Completamente feliz y un día descubres que todos son terroristas. Básicamente en las aduanas de los aeropuertos siempre hay un aire de suspenso, un segundo de temor: el que va desde que el guardia estudia la cara del pasaporte con una seriedad que no puede ser fingida. Hasta que te mira a ti, que te has puesto las gafas y te has afeitado para que tu cara actual concuerde con el rostro del joven y lleno de esperanzas de los papeles. Ese momento de tensión puede crecer más cuando te dice algo en un idioma desconocido y no sabes si lo que quiere saber es si llevas armas o si lo que te pregunta es si te gusta la tortilla de patatas con cebolla o sin cebolla.
En medio de los nervios (pues ya te ves esperando ahí mientras tu familia, que ha pasado ya la frontera, no es de mirar atrás) solo se te ocurre responder en esa especie de esperanto que practican muchos españoles: es hablar en español, pero mucho más alto. Eso es algo que a muchos extranjeros suele pasarle, exactamente por ello mismo ya no permitieron la entrada de personas al país y evitarse problemas a futuro. Obviamente no fue la única causa del cierre, pero si la más resaltante.
"Una sola palabra tuya bastará para sanarme", se recuerda en misa la cita evangélica del centurión que le dice a Jesús que eso alcanzará para que su criado recupere la salud. El valor de la palabra tiene su fuerza aún sin milagros de por medio. La palabra empeñada tiene para muchos el valor de un contrato escrito. Solo un matiz de énfasis puede convertir a una misma palabra en una advertencia o en un consuelo. Es una herramienta fabulosa mediante la cual nos enamoramos o vamos a la guerra. Lo contrario de la palabra es el silencio, que también puede adquirir múltiples significados.
Se viene sucediendo desde hace algún tiempo sistemáticas roturas de alimentos en campos de distintos lugares. Una vaga ideologización no pronunciada es el motor de estos atentados terroristas ya que destruye lo que es fuente vital de alimentación, por un lado, y recursos imprescindibles en divisas para el gobierno, por el otro. También llama la atención que siendo alguien un presidente tan locuaz que no deja tema sin tocar no haya pronunciado palabra alguna al respecto. "El que calla otorga", dice el dicho. Para las nubladas confederaciones rurales se trata de un "silencio cómplice".
La lluvia. La garúa translúcida. El telón blando. El tamborileo tenaz sobre los techos. La llovizna impasible del invierno militar no siempre es blanda. Recuerdo esa mañana de primavera en la que el mundo se puso color infernal, y quince minutos después había encallado en un callejón sin salida, sitiado por una inundación impúdica. O esa otra vez, en la ruta (no recuerdo cuál ruta, pero sí que era verano), cuando, por mi costumbre de estar prestando oídos a la naturaleza, supe que teníamos la tormenta encima, a punto de martillarnos, y entonces memoricé los autos adelante, bajé la velocidad, y me encomendé al cielo cuando quedamos sumidos en una avalancha gris y brutal. Por fortuna, a nadie se le ocurrió detenerse, y, al salir de la zona ciega, los vehículos seguían adelante, un poco más cerca, un poco más lentos, pero los mismos que recordaba haber visto antes.
Llueve ahora, y cuando escampe lo sabré porque los pájaros entonces se regocijan y se los oye anunciar que están de regreso en sus territorios. Horneros y teros, a esta hora temprana, son los que más alborotan. Pero esa vocinglería me dice que puedo salir al jardín, al menos por un rato. En la calle, el fresno, que hace dos meses era una sinfonía solar, viste ahora una joyería diferente, más sutil. De sus ramas despojadas y silenciosas penden gemas transparentes y efímeras. A veces, alguna cae, muda, al suelo.
A propósito, por supuesto que los árboles hablan. Es diferente el cuchicheo suave de estos fresnos jóvenes que el murmullo de las casuarinas o el aplauso multitudinario de los álamos, altos como campanarios. Algunos, es cierto, son más lacónicos. Otros solo susurran.
Ocurre aquí, lejos de la ciudad, que el cielo recupera su estatura. Se ven, así, casi todas las formas de la tranquilidad. Hay noches en las que la garúa es tan débil, tan etérea, que bajo las luces se ve el agua flotar. Si no hay viento, se diría que es una nube de insectos de otro mundo, hechos de agua y de tiempo. Son gotas muy pequeñas y por eso pueden darse el lujo de ser esféricas; es tan interesante la lluvia que también hay una variedad en el tamaño y la forma con que el agua se precipita en este planeta, el nuestro, y en eso solo la supera, acaso, la nieve, con sus copos irrepetibles.
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Rache en la célula
RandomDe miles de personas, más cerca del centro de la explosión, no hubo rastro. Desaparecieron. La teoría es que el calor fue tan grande que se quemaron al instante a cenizas, tanto que no hubo siquiera ceniza.