Primeros murmullos bajo tierra

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Debo confesar que no recuerdo mucho anterior a la sepultura, pues sepultura
debe haber sido por donde me encuentro y la extraña compañía que comparto.
Pero no fui yo el sepultado, me veo en la necesidad de describir mi condición
para que mi amable lector pueda comprender mejor la naturaleza de la
problemática que me lleva a escribir estas funestas líneas.

Mi nombre, si mi memoria no me juega artimañas, es Resquival Picaportes y fui
enterrado vivo junto a un hombre que ahora ocupa gran parte del ataúd donde me   encuentro cautivo. Mis ojos son grandes y me permiten ver en la oscuridad, mis
largas orejas son casi inútiles porque aquí abajo no escucho más ruido que el de
mis garras raspando la pared del ataúd para escribir estas sepulcrales palabras y
mi peluda cola no es más que un estorbo que ocasionalmente confundo con
compañía.

Mi compañero de ataúd y seguramente destinado para él, es un barbudo caballero
cuyo nombre hace poco no recordaba, su rostro es recio como el de un hombre de
noble cuna, si mis ojos no me fallan tiene abundante cabello negro, el tamaño de
nuestro confinamiento me hace imposible adivinar su estatura pero debo añadir
que está muy bien vestido para ser un muerto, lleva un terno oscuro, presumo que  negro, del mismo color que sus pantalones y un par de zapatos de cuero quizá
marrones que hacen juego con su cinturón, además de algún anillo que adorna su
dedo. Esta recostado, naturalmente quieto y con las manos sujeta un ramillete de
flores; ocupa gran parte de nuestra estancia, desearía que mi compañero fuese
más pequeño o el ataúd más ancho para moverme con mayor facilidad.

no parece haber comida ni agua en este lugar, el olor a formol impregna cada
rincón del ataúd, es casi tan desagradable como la compañía del caballero
difunto, dada su condición ni siquiera puedo preguntarle porque me encuentro aquí o trazar con él un plan para escapar; ¡si! ¡Tengo que escapar! No me gusta
aquí, debo hallar la manera de salir de esta estancia de muerte y olvido.
Me deslizo sutilmente entre las curvas del cuerpo del caballero y los escasos
espacios entre su cuerpo y la pared son más amplios en el lugar que ocupan sus
piernas, por ello me siento escasamente más cómodo en ese lugar que en otro;
aunque debo admitir que el delicado y puntiagudo cuerno que llevo en la frente
me hace imposible acomodarme perfectamente y se está convirtiendo en una   verdadera molestia. En vano busque abertura alguna en las paredes de madera
del ataúd que parece estar perfectamente sellado

— ¿por qué harían eso?, de cualquier manera el muerto no intentara escapar

—pero yo sí, yo si quiero escapar, el olor empieza a volverse insoportable y me
rugen las tripas por el hambre.

Inútilmente trate de cavar una abertura en el techo de la caja porque mis garras
no son lo suficientemente fuertes para tal tarea, pero rasgar el techo me trajo
cierta sensación relajante; también intente morderla y abrirme paso con mi
hocico, lo que resulta aún más inútil que mi anterior idea.

— ¿tú no quieres salir de aquí? —pregunte en voz alta mirando al helado rostro
del caballero.

—es cierto, tú debes estar muy cómodo aquí, no tienes hambre, sed ni la
necesidad de moverte; ni siquiera la de respirar— le dije sin esperar ninguna
respuesta.

Con el pasar del tiempo, el aire empezaba a tornarse más pesado, tenía la boca
seca y los músculos adormecidos por la imposibilidad de estirarlos en este lugar.
Empecé a husmear en la ropa del caballero, busque en sus bolsillos del pantalón
y del terno, también entre sus zapatos y camisa. Casi a punto de rendirme
exclame:

—mendigo debió ser usted en vida caballero o carente vuestra familia de la
antigua tradición de enterrar a los difuntos con todas sus posesiones—. Le dije
irritado al no hallar nada.

—Pero... —espera. ¿Qué traes en el cuello?
Note un ligero brillo, pensé inmediatamente en como lo pase por alto antes;
quizá en mi afán de búsqueda, moví la cabeza del caballero, que hasta ese
momento había estado ocultando algo bajo la quijada. Parecía metálico, tal vez se
trataba de un adorno en el cuello de la camisa o de un detalle en la corbata;
cuando me acerque inmediatamente note que no pertenecía al taje y al meter las
manos bajo el cuello de la camisa extraje la agradable sorpresa. Era una delgada
cadenilla plateada de finos eslabones que sostenían un gran diamante tallado, la
singular roca reflejaba el brillo de mis ojos.
Entonces lo recordé:

— ¡señor Gino!

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⏰ Última actualización: Jul 12, 2020 ⏰

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