Cotidianeidad

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    Las miradas se encuentran oscuras, los corazones vacíos por la sensación de tristeza. Yo los observo, analizo cada detalle de ese ritual cotidiano de locura, melancolía y muerte.

Sus ojos no buscan otra cosa que lo que otro posee, desean tenerlo a cualquier costo si es preciso. Así es la vida, envidia quizás necesaria para poder tener ideales, para saber que hacer con nuestra existencia (resulta macabramente más fácil mirar y copiar que observar y crear).

Por eso los aborrezco, aunque también en ello existe un poco de identificación, como un espejo que devuelve la imagen que no quiero pero que acepto por resignación. Parecen no salir de esa realidad que los envuelve, que los atrapa convirtiéndolos en uno más del montón que se copia y se sigue copiando infinitamente.

¿Qué puedo hacer yo? Soy parte de esa masa inconclusa que se mantiene viva hasta que el destino marque el final. Envidio, temo no obtener lo que el otro tiene. Puedo llegar a ser lo indeseable, en lo que no quiero convertirme, con lo que lucho cada día. La naturaleza de lo abstracto es demasiada fuerte, ya tomó los corazones adueñándose del sentir, del pensar y del actuar.

Me dejo llevar, jamás nadie ha sobrevivido después de nadar contra la corriente; el mundo se olvida de quienes lo han intentado. Tal vez por eso somos simplemente pasajeros, dueños de los segundos pero nunca de las horas. Se toma como normal nacer y morir, no sabemos descubrir la magia del universo que hay en el principio y el final del camino.

En realidad, todo el tiempo uno nace y muere; no solo físicamente. Proyectos, ideas, decisiones y en mucho más nacemos y morimos de alguna forma; nos convertimos en seres que resucitan a veces sin desearlo.

Vuelvo a mirarlos, descubro el sentido de lo que ansían ser: simplemente nada. Somos copias inexactas del otro, de lo que hace, de lo que deja de hacer, de lo que el otro desea. Por supuesto seria idiota no admitir que existieron y existen personas diferentes, gente que no fue copia sino un original, que abrieron caminos, que los construyeron. Pero lamentablemente son borrados, se elimina el supuesto error por intentar innovar, por desafiar lo que establecido (no porque lo instaurado este bien, sino porque ya se encontraba antes; por resignación).

También la envidia vuelve a sonreír aquí. Muchos muertos lo son porque fueron envidiados por sus asesinos, por tenerles admiración, respeto y hasta miedo. ¿Quién no envidia a alguien que posee un coraje real? ¿Quién no desearía tener la capacidad de entregarse tanto a los ideales, a las convicciones hasta el punto de morir por ellos? Son personas de admiración, por ende de desprecio. Todos soñamos con ser ellos pero pocos se atreven a serlo.

A veces les doy la razón, soy uno más que baja los brazos. ¿Para qué luchar si jamás se consigue lo que se quiere? ¿Para qué pelear si lo único que vale es que el otro no robe tu lugar? En la mayoría de los casos creo que tienen la carta de la verdad, pienso que la muerte es lo único que más se asemeja a la libertad.

Así los observo, analizo cada detalle de ese ritual cotidiano de locura y melancolía. Las miradas se encuentran oscuras, los corazones vacíos por la sensación de tristeza reinante en el ambiente. La envidia se apodera de sus almas, los transforma en espectros indeseables, en seres humanos.

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