Día uno.

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Recuerdo que nunca me agrado Tyler Carter, ni siquiera un poquito, basta con decir que no me atrevo a hacer la seña con los dedos índice y pulgar que todos usan para decir poco porque los juntaría tanto que parecería que digo perfecto y no tolero las malas interpretaciones tampoco.

A ver, no es que sea una antipática siempre, es solo que ese muchacho se da a odiar. Tiene un no sé qué te hace suspirar dramáticamente cuando lo ves y girar los ojos como reguilete. Al menos hablo por mí, porque sé que por más que no me lo explique al resto del mundo le cae como pastel en cumpleaños. En la secundaria era de esos niños a los que ponían a escoger los equipos o que cuando se aburrían y se iban todos lo seguían, aunque estuviesen platicando de algo interesantísimo en la esquina del salón antes de iniciar la clase, lo cual es absurdo, es como si desde siempre solo yo hubiera visto lo desagradable de ese monstruo y nunca lo entendí. ¿Cómo pueden amar a alguien que es capaz de molestar a una persona día y noche sin sentir remordimiento? Por eso cuando se fue a quien sabe dónde según por siempre (según), me puse muy contenta. Y ahora hora me enteraba que había regresado por medio de una desgracia.

-Me gustaría tener una mascota- Declaró mi amiga Sally viendo una ardilla. Eli y yo reímos. Estábamos en el descanso de la primera clase que ya era bastantito largo de por sí y se había extendido aún más porque nuestro maestro de cálculo había decidido pasar el día de su cumpleaños en baja por enfermedad y había olvidado de mandar suplente, con todo esto el día solo parecía ponerse más bonito.

Sally intento acercarse lentamente a la ardilla, pero apenas se movió cuando el animalito salió tan rápido que Eli tiro mi jugo en el pasto. Ni siquiera me gustaba el jugo, lo compraba porque me hacía ver más interesante cuando me sentaba afuera, mis amigas siempre decían que era tonto, ¿Por qué alguien interesante tomaría jugo? Pero yo solo pensaba ¿Y porque no?

Por el rabillo del ojo pude ver como Sally se reía cuando el olor a frutos rojos nos llegó a todas. Yo levante el botecito rápidamente y le eche una mirada digna de wattpad a Eli.

-Lo siento mucho, me asuste. ¿Quieres que te compre otro? – Parecía realmente apenada, ya estaba levantando su cartera y todo cuando la detuve.

-No te preocupes, no tenía ganas de jugo hoy- Y era verdad.

-Ni nunca, solo lo compra para que los demás piensen que hace algo en los descansos- Argumento Sally riendo. Eso también era verdad.

-Sí, pero igual siempre estoy haciendo algo en los descansos- Señale el libro que tenía en las manos.

A ver, esto si lo hacía genuinamente, no había nada que me gustara más en el planeta que un libro que convirtiera la mañana en noche por tenerme pegada a la página sin darme tiempo de soltarlo. Y lo mejor aún era que no podía siquiera pensar en un pasatiempo más ideal, siempre que alguien te pregunta que te gusta hacer y respondes leer te ven como si fueras un erudito o un genio. La clave está en no decir que leía porque por alguna razón todos se piensan que a mis dieciséis años me apasionan las enciclopedias cuando la realidad es que me van más las historias de amor con seres sobre naturales y drama a muerte.

-Eso no cuenta. Lo has leído como diez veces, mejor préstamelo, tengo que leer algo para el resumen de literatura- Dijó Sally en un intento por arrebatarme el libro a modo de juego. Yo ladre bajito, pero por pura coincidencia.

- ¿Qué paso amiga? ¿El principito no cuenta? - Se burló Eli. Sally miro el cielo tan alto que sus ojos desaparecieron por un segundo.

-Muy chistosa Eliza, tu ni el diccionario tocas.

Era consciente de que mis amigas se llevaban un tanto mal. No como se supone que se llevan los perros y los gatos enojados, más bien como se llevarían estos mismos, pero en modo feliz, como esos que conviven desde pequeños y saben que devorarse entre sí es malo, pero siguen molestándose. Como el típico perro que corre atrás de un gato, pero cuando lo cacha no hace nada. La mayoría de las veces Eli era el perro, aun así, ambas aseguraban ser buenas amigas y a decir verdad las peleas eran cosa extraña.

¡Hey, tú enana! Día uno, narrado.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora