Una noche, Noriaki se escapó de casa. Dejó cuidadosamente colocada la escalera plegable del jardín a las afueras de su ventana, por donde descendió entre la oscuridad como un gato habilidoso, la ocultó detrás de uno de los árboles e intensificando la rapidez de su andar se movió por la desolación fría y lúgubre posterior al ocaso.
Nunca había hecho algo así antes. No es que guardara algún temor a sus padres y el castigo que éstos podían ponerle, sino que carecía de razones para hacerlo en primer lugar. Y la razón de esa noche estaba esperando sentado en una camioneta negra estacionada a dos cuadras de él, luego de un intercambio de mensajes para que le fuese a buscar, sonriéndole al saludarle una vez el pelirrojo se acomodó en el asiento del copiloto.
La ropa que había tomado era sencilla; pantalones de denim y un suéter color verde, además de un par de botas con las que caminar cómodamente. Observó a su acompañante, tan formal como siempre, y se preguntó cómo luciría con algo que no fuese un traje de tres piezas, aunque le encantaba como los trajes le quedaban tan perfectos en su complexión atlética.
Los ojos ámbar le descubrieron en su intromisión a través de su mirada periférica, sonriente se volteó para regresar a la vía. Noriaki decidió apartar la vista también; le alegraba saber que no le molestaba lo obviamente atraído a él que estaba, pero esa alegría se transfiguraba en otra cosa más preocupante y contundente que le hacía cruzarse de piernas deseando controlar sus reacciones fisiológicas involuntarias.
—Se que te prometí salir a un lugar divertido, pero necesitamos hacer una parada antes — comentó Dio a mitad del trayecto.
—¿A dónde?
—Espera y lo verás.
Pocos minutos bastaron para darle a Noriaki una respuesta visual; las calles, anteriormente llenas de edificios y negocios, se poblaron de áreas verdes rodeando lujosas residencias, ilumandas con las luces de las rimbombantes entradas principales. Casas más arriba, en las colinas, lucían incluso más extravagantes con distintos colores y estilos arquitectónicos modernos.
Se detuvieron frente a una mansión preciosa de color blanco. A pesar de tener cierto tamaño parecía encontrarse bastante vacía, apenas un par de personas encargadas de su mantención les saludaron discretamente al bajar del vehículo e ingresar a la vivienda. Dio, con una mano en la cintura del menor cuyo toque asemejaba un fuego bajo su piel, le indicó ir escaleras arriba una vez pasaron el brillante vestíbulo rebosante de cristales y pinturas.
—Prometo mostraste los alrededores otro día con más calma — aseguró, susurrando en su oído como ya estaba acostumbrado a hacer.
Entraron a una habitación que entre más prolongaba su observación resultaba evidente que se trataba del cuarto personal del hombre. Noriaki se sentó en el borde de la cama mientra el mayor abría el armario, el cual era una habitación adyacente en vez del tipo de armario convencional que conocía, y le pidió esperar un poco en lo que buscaba a lo que vinieron.
Estar allí se sentía... mal, como si estuviese rompiendo una regla tácita o en un lugar indebido, y al mismo tiempo el pelirrojo rebosaba de la emoción por haber llegado tan lejos.
Ese momento que se encontró solo Noriaki se echó en las sábanas para sentirlas, tocar la suave tela donde Dio dormía todas las noches luego de largas jornadas. Hundió su rostro en la almohada de seda color vino, a juego con la ropa de cama, y respiró profundamente en la ligera esencia perceptible a colonia mezclada con el olor natural del hombre. Solo se permitió esto por unos pocos segundos, recuperando la compostura veloz y temeroso de ser descubierto.
Al regresar, el rubio había cambiado su ropa por una chaqueta y pantalones de cuero. El color negro resaltaba su palidez a la vez que el material se abrazaba perfectamente a sus músculos. Junto a él traía un gancho con un conjunto similar, más pequeño, y un cofre de madera que al abrirlo contenía joyería de oro.
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Altare: Crónicas de un Kitsune en el Inframundo「DioKak」
Fanfiction"A mano abierta o puño cerrado, las dos van bien. La sangre es algo inusual y dulce... como vino de cereza." Kakyoin Noriaki vive, en la interpretación filtrada por su soledad e ingenuidad, el mejor verano de sus recién cumplidos diecisiete años, lu...