Capitulo 1. Adiós, mi ángel guerrero.

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-Alex -levanto la vista de mis zapatillas- Alex -se arrodilla y toca mi mejilla- Ya es momento, Clarice quiere verte.

La nariz arde, mis ojos se me llenan de lagrimas haciendo la vista borrosa. Y un gran vacío surca en el medio de mi pecho, es tan profundo que amenaza con seguir enterrando el dolor hasta caler mi último demonio.

-Gracias Melanie -mi voz sale en un sollozo y las lagrimas caen por toda mi mejilla- Gracias por todo, has cuidado a mi mamá a pesar de que Oncología no es tu área de trabajo y eso te lo voy a agradecer toda mi vida.

-Vamos -se pone de pie y agarra mi mano, obligando a mi cuerpo a parase del suelo- Clarice necesita a su hijo en este momento.

Me guía por el pasillo blanquecino, aunque lo conozca como a la palma de mi mano hasta podría cruzarlo con los ojos cerrados, pero con los ojos llorosos nunca. Nos detenemos en la habitación 202, dejo a la cirujana en el pasillo y entro a la habitación donde yace un cuerpo con una mascarilla y un tubo que se conecta debajo de su costilla derecha. Sus ojos están perdidos mirando la ventana. Ya no puedo seguir viendo a la mujer que dio a luz de este modo, me supera.

-Hijo -examino su cara demacrada que ya no tiene la mascarilla, pero le quedo la marca con lineas moradas- Ven a abrazar a tu madre, Ranita.

Corro cruzando la habitación y me freno a dos centímetros de la cama.

-No quiero hacerte daño mamá -digo.

-Lo estás haciendo Alex, al no concederle un último deseo a tu madre -ese comentario solo eso basto para que todo mi ser llore como un bebé al que le acaban de quitar la teta. Siempre he creído que las palabras no duelen, lo que duele es quien lo diga. Y que mamá admita que se va a morir duele como si me estuvieran metiendo un hierro ardiente por la garganta.- Como me apena verte llorar, mi Ranita. Quiero abrazarte y protegerte para toda la vida.

La envuelvo en mis brazos, su cuerpo está mucho más delgado que antes, el pelo ha desaparecido completamente de su cabeza, el brillo que tenían sus ojos cafés ya no está y el lunar que tiene debajo del ojo izquierdo cada vez se nota más.

-No me dejes mami. No por favor, no estoy preparado, no aún. Te lo ruego -aprieto más el abrazo- Me dijiste que ibas a ganar esta batalla, sos mi guerrera de armadura plateada, sos mi tesoro ¿Quién me va a esperar siempre? ¿Quién me va a regañar por la ropa sucia o llamarme Ranita frente a todos mis amigos? No me dejes te lo ruego.

-No te voy a dejar. No llores más, acá estoy  ¿Te acordas por qué te apodé "ranita"? -me separa de su cuerpo y me mira a los ojos y yo asiento. Claro que recuerdo el motivo de mi apodo- No te voy a dejar sólo, yo te protego. Siempre, para vos voy a estar siempre y por siempre, sólo mira a tu lado y ahí voy a estar luchando por vos, siempre.

Esa noche murió, la busqué a mí lado, pero ya no estaba.

Esa noche comprendí que una madre es un tesoro, madres sólo hay una y una madre es lo mejor que nos puede pasar en la vida... Pensé que romper con mi novia, separarme de mis amigos o no ir a esa fiesta podía ser lo peor, pero me confundí. Separarme de mi ángel guerrero fue, es y será lo peor.

 La noche que un alma valiente y libre abandonó el cuerpo de mi madre, mi alma la acompañó a un lugar muy lejos de mí. El dolor es tan profundo que no tiene explicación, no hay palabras para definirlo.  

Alerta: Amor ImperfectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora