Gèrard se quedó congelado cuando al revisar su equipaje el policía sacó lo que parecía ser algún tipo de droga. Él en ese momento no sabía distinguir ni que tipo de estupefaciente estaba entre sus pertenencias, días después descubrió que era cocaína. Se paró el mundo cuando vió a aquel guarda le cogió para que le esposaran. Minutos pasaron hasta verse en una sala acorralado con dos señores pidiéndole explicaciones. Solo podía repetir que aquello no le pertenecía pero estaba seguro de que aquellas personas habían escuchado mil veces esas palabras de bocas que seguramente mentían. Tan solo unos días más tarde estaba delante de un juez que también pedía unas explicaciones que él no podía dar. No había ninguna prueba que indicase que aquello no le pertenecía. Nadie que hubiese visto quién introdujo aquel paquete en su maleta. Así que la sentencia fue clara, tres años de cárcel por tráfico de drogas.
Ahora se encontraba allí, en el patio de aquella prisión por primera vez. Su compañero de celda había sido educado con él aunque le había dejado claro que allí no se jugaba con nadie. Le comentó que había un par de chicos problemáticos a los que era mejor no mirar. Le preguntó si tenía tabaco y Gèrard le contestó que no fumaba a lo que el chico soltó una carcajada. "Aquí todos fumamos, no hay nada mejor que hacer" respondió. Se había olvidado de su nombre... era algo como Juan. Le encontró en el patio y se acercó a él cuando escuchó su nombre, eso era, Jesús.
Pasó las dos horas de tiempo en el patio escuchando al grupo de su compañero hablar de fútbol. Había un chico que le había parecido simpático, Rafa se llamaba. Era el único que hacía bromas sin saber nada del tema. Él tampoco tenía ni idea, permanecía callado observando cada lugar de lo que sería su nueva casa. Antes de volver dentro, repasando por última vez la cancha de baloncesto que nadie utilizaba, tropezó con un chico. Levantó la vista para ver a un chaval teñido de rubio que lucía un tatuaje bastante indescriptible en el cuello.
- ¿A ti que te pasa, pijo? - habló antes de darle la oportunidad de pedir disculpas.
- Lo siento, yo...
- Tú nada, espero que sea la última vez que te me cruces si no quieres que te parta la cara.
Jesús y Rafa le miraron con compasión. Él supo que se había metido en un lío. Ser torpe u estar en la cárcel no eran una buena combinación. Después de ir al comedor y probar una de las peores comidas de su vida, volvió a su celda con su compañero. Se sentó cerca de la puerta, apoyado en la pared. Sabía que iba a pasar muchas horas en la cama y no quería aburrirse de ella en sus primeros momentos allí. Cogió un cuaderno y un bolígrafo y maldiciendo no tener su guitarra para componer, comenzó a escribir una carta.
Querida Anne:
Hoy es mi primer día aquí y no he podido evitar escribirte. Tengo miedo, mucho miedo. Sé que no te pedí nada antes de vernos por última vez en aquel juzgado, no quiero que me esperes si eso va a hacerte daño. No quiero que lo nuestro sea una tortura. Sé que te sientes culpable todavía porque si no hubiese intentado coger ese avión para ir a buscarte, no estaría aquí. No quiero que tengas eso en tu cabeza, nunca. Decidir salir corriendo a tu ciudad para estar contigo de nuevo fue la decisión más correcta de mi vida. Lo volvería a hacer una y mil veces. Igual que sé que tú vendrías a ese juzgado todos los días que necesitase. Somos así. Dos personas que se buscan pese a que el destino o quien sea que controle todo esto nos ponga las cosas en contra. Yo no sé si el segundo juicio me sacará de este lugar, ni si podré volver a ti o a mi vida normal. No sé si cuando salga de este sitio habrán pasado unos meses o tres años, si todavía verás en mis ojos aquello que hizo que te enamorases de mi o este lugar borrará toda esa magia. Tengo demasiadas dudas para el tiempo que llevo aquí, tengo miedo de que mis pensamientos me coman si no lo hace alguno de los matones de cárcel. Por ahora he pensado que escribirte será lo que me saque un poco de esta habitación. Pensar que estamos los dos en ese parque en el que nos vimos por primera vez y que tú o mi guitarra estáis entre mis brazos. Vas a ser, una vez más, mi salvavidas.
Gèrard, desde el sitio más raro que un amor pueda escribirte.
- Gafitas, ¿qué haces? - preguntó si compañero
- Escribir una carta.
- ¿Ya estás así? No me puedo creer que me haya tocado un cursi de compañero nuevo - dijo resoplando.
Gèrard dobló la hoja y el chico se acercó para intentar quitársela entre risas. Al principio le pilló a la defensiva y se tensó pero enseguida se dió cuenta de que su compañero no hablaba en serio. Acabaron los dos riendo a carcajadas.
- Ten cuidado con Hugo, el chaval de antes. Es de los que te dije, es mejor que ni le mires a la cara - le aconsejó saciando las ganas que le habían quedado antes de comentárselo.- No quiero tener que salir a defenderte, me caes bien.
Así acabó su primer día allí. Día que se repetiría durante el resto de la semana. La misma rutina repetida y cansada. Tenía que acostumbrarse a aquello pero cada día pensaba que sería peor que el anterior. Y así, esa semana se repitió tras otra igual. No había tenido más problemas con el tal Hugo, se limitaba a agachar la cabeza o no mirarle a la cara cuando pasaba cerca, no estaba allí para buscar problemas. Rafa, a pesar de no ser su compañero de celda, se hizo más cercano a él. Jesús, aunque tenía sus más y sus menos en ocasiones, le ayudó bastante a habituarse como pudo a aquella situación.
Tras aquellas dos semanas, uno de los guardias le llamó. Tuvo miedo, no sabía que podía ocurrir. No se había metido en ningún lío, hablado con nadie nuevo ni hecho nada fuera de lo común. Le condujo a una habitación en la que había mesas con presos acompañados por gente. ¿Tenía una visita? Alzó la vista intentando localizar a alguien conocido hasta que vio aquellos ojos. Se emocionó, quiso gritar, besarla, salir corriendo hacia ella.
- Prohibido el contacto físico, tenéis quince minutos - dijo el señor que le acompañaba.
Anne le miró sin poder separar los ojos de los suyos. Hablaron sin palabras de lo mucho que se querian. Se dieron todos los besos sin rozarse. Tras cinco minutos en silencio, fue ella la primera en hablar.
- Gèrard... Esto es tan injusto. Solo quiero creer que saldrás pronto de este lugar.
- Yo quiero pensar lo mismo - dijo mientras le caía a la chica una lágrima.- No estés así, esto no está tan mal y... ¿leíste mi carta?
Ella sonrió. La leía cada noche.
- Por eso estoy aquí, para que sepas que sigo viendo lo mismo en tus ojos. No puedo prometerte nada, igual que tú tampoco a mi pero siempre que pueda vendré a verte para poder verme a través de ti.
