Un patético hanyou... mi hermano.

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El sitio estaba totalmente destrozado, cadáveres por todos lados, grietas en el suelo que daban señal de que tessaiga había sido usada allí, aún permanecían en llamas algunas partes del que, en su momento, fuese el castillo. Me adentré entre el abrasador fuego sin importarme el potencial calor que emanaba de allí, aquello no lograría determe, un simple fuego no es capaz de surtir efecto alguno en mi y con un movimiento de mi espada logré crear una potente ráfaga de viento alejando así las llamas hasta que estas se extinguieron. Caminé un poco más hasta que pude encontrar a quien estaba buscando.

— ¿Un simple humano, padre? — Me parecía una deshonra, una total vergüenza, que el poderoso y legendario Inu No Taisho, se hallara tirado en el centro de la pelea librada con unos estupidos y débiles humanos, su muerte sería en aquel sitio, solo era cuestión de segundos. Cualquiera supondría que perdió la vida ante esos insignificantes sujetos, pero pocos sabremos la verdad, que su muerte fue a causa un enfrentamiento con Ryukotsusei y que simplemente decidió desperdiciar sus últimos minutos en una pelea para defender a una mujer y su cachorro.

— Inu-Inuyasha, cuídalo, Sesshõmaru... él es... tu hermano — dijo mi padre con las últimas fuerzas que le quedaban. Inu No Taisho, sabía que tarde o temprano llegaría allí, y por eso es que me había esperado, resistiéndose a la muerte para poder asegurarse de que su segundo cachorro estaría protegido. Confiaba en mí, había demostrado, en más de una ocasión, ser un youkai con un poder y habilidades impresionantes, muy superiores a las de cualquier otro, pudiendo compararme solo con mi padre.

— Inuyasha... — ahora tendría que cuidar de un hanyou, mi padre realmente creía que lo haría, era un estúpido. Yo, el gran Sesshõmaru no iba a rebajarme a ser niñera de ningún hanyou. Sin embargo, sentí curiosidad, quería conocer a aquel chiquillo y tal vez podría llevarlo conmigo como un sirviente. Si demostraba fuerza podría utilizarlo como carne de carnada contra los youkai que me resultaran tan insignificantes como para perder mi tiempo con ellos. Sin esperar más, me alejé de aquel lugar tan nauseabundo.

Caminé siguiendo el rastro de la capa de piel de rata de mi padre, era más que obvio que con ella había protegido a aquella mujer y su hijo. No estaban muy lejos, en la profundidad del bosque estaba ella recostada sobre un árbol, tenía un pequeño bulto en su brazos envuelto en la prenda de mi padre. Se veía agotada y olía a sangre y hollín, pero lo que más llamó mi atención fue el aroma del cachorro, su olor era muy similar al de mi padre y el mío, su sangre youkai predominaba sobre la humana, de eso no hay duda, de lo contrario no podría tener un olor tan parecido al nuestro.

Me acerqué lentamente a la mujer, manteniendo mi frialdad y serenidad, no pretendía que esa humana pensara que, de alguna forma, lo ocurrido con mi padre y su cachorro, me afectaba. En cuanto estuve a unos pasos de ella me detuve y abrió sus ojos, al verme estos se llenaron de terror y apretó contra su cuerpo al pequeño bulto que tenía en brazos. — Se-Sesshõmaru... — dijo temblando de miedo, supongo que mi padre se habría encargado de darle buenas referencias sobre mí.

— El cachorro — extendí mi mano hacia ella, dándole a entender que me entregara al bebé. Sin embargo, hizo todo lo contrario lo apretó aún más contra ella, por lo que me vi en la necesidad de arrebatarselo. En cuestión de segundos ya tenía al hanyou en mi poder. Tenía el pelo plateado igual al de mi padre y al mío, en medio de esa mata de cabellos sobresalían dos orejas de perro que se movían cada vez que el aire soplaba. Lo acerqué un poco más y mi estola rozó su cara haciendo que despertara, al abrir sus ojos se fijó en mí y una sonrisa se dibujó en su rostro, pude ver unos incipientes colmillos que, seguramente, serían muy filosos en cuanto creciera. El cachorro tomó parte de mi estola con sus diminutas manos y siguió riendo. Una leve sonrisa amenazaba con salir de mis labios y tuve que contenerme, aquello no era propio de mí.

Solté al cachorro y la mujer fue lo suficientemente rápido para atraparlo antes de que se golpeara con el suelo, di media vuelta y me retiré del lugar. No gastaría mi tiempo en preocuparme por ellos, no eran importantes para mí, de hecho eran tan insignificantes que no había razón para gastar energías en ellos, no se merecían ni tan siquiera mi desprecio.

Pasaron varios años, y aunque aquel día me convencí de jamás volver a ver a aquel chiquillo, por alguna razón siempre volvía para asegurarme de que siguiera con vida. Nació en mi un instinto protector que nunca antes había sentido, pero no podía dejar de sentir rencor, desprecio y vergüenza de que aquel hanyou fuese relacionado conmigo, con mi familia, era algo indigno. Sin embargo, aunque en varias ocasiones me enfrenté a él y estuve a punto de acabar con su vida, jamás lo deseé realmente, me mantuve cerca de él y en su lucha contra Naraku, intervine siempre que él y sus amigos se hallaban acorralados, sin salida. Por suerte aquel sujeto me involucró en su maldito juego y pude encontrar una razón para convencerme a mí mismo y a los demás de que peleaba por cuenta propia. Jamás admitiría, incluso ahora que han pasado tantos años, que yo Sesshõmaru, me había encariñado con un patético hanyou... mi hermano.

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