Calvario Carmesí.

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Erase una vez un joven escritor,
orate por caer en estado de limerencia, manifestado con la magnificencia lírica del castellano y su esplendor.

La falacia más eclesiástica de aquel voraz prosista,
que cayó en la penumbra de sus memorias y su tierna voz,
suspiró apreciando lo melifluo de la vida
¿Su gran mentira?
El decir que la superó a la par de su partida.

Aquel agibílibus poeta nacido en tierra de aroma petricor,
libera oscilantes vagidos de color púrpura al filo de la noche obscura.
Ya quisiera el ser aquel que su brazo cubra cuando el frío sea más fuerte que el banal acto de olvidarse de su figura.

Inefables textos que escribe en su corrugado folio,
pletórico de dolor,
germen de su musa,
el autoproclamado
"Heresiarca de los poetas zeta"
En busca de hermeneutas que lo comprendan en el isagoge de su lúgubre agonía y así,
guiarlo a la morfología divina.

Extensos caminos estruendosos y angostos ha recorrido,
dando caza a la sintaxis de su astronómica diégesis.

Cuestionando el porqué de su condena al recordar su azabache mirada bella, 
sin embargo,
por más que escriba y diga,
vive condenado a su pasado como patibulario bufón,
despreciado cúmulo de carne y huesos,
que su alma dolida canta y expresa el insaciable coraje,
apreciando el celaje del firmamento inalcanzable de ser más de lo que estima.

A ojos de experimentados su fracaso les causa un sabrimiento de regodeo,
sus cercanos no logran creerle,
han pasado los años y el aún a sus ojos firmemente no logra verle.

En algún momento de invierno confío en la idea de un amor sempiterno,
oh pobre nefelibata escritor,
creyó en sus dulces caricias,
mas el hipocrático acto no vió,
y cómo una gélida brisa con lo que creía  una serendipia del destino se encontró,
quizá ella aún sentía algo...
y por eso el, se aferró cual néctar a la bella flor.

Pero no fue así,
y como si fuese juguete de trapo,
con el jugo hasta el cansancio,
en sueños imaginaba una ucronía donde ella y el permanecerían juntos hasta el final de sus vidas,
tremendo fue el picor al tragar el trago amargo de su patética virilidad.

Garambainas vituperios exclamaba al viento,
La infame traición le ardía en el pecho,
su zaino amigo lo había hecho,
la manipuló y así la alejó de aquel insatisfecho y malogrado escritor.

Aquel que consideró su hermano,
y hubiera sido capaz de por el hacer lo inhumano,
le mordió la mano,
y con su sangre hirviente firmó su pecado,
arrebatándole lo más sagrado que poseía,
el amor de su bella amada,
la traición le sangraba,
y con inmensos uebos de arrancarle la vida,
prefirió alejarse y no causar más heridas.

Aquel tercer personaje que de pronto apareció de entre la multitud voluta,
le rompió sueños y fragmentó su alma en pequeñas esquirlas que lo mutilaban al paso del Sol dando vueltas Marte.

Y cuando llegó aquella noche que se sentía perdido,
con un frasco de comprimidos,
desde el cielo invocó un ángel de cresta perla y mirada cimarrón,
para después escuchar su áspera voz,
sus labios intangibles le revelaron una epifanía,
escupiéndole así un poema en su cara fría;

"Es hora de ir a dormir,
olvidarla es olvidarte,
negarla es negarte,
Odiarla es odiarte,
ella fue la musa de tu arte,
y cual cruel castigo,
ahora es tu verdugo y no hay punto y aparte,
toma la cuerda y átala,
salta que la noche eterna te espera,
y despertarás en la vista más bella,
que tus ojos renazcan, y tus sonrisa salga, danzarás en las estrellas y descansarás en las Marbellas".

Y así es como terminó,
creyó que se equivocó de vida mas de amor,
y con ese eterno pensamiento,
fue a buscarla a los rincones más lejanos del universo.

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