Seduje sus rostros y los guíe a un callejón sin paredes, solo ventanas y puertas frenaban sus pasos; la angustia, la fe y el amor se desprendían de sus ojos, mientras una honda carcajada que daba lo mejor de si para no quebrarse en su presentación se oía sobre los techos. El idilio de dolor que impregnaba los marcos de aquellas puertas hacía florecer tiernas lágrimas que agrietaban el cristal de las ventanas, mientras en una esquina borrosa un manojo de rosas marchitas volvían a florecer.
Era una escena egoísta, las marcas nacientes en sus rostros reconocían la verdad, mientras los ruidos que escapaban de sus labios la llamaban con una endeble esperanza que se ahogaba en las escusas atoradas en sus gargantas.
El recuerdo dividió mis ojos a la mitad, dejando retina y coroides al descubierto, no me podía retractar, solo pasé hilo por una aguja y punté las córneas, no había tiempo para perder; con la visión partida caminaba por el borde de los techos buscando desaparecer mientras ellos se veían distraídos por el fraccionamiento de las ventanas.
Todo fue tan preciso, como el mecanismo de la cerradura que abrió la puerta poco antes que los cristales saltarán con atrevimiento, su asombro se grabó en mis sueños antes que logrará irme para al fin dejarlos, a salvó de mí.
