Capítulo único.

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  Cuando entré a mí habitación, él ya estaba ahí. Sus 2.10 metros de perfección se imponían ante mí, haciéndome temblar, de expectación y de miedo. Su presencia se me hacía irreal, parecía fuera de lugar en mi habitación con decoración postmoderna; especímenes como él solo se encuentran en espacios virtuales de creación artística, en galerías de arte, en sueños.

  Se acercó con pasos suaves y constantes, el movimiento de sus caderas al caminar me sedujo y me entretuvo hasta que estuvo frente a mí.

  Recorrí con la mirada todo de él, desde sus zapatos hasta su rostro. Las botas de cuero tenían la suela rasa, aumentando apenas un centímetro a su estatura; subían hasta el medio de sus pantorrillas, abrazando los músculos perfectos. Los pantalones ajustados salían de las botas, ciñéndose a las largas piernas. La camisa, aparentemente de seda, era suelta y cubría sus brazos justo hasta la muñeca; los botones debían ser de ónix, pulidos y tallados por algún experimentado artesano a pesar de su belleza no cumplían su objetivo pues la prenda estaba completamente abierta, dejando a la vista el pecho y el abdomen esculpidos. El cabello negro caía en su espalda con poco orden, y un par de mechones se escapaban por delante, cubriendo los pezones. Su rostro pálido parecía tallado en mármol: los labios rosados y carnosos permanecían cerrados, los pómulos altos y marcados, la nariz recta, todo exquisito, hasta que llegabas a los ojos, apagados y fríos, el iris tan negro que se fundía con la pupila y ambas creaban un contraste absoluto con la esclerótica. Todo su atuendo era negro, combinando con el cabello y los ojos, contrario a su blanquísima piel.

  Esperé un par de segundos, luego de centrar mis ojos en los suyos, y la energía bailó en el camino de nuestras miradas. Surgió la conexión. Otra vez, nuestras mentes estaban juntas.

    —¿Qué le trae por aquí esta noche, Sr. H?– pregunté sin articular palabra, esa es nuestra comunicación normal.
    —El hambre desesperada que me colma siempre que te visito– dijo. Su voz me puso la piel de gallina. Grave, fuerte, intensa. Caí ante él en el instante mismo en que me habló.
    —No creo estar recuperada de la sesión de anoche. Usted nunca ha venido dos noches seguidas.
    —Luego de verte tuve trabajos que realizar. La vida que me devolviste, se fue junto a la energía que gasté.
    —Podría no ser capaz de sobrevivir a un encuentro.
     —Te cuidaré, tengo un gran autocontrol. No quiero perderte.
    —El placer de ser saciado es suficiente para que el control pase a un segundo plano. Usted lo sabe y yo también. Me gusta vivir.

  Él no me respondió. Dió otro paso hacia mí, al punto que casi pude sentir el frío de su cuerpo. Tuve que doblar el cuello para poder mirarlo, 48 centímetros diferenciaban nuestras estaturas. Acarició mi hombro derecho y sujetó el tirante de mi camisón.

    —Luces mucho más pura esta noche- habló a mi mente- ¿Es así como te ves cuándo no estoy contigo?

  Yo vestía un camisón de seda gris, el escote era muy notable, casi indecente; y apenas cubría hasta medio muslo. Yo no era capaz de ver pureza en mi aspecto, aunque considerando los conjuntos de lencería negra que uso cuando él viene a verme, era muy casto.

    —Es mi ropa de dormir- contesté en un susurro, su cercanía me envolvía y me afectaba.
    —Casi me gusta más. Es excitante de una manera muy distinta.
    —¿Quieres qué use algo como esto a partir de ahora?
    —No, quiero que sea algo que vea solo cuando te sorprenda.

  Bajó su rostro y besó mi cuello. Sus manos se posaron en mis hombros, y se deslizaron por mis brazos llevando consigo los tirantes, acarició mis pechos y bajó por mi cintura, mis caderas, hasta mis muslos. Tomó el dobladillo del vestido y lo sacó por mi cabeza.

    —Sr. H, tenga cuidado, por favor.

  Sonrió, mostrando los colmillos desplegados por la lujuria y la sed. Me empujó hacia la cama, me acomodé y él se colocó sobre mí. Contrario a su costumbre, se dedicó a besarme en los labios, por un par de minutos. Luego pasó a lo que había venido.

  Me mordió.

  Los pinchazos en mi cuello se tradujeron en un placer indescriptible. Temblé al sentir la corriente lasciva que me recorrió. Sorbió mi sangre con un vigor que no había notado en él jamás.

  Se separó de mí y me miró. Los colmillos y la piel se veían aún más blancos junto a los labios pintados de sangre. Sus mejillas estaban sonrosadas y sus ojos brillaban.

    —Tu sabor es maravilloso. Te quiero solo para mí, Esther.
    —Soy solo suya, Sr. H.

  El deseo desbordante que sentía cuando él me mordía, eliminaba mi racionalidad. Una vez más, estaba a su merced.

  Sus dientes entraron, esta vez, en mi seno izquierdo. Sentí el orgasmo explotar en mi interior y todo lo que pude hacer fue agarrarme a su cabello.

  Su erección se apretó contra mi muslo, abracé su cabeza mientras chupaba. Una de sus manos rompió el tanga de encaje gris que yo usaba, y uno de sus largos dedos me penetró. Gélido, delicioso. La cordura abandonó mi ser, el exceso de goce me llevó muy lejos.

  Sentí el momento exacto en que su boca se alejó de mi piel. Me dió frío. Pero al instante estaba cubierta, su cuerpo se posicionó sobre mí. Más frío aún. Gélido, delicioso.

  Su pene me acarició el clítoris, frotó suavemente, haciéndome gemir.

  Me miraba desde arriba, los labios entreabiertos y el deseo filtrándose en su expresión. Fundió su mirada en la mía mientras entraba en mí, abriendo mis labios vaginales, haciendo que mi espalda formará un arco casi imposible. El dolor de la penetración remitió totalmente cuando su lengua hizo un camino por mi cuello.

  Ya me sentía anémica, él no debía tomar más de mí; pero yo era incapaz de negarle algo. Él tendría cuidado. Él me quería solo para él. Él disfrutaba de mi sabor.

  Sus movimientos eran lentos, como si él estuviera apreciando algo que yo no entendía. Me embestía suavemente, pero profundo. Muy profundo. Gélido, delicioso. Yo estaba a punto de correrme otra vez. Dió una estocada más fuerte y eso fue suficiente para que mi cuerpo cediera al placer.

  Y entonces, él volvió a morder.

  Junto a los agujeros en mi piel, vino el nuevo orgasmo. Más intenso que cualquiera que hubiese tenido antes. Probablemente tenía algo que ver con el hecho de que acababa de tener uno, y este se fusionó, intensificando las sensaciones.

  Quise culpar a todo eso de que me estuviera desmayando. Pero yo lo sabía. Él se estaba excediendo, y yo no iba a aguantarlo.

  Es díficil detenerse cuando la sensación es buena. Mientras él disfrutaba de mi sangre y de mi piel, me drenaba.

  Y mientras él me drenaba, yo disfrutaba de su tacto, de la mordida, de la sensación de succión.

  Mientras ambos disfrutábamos, yo moría.

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Cuba, 07/sept/2020

Hola, humanos:

  No creo que haya nada más que decir, esta historia cuenta todo lo que hay para contar. Disfruté escribiéndola y disfruto, ahora, de hacerla llegar a ustedes.

La primera mordida,
VampirEsther.

Sr. HDonde viven las historias. Descúbrelo ahora