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El viento de primavera es tan fresco que no parece en absoluto que el verano esté tan solo a la vuelta de la esquina. El húmedo bosque parece prepararse expectante al vestirse de verdes enredaderas y matas de hojas y pequeñas flores de vibrantes colores. El aire mece sus ramas con delicados movimientos mientras la luz de sol se escabulle agraciadamente entre las rendijas por las que la tupida naturaleza le permite.

Y con la misma delicadeza, mece cada pequeño y sucio pliegue en el vestido floreado con el que la pequeña pelirroja de Emma ha sido vestida por su perfeccionista nana Isabella.

Pero poco le importa eso a la pequeña niña cuando ha caído en cuenta que se ha extraviado, y junto con ella, a sus dos inseparables acompañantes. Para entonces, la voz de un molesto pelinegro ya le advierte que comenzará a retarla por su infantil e innata curiosidad ante la exploración de territorios desconocidos.

Tonta, Emma. ¿Se puede saber a dónde diablos nos has traído? ¡Estoy seguro que no tienes ni idea de en qué lugar estamos parados! ¿No es verdad? Se queja el hijo único de su nana Isabella mientras aleja con movimientos erráticos a los molestos insectos que se le pegan a la sudorosa piel.

A veces Emma cree que si Ray suele sentirse orgulloso al autoproclamarse el rey del autocontrol y el maestro de las estrategias muy bien analizadas, cuando se trata de paciencia pues, no era el mejor. O bien, la otra opción posible a tomar en cuenta, es que solo ella lograse sonsacarle a la fuerza ese lado explosivo.

Pero bueno, qué poco importaba eso ahora.

Aquel día había sido luego de muchos días, su turno para escoger la actividad que como grupo de amigos realizarían para divertirse o simplemente para pasar el rato mientras los adultos compartían unos cuantos brindis en celebración al nuevo negocio cerrado por la familia de los Ratri. Y sin embargo, nada está saliendo como lo ha imaginado temprano por la mañana.

Y claro, de los tres, Emma es la única que prefiere las actividades en el exterior. Pues en enorme contraste, Ray es quien adora pasar el rato encerrado en la biblioteca. O que como Norman, quien suele optar por juegos en los qué quemar sustancia gris. Así que muy contentos no están cuando los ha arrastrado por la encumbrada colina y el denso bosque al este de su jardín.

Emma es tan inteligente como ellos a pesar de que sean mayores a ella por al menos tres y cuatro años respectivamente. Pero adora las flores tanto como ama las jirafas, y tanto como ama a su madre y a Norman. (Aunque eso último es un secreto a voces).

Y en la mayoría de las ocasiones, sus obsesiones la ciega ante la lógica.

Ray, no llames de esa manera a Emma, por favor. El chiquillo que dobla su edad parece agotado por la intensidad del sol y la larga caminata a la que ha sido sometido, pero sigue mostrándose dispuesto a complacer el pequeño capricho de Emma por explorar un poco la colina y su bosque cuando ella así lo pide.

Emma no puede evitar que sus pecosos mofletes se coloreen en un rojo que le dan la apariencia a la de una fresa madura cuando es consciente de la gentileza de Norman. Le gusta tanto, que cree que un día de estos él podría darse cuenta.

Por su parte, Norman es consciente de lo ingenuo que ha sido de su parte el seguir de lleno la historia que su pequeña prima les ha contado, y entonces emprender una nueva aventura en busca de una flor que posiblemente no encontrarían. Él no es ningún experto en flores, pero duda mucho de la existencia de una flor como la que Emma les ha descrito tan efusivamente como "una flor única en su especie".

Claro, su tía sí que es una experta en el área. De ahí que la chiquilla hubiera heredado tan particular afición. Pero sabe que no tienen permitido entrometerse en las reuniones en los adultos, y menos cuando hay licor en su celebración.

Dama de una Noche [Noremma]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora