no se cumplían. En su cultura era diferente, si compartías tu conocimiento con los demás, tú serás abundante. Pero lo de Genovetta nunca paso. Yo parecía una hija más de doña Raquelina, prácticamente vivía allá. Mi amistad con toda la familia fue muy bien acogida, y yo me sentía orgullosa de tener una familia tan grande como la de Paimpa. Pues era hija única y jamás conocí a mi padre. Y mamá, aunque siempre sacaba tiempo para mí, yo entendía que era por turnos. Pues tenía tres trabajos, para poder darme la educación y comodidad en la que viví.
Para tener 10 y estar en 7° grado, ya podías ser parte del club de los populares. Pero como Paimpa no sabía de esas cosas, él solo era buen amigo. Ayudaba a los que no hacían su tarea. Pero no les daba copia de la suya, sino, que se tomaba el tiempo de enseñarles. En ocasiones le ayudábamos al jardinero, Paimpa regaba las plantas y yo sembraba los piecitos de los nuevos rosales. Le ayudábamos a cargar los instrumentos a la maestra de música, y cuando llegábamos a casa; le ayudábamos a su papá a pilar el maíz.

Paimpa y yo crecimos como hermanos. Él un hombre alto, fuerte, con barba y carismático, yo ya me hacía mujer, mis senos fueron creciendo y las caderas se fueron haciendo más pronunciadas. Lo que llamó la atención de Paimpa un día en pleno otoño, cuando él tenía 18 y yo 17 años. Esa mañana fui a su casa para ayudarlo a buscar a Teresa. A la vaca Teresa, le quedaba pocos días para parir, y yo me encariñe demasiado con ella, no me podía perder el nacimiento de su bebe. Desde una colina, la divisamos tumbada comiendo al lado del riachuelo. Fue el momento, donde la agitación se mezcló con la emoción. Paimpa me tomo del antebrazo, y puso sus manos en mi cadera. yo le correspondí, reposando mis brazos entre sus hombros. Luego, con la mayor parsimonia que podía ejercer, poso sus labios en los míos; provocando un destello de emociones. Una explosión de sensaciones en mi pecho; un fuerte y espeso camino de escalofrió que recorrió mi espalda, depositándose luego entre mis piernas. Le bese con fuerza, con pasión, con humor, y con el mayor amor que emanaban mis poros. Mi cuerpo, involuntariamente, dejo claro que quería besarle, hace mucho tiempo. Paimpa empezó a meter su mano derecha bajo mi camiseta, y logro rosar uno de mis senos; que se irguió sin pensarlo. Me esforcé por no dejarme ir con la mayor de las ansias, al descubierto por lo desconocido.

-Estas líneas son escritas todos los días, por ella. Es igual a la anterior, siempre. Y siempre se detiene en la misma parte. No tiene conocimiento del espacio y tiempo en el que se encuentra. -- dijo el Dr. a todos los estudiantes, que visitamos el Instituto Melew de Psiquiatría. Él nos leyó esa carta, para mostrarnos, como se comportan algunos de los pacientes que, trataríamos luego. La verdad es que el tema de la paciente Perdomo me intrigaba demasiado, para no decir que mucho, para fortuna de ella, y desafortunado yo, que tuve que atender el caso.

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