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Para la mala suerte de las gatas y del, aparentemente, proscrito herido; en lo alto del peñasco, se encontraban sentados León y Zarpa de Abejorro, quienes fueron los primeros en alertar de la llegada de aquel intruso.

–¿Hablas tú o lo hago yo? –murmuró Mancha de Tormenta a la lugarteniente.

Mas la gata marrón no alcanzó a contestar, el gruñido de León resonó mientras descendía de un salto, seguido de su aprendiz.

–¿Dónde lo encontraron? –siseó el líder.

–Había traspasado nuestras fronteras…

–León, está herido, –interrumpió Mancha de Tormenta con determinación.

–Ese no es nuestro problema, –bufó iracundo.

–No es tuyo, pero sí es mío. Como curandera, mi deber está en cuidar de cualquier gato enfermo o herido…

–Que lo sane el curandero de su clan, –insistió.

–Creo que eso no será posible. Dice que huyó, que el Clan del Viento se alió con el Clan de la Sombra y estos últimos lo persiguieron hasta aquí dejándolo en este estado.

–León, por favor, sé razonable. Al menos démosle asilo hasta que esté sano. Zarpa de Cervato y yo nos encargaremos de eso sin descuidar nuestros deberes –volvió a intervenir la gata alba.

Un breve silencio incómodo se formó en torno a los cuatro gatos. León abanicaba su cola con irritación, aunque finalmente la relajó y miró a su lugarteniente.

–¿Tú estás de acuerdo con eso? –le preguntó serio.

La mirada de Lluvia de Canela se desvió un par de segundos hacia Rabo Torcido, el cual nada más llegar al campamento, se había vuelto a desplomar, abatido.

–Déjamelo a mí, León. Si comienza a
dar problemas o representa una amenaza para el clan, yo misma lo mataré.

–Bien. Confío en ti, –contestó, con cierto tono hiriente dirigido indirectamente hacia la curandera–. Ven luego a mi guarida, hay cosas que preparar para la siguiente luna.

Sin más, León se retiró a su guarida, antes murmurándole algo a Zarpa de Abejorro, el que sólo asintió con preocupación en sus ojos ámbar, también retirándose.

–Zarpa de Cervato, –llamó Mancha de Tormenta a su aprendiz, quien observaba todo, evidentemente molesto, sentado en la entrada de la guarida de la curandera–. Ayúdame a llevarlo dentro. Dudo mucho que pueda seguir caminando.

–¿Debo? –preguntó poniéndose de pie de mala gana.

–No te lo pregunté…

–Yo iré a hablar con León, –maulló Lluvia de Canela–. Creo que a partir de aquí podrás con esto.

–Sí. Sobre todo si tu hijo colabora como es debido, –finalizó diciendo, regañando indirectamente al aprendiz.

La gata marrón caminó a paso lento, con la cabeza baja, perdida en sus pensamientos. Tener a Rabo Torcido en el campamento, abría una herida que se había cerrado, aunque se resistía a sanar.

Al llegar a la guarida de León, se abrió paso dentro del tronco ahuecado, viendo al líder al fondo. Su mirada parecía distante; de hecho, no notó que había entrado hasta tenerla a unos cuantos ratones de distancia.

–¿Querías verme? –le preguntó ella.

–Sí, siéntate. Hay mucho de qué hablar…

Su voz sonaba extraña, y aún lo sentía distante. Durante el último tiempo, el líder parecía haberse tranquilizado, no tenía tantos “ataques de ira” e incluso había suavizado un poco el entrenamiento con Zarpa de Abejorro.

–La próxima luna haremos nuestro primer movimiento, –comenzó, al notar que Lluvia de Canela se había sentado frente suyo, rodeando su cuerpo con su cola–. Pero debemos ser cautelosos, planificarlo con el máximo cuidado.

Rage between clans: Blood destinyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora