Capítulo 1

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22 de abril de 1922

«El chico la miró y de inmediato se sintió atraído por su sencillez y su...» No. Borrar. «... Sintió una especie de dejavú en su corazón. Sintió el deseo de abrazarla, sintió el deseo de besarla.» Sí. Eso sí. Sonrío para mis adentros porque logré terminar el primer capítulo de mi libro. Terminar un libro sería el logro más grande y precioso que pueda hacer. Y vaya que no he logrado mucho al rededor de mis veinte años.

—¿Aurora? —la voz de mi madre me saca de mi ensimismamiento, haciendo que guarde las páginas debajo de mi almohada rápidamente. Mi madre, la señora Jeanne, viuda de Evans, no entiende mucho sobre mi afición por la escritura, así que prefiero no tener que explicarle el porqué me gusta escribir y qué es lo que escribo. Sonará un poco egoísta pero no tengo mucha paciencia para explicarle las cosas a las personas. Y eso está mal, lo sé bien, es solo que... estoy trabajando en ello.

—¿Si, madre?

Ella aparece en mi puerta sosteniendo una vela; está en pijama, lista para dormir.

—¿Sigues despierta? Aurora, ¿que te he dicho sobre desvelarse? No es bueno para el corazón. Y las ojeras, Ro, ¿crees que un chico se fijaría en ti si te ves como... como un mapache?

Casi reí por su ardua comparación, pero me contuve. Mi madre a menudo se preocupa por las cosas físicas y las apariencias. Ella espera que me case con un príncipe de Inglaterra. A veces no quisiera desilusionarla, pero seamos realistas, querido lector, no soy buena para un hombre de esos. No tengo belleza, no tengo modales y mucho menos paciencia, ¿han visto las etiquetas que las princesas tienen que usar? ¿Lo ordenadas que son? No tengo ni ordenada mi mente, peor voy a tener mi vida.

—Lo siento, madre, leía un libro. Iré a dormir ya.

—Ro, sabes que lo hago por tu bien, cielo.

—Estoy muy grandecita como para que me llames cielo, madre —hice un pequeño puchero. También tenía ciertos problemas en aceptar que estoy creciendo y que no soy más una niña.

—Lo sé, créeme que lo sé —se da media vuelta—, descansa, mañana será un nuevo día. Hay muchas cosas que vender; desde que tu padre... —silencio—... como sea, sueña con los angelitos, cielo.

Lo hace a propósito.

—Descansa, madre.

Se fue, llevando la luz con ella, dejándome en una profunda oscuridad, sumida en mis pensamientos desastrosos que no conocen la palabra silencio. Se fue, llevándose todas las ilusiones y trayendo recuerdos ambiguos que habían sido enterrados hacía algún tiempo en el cementerio de mis adentros.

23 de abril de 1922

A la mañana siguiente desperté con el sonido de los tacones de mi madre siendo resonados por el gastado piso. Segundos después, la puerta de mi habitación fue abierta.

—¿Aurora? ¿Sigues dormida? Despierta, es hora de ir a trabajar.

Gruñí.

—Vamos, en la tarde puedes seguir durmiendo si quieres, pero las mejores ventas son en las primeras horas de la mañana.

Abrí los ojos, a cómo pude, mientras deseaba tanto permanecer unas horas más en mi preciada cama. Estaba tan calentita, ella no quería que me fuera, quería seguir conmigo. Quería seguir guardando mis buenos sueños y alejando los malos.

Pero tenía un deber. Y no debía fallar.

Me levanté a cómo pude y me dirigí a la ducha. Resumiré lo qué pasó para no perder tiempo: me duché con agua bien caliente. Sirvió para despertarme. Me vestí con mi vestido largo y un poco gastado. Era con mangas largas, blanco como la nieve, liso como un tapiz. Cepille mi cabello corto, dejándolo suelto y puse mis botas cafés. Quizás yo no era la gran cosa. No como Cassie Trevor o Amanda Prissy. Ellas si eran bonitas. Y ricas.

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⏰ Última actualización: Jul 05, 2020 ⏰

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